La memoria onírica en “Al despertar” de José Enrique Méndez
Despertar me impresionó. Sus versos de excelente factura y, por otro lado, la transparencia que se expande en su lectura. Son esculpidos en cristal. También, la sugestiva impresión de despertar del sueño dentro del poema, como si la voz poética hablara o dialogara con y desde el poema. Urge una íntima esperanza donde los ideales emergen del sueño:
“Al despertar
con metas aladas
enfrento las tribulaciones,
su ferocidad irracional,
destilo
las idealidades de mis sueños.”
(Pág. 13)
Obviamente, sus rupturas son soliloquios del poema. ¿Cuál será la “última inspiración superior a la poesía”? ¿El poema? ¿De quién la inspiración? ¿Del poeta o el poema? El poema se encarna en virtud del espíritu. Su autonomía se fragua en las palabras hasta el punto que metamorfosea al hacedor. Despierto del sueño o de la Caverna platónica para arribar a la luz o simplemente soy un instrumento del poema? La instrumentación sería de ambos. ¿Es referencial lo real o éste viene de mi arcano Ser? Todas estas preguntas han surgido en el sendero de sus versos.
Realmente este texto tiene por donde cortar aproximaciones que van desde el sueño y el espejo donde caza sensaciones que rigen una virtualidad enunciativa en el Despertar. Para lograr una autonomía del poema sin un referencial real debe construirse una realidad de reminiscencia arquetípica o servirse de la memoria, en este caso, onírica. Sirve de guía la visión platónica pero ajustada al espejo del lenguaje. Toda enunciación tiene su nacimiento en el poema. Hay un sujeto que hechiza lo visto (recordado) por la mirada interior metaforizada. Posee un vínculo mediatizado por el espejo y el lenguaje. Esta aventura tiene sabor de solipsismo.
Al Despertar es una maravillosa aventura. Lo subjetivo encarna en lúdicas sensaciones donde hemos de reconocernos como reflejo de una conciencia feliz. No asistimos a un gozo carnal sino a uno compartido por figuras etéreas.
“Entre líneas,
la imagen que contemplo
me ofrece signos que no descifro.
reposando mis pies en escabel
intento leerla,
describir cada pasaje del texto.
Hay cierto goce del saber sediento
de este instante
al interpretar las piezas sueltas en sus acentos,
voces que me hablan
como rasgos.”
(Pág. 66)