Ventana

Esquivos rostros de mujer, de Roberto Marcallé Abreu

Giovanni Di PietroSan Juan, Puerto Rico

Es indudable que, como he sostenido en varios lugares, Roberto Marcallé Abreu es el mejor novelista que tenemos en el país. Me refiero no tanto a su estilo, como al contenido de sus obras. El estilo, como es obvio, es periodístico. Y éste de ningún modo tiene que ser considerado como un atributo negativo. Es que lo menciono porque hay personas que, al no poder atacar su obra desde el punto de vista de sus contenidos, en el pasado han tratado de atacarla con relación al estilo. El estilo, a fin de cuentas, es algo subjetivo. La novela más hermosamente escrita, sin un contenido adecuado, termina sólo en el fracaso. Pero una novela de contenido puede aguantar, y a menudo lo hace, todas las críticas que se le hagan a su manera de expresar las ideas que expone.

Porque es de eso de que se trata. Roberto es un escritor con ideas. Para él, entrenado en el periodismo, el estilo tiende a ser secundario. Esto, sin embargo, tampoco significa que no puede, si quiere, alcanzar alturas que podemos considerar como líricas. Es un poco raro que lo haga, y, cuando lo hace, es a través de las descripciones, especialmente de los estados de ánimos interiores de los personajes, pero sabe hacerlo. Y muy bien.

Yo, por no ser ese el tipo de crítica que practico, aquí no voy a perder el tiempo indicando dónde y cómo Roberto emplea el lirismo en sus escritos. Hay cosas más importantes que tratar, y éstas tienen que ver con sus ideas, con ese cuadro que, en los años, ha ido creando de la sociedad dominicana, denunciando sus males y, de alguna forma, tratando de sanar sus heridas a través de sus obras. Heridas que son muchas y profundas. ¿Y qué otra función tiene un escritor, y en este caso específico, un novelista, sino ésta? Y es bueno que lo sea, ya que, en el mundo en que ahora vivimos, a los escritores en general les ha dado por abandonar cualquier preocupación por lo social, por el ser humano, y encerrarse, no en una torre de marfil, lo que era tradicional, sino más bien en una verdadera pocilga hecha de sentimientos vacíos que no están relacionados con nada. Con nada edificante, sin duda. Es el caso, como se puede fácilmente deducir, de la literatura light.

Hace tiempo que llevo hablándole a Roberto del hecho de que él, en sus obras, se estaba desplazando de un interés puramente social a un interés más amplio y más contundente: el interés moral. Todo gran escritor, o que a eso aspire, emprende este mismo itinerario en las obras que produce. El tema clave de cualquier obra que se respete es siempre el tema moral. El bien y el mal. La lucha entre estos dos opuestos. Es lo que encontramos en todas las obras de gran envergadura. Siempre.

La preocupación por el tema moral ha estado con Roberto desde el principio. La encontramos presente tanto en sus novelas, como en sus cuentos. Pero, desde las primeras obras, es obvio que este enfoque no era el predominante. Se aparecía aquí, allá y acullá con varia intensidad. “Tienes que romper con eso,” le decía. “Es lo que estás tratando de hacer.” Entiendo, pues, que es en esta obra que él logra definitivamente cruzar el Rubicón, o sea, pasar del interés social, dentro del cual ha escrito obras magníficas y significativas, al interés moral. En efecto, toda la tensión que se registra en esta obra, aunque esté de nuevo firmemente radicada en lo social, lleva consigo una honda carga moral. De la descripción de la sociedad en descomposición, Roberto se eleva a una visión ética de la humanidad toda. De la humanidad, sí, porque, aunque los personajes que aquí aparecen son indudablemente dominicanos en su nacionalidad, ellos ya no representan un simple problema local; representan, más bien, el problema más amplio y contundente de la humanidad como tal.

Es casi una norma en la novelística dominicana que el autor haga símbolos de sus personajes principales. El personaje femenino, como he explicado en otras ocasiones, simboliza la patria; el masculino, el pueblo. Entre estos dos personajes se lleva a cabo una dinámica de acción que va ilustrando cómo el pueblo trata de salvar a la patria del peligro del descalabro. El autor, en el mejor de los casos, hace esto de manera inconsciente. De hecho, diría que es raro que esté consciente de este manejo de los personajes como símbolos. Si lo está, es posible que todo le vaya a salir de un modo mecánico y, en consecuencia, falso. Es que los símbolos no se pueden manipular, pues salen del subconsciente tanto del autor, como de la sociedad a la cual pertenece. El empleo de los símbolos, por ejemplo, es evidente en una obra como En honor a mi querida Stella, siempre de Roberto. Aparece en muchas otras.

Ahora bien, ¿qué ocurre en la presente obra? Ocurre algo raro. Hay un personaje principal femenino, Victoria Alexandra, que simboliza la patria. Sin embargo, no aparece ningún personaje masculino, ni siquiera secundario, que simbolice el pueblo. Toda la obra gira alrededor de la figura de Victoria Alexandra. Junto a ella, aparecen otros personajes femeninos, los cuales refuerzan su figura. La doctora Vicioso, por ejemplo. O Emma, su mejor amiga. Es como decir, pues, que aquí, en esta obra, la patria se ha quedado completamente sola y aislada. Sin un pueblo que la respalde y que se sacrifique por ella.

Aunque en la obra no haya un personaje principal masculino que lo represente, esto no quiere decir que el pueblo no esté presente. Lo está. Y lo está porque todas las actuaciones de Victoria Alexandra como encargada del ejecutivo están encaminadas a aliviar sus males ya endémicos. Es que en esta obra asistimos a la casi desaparición del pueblo dominicano. Su salud, o sea, su misma vida, está en peligro mortal. De ahí que la obra trate principalmente de la adulteración y falsificación de los medicamentos que se le suministran. Es, ésta, una metáfora para indicar cuán drástica es la situación de miseria y abandono de ese pueblo. El pueblo dominicano, desde esta perspectiva, simplemente no existe ya. O, si existe, falta muy poco para que desaparezca.

En tal sentido, ahora no es, como en otras novelas, el pueblo el que actúa para salvar a la patria, sino ella misma que hace de todo, hasta entregar su vida, para redimirlo a él. La doctora Vicioso y Emma, el colectivo de mujeres que se menciona, no son más que extensiones de esta patria, simbolizada, como sostengo, por Victoria Alexandra. La doctora Vicioso morirá en el intento de ayudar al pueblo. Será de una forma atroz. Victoria Alexandra también muere al final, involucrada en una mise-en-scène que la desacreditaría ante la opinión pública y la sociedad. Quedará sólo Emma. Es ella la que tiene la encomienda por parte de Victoria Alexandra de reunir el colectivo, hacer público el escándalo de los medicamentos, decir la verdad acerca de la muerte de la doctora Vicioso y continuar con la lucha. Victoria Alexandra se considera a sí misma como una mujer, una esposa y una madre. Es una profesional y llega al cargo que ostenta porque ve al pueblo desde esa perspectiva. Es, ella, una figura redentora, lista a sacrificarse para que el pueblo pueda alcanzar, aunque sea un mínimo de vida, dentro de la existencia mortífera que lleva y que lo ha reducido al anonimato y al total abandono.

Encontramos, es cierto, un personaje principal masculino. Es Reynaldo, el esposo de Victoria Alexandra, un prominente y rico abogado. Pero Reynaldo no simboliza al pueblo ni representa sus intereses. Él simboliza las élites. Reynaldo es el nombre por el cual Victoria Alexandra lo conoce, y es por ese nombre que podemos decir que él simboliza el pueblo, algo que dejó atrás, en su lejana juventud. Como símbolo de las élites, Reynaldo lleva otro nombre: Rogelio, así en letras itálicas. Dentro del círculo en que se mueve, círculo oscuro y de intereses turbios contra el pueblo y la misma patria, es así como se le conoce. Rogelio es un nombre místico. Él no lo escoge, sino que “alguien” se lo impone. Y ese “alguien” son los “poderes ocultos” que todo lo manejan en el país y, por extensión, en el mundo. Apenas graduado de abogado, esos poderes escogen a Reynaldo, le imponen el nombre de Rogelio y le hacen propuestas tentadoras que él no puede rechazar. Como se le explica, el suyo es un “contrato de por vida” al cual “estaba prohibido rehusarse.” (págs. 10-11) ¿Para qué ser pueblo y vivir en la miseria, cuando puede formar parte de las élites y tener dinero, todo tipo de placeres y poder? Aunque al inicio Reynaldo no esté seguro, pronto tomará el paso. Se pone al servicio de los “poderes ocultos” y alcanza la buena vida. Llevará así una doble existencia: como Reynaldo, ante Victoria Alexandra y sus hijos; como Rogelio, en las sombras. Aprenderá a ser inescrupuloso y manipulativo. Aprenderá a mentir y a disimular. Se involucrará en muchos crímenes, a veces hasta manchándose las manos de sangre.

¿Por qué el pueblo ya casi no existe? ¿Por qué se ha quedado sola la patria? Como es obvio, como resultado del poder de las élites. Son estas élites, económicas y políticas a la vez, que, tomando el control del Estado, ven en el pueblo exclusivamente una masa de esclavos. Para ellas, la patria no existe. Es un concepto que odian. ¿Redimir a las masas? ¿Para qué? Ellas están ahí como un rebaño. Lo que hay que hacer es brutalizarlas. Y lo hacen a través del espectáculo, de la falta de higiene, educación y trabajo, eliminando cualquier posibilidad de un futuro digno. ¿Por qué las élites actúan así? Porque su único dios es el dinero. Con el dinero acceden al poder. Se imaginan que en el mundo venidero lograrán hasta la inmortalidad física, resultado de los avances científicos. Con su dinero, podrán pagarse esa inmortalidad. Las masas, por el contrario, no.

Este discurso no lo hago yo, aquí. Es el discurso que Rogelio hace en la obra cuando trata de explicar por qué dio el paso que dio ante la propuesta que los “poderes ocultos” le hicieran. Rogelio y otros como él, especialmente los que se encuentran detrás de ellos, como Delmonte, Rubio, Marcel y Vargas, están convencidos de la lógica y la conveniencia de este discurso. No lo encuentran inmoral ni nada de eso. Ellos tienen entendido que se mueven dentro de una realidad superior a la realidad material en la cual se sitúan automáticamente más allá del bien y del mal. Son dioses y, al alcanzar esa anhelada inmortalidad prometida por los avances científicos, lo serán aún más.

Es que los “poderes ocultos” que Roberto describe en su obra son las élites mundiales. Esas mismas que ahora, a través de muchos medios, se están revelando como sostenedores de una nueva religión. Nueva para la gente común y corriente, anclada como todavía lo está en el concepto tradicional de la moral, pero muy antigua desde su propia perspectiva. Esos “poderes ocultos” detrás de las élites, aunque Roberto no los identifique por su nombre, son los así llamados “Iluminati”. Estos “Iluminati”, de los cuales es muy difícil determinar su identidad y hasta existencia, tienen toda una agenda de dominio que no se circunscribe a éste o aquel país en particular, sino que más bien abarca al mundo entero. Son los que empujan para que se concretice un Nuevo Orden Mundial. En ese Nuevo Orden, ya la moral tradicional no existirá para las élites, las cuales podrán practicar finalmente su religión originaria y de siempre, el Satanismo. Para ellos, las masas serán sólo fuente de riqueza, producto de la más despiadada esclavitud. Sus infantes, cuando se les antoja, serían víctimas en sus sacrificios humanos, entendidos éstos como una forma de alcanzar un plano moral que está más allá del bien y del mal.

Reitero que Roberto no dice estas cosas abiertamente, ni tiene que decirlas, pero están presentes en la obra. Todo el actuar hipócrita de Rogelio, por ejemplo, ¿qué es, sino un actuar entendido como una manera de situarse más allá de la moral tradicional? El secuestro de la doctora Vicioso, sus horribles sevicias y sangrienta muerte, ¿qué es, sino lo mismo? ¿Y qué es esto, sino Satanismo puro? Es el Satanismo lo que explica todo el discurso de Rogelio en los capítulos 23 y 24. Es el Satanismo lo que les promete la inmoralidad física a las élites. Roberto, de nuevo, no dice estas cosas abiertamente, ni tiene que decirlas. Pero es evidente que las conoce y que las está empleando como sustrato a su obra. De no ser así, ¿cómo explicar a un personaje como Rogelio? ¿Para qué mencionar figuras satánicas como Vargas o demoníacas como Marcel y como Rubio? ¿Cómo explicar lo que le ocurre a la doctora Vicioso y después, al final, a la misma Victoria Alexandra, cuando acude al apartamento de Noemí, la amante de Rogelio? Sin una referencia, aunque sea circunstancial, a las élites mundiales, o los “Iluminati”, y su pesadilla del Nuevo Orden Mundial que piensan implantar, nada de eso tendría sentido.

Como podemos ver, nos hemos ido desplazando paulatinamente de la figura de Victoria Alexandra como símbolo de la patria a otro nivel, universal, donde ella no es sólo el símbolo de la patria, sino que de la humanidad toda. Esto porque, si la Organización (Roberto la llama “Estructura”) detrás de los “poderes ocultos” tiene en mente crear un Nuevo Orden Mundial, ya las patrias, en su individualidad, aunque persistan, no son lo importante en la historia humana; lo importante es el mundo, el mundo como conglomerado de las patrias, a las cuales hay que destruir, y de los pueblos, a los cuales hay que brutalizar y reducir a la esclavitud.

Hago notar aquí, como de pasada, que en toda esta discusión no se está haciendo referencia directa al texto ni se está citando de él, como es normalmente la costumbre. Este es un procedimiento inevitable, pues, de hacerlo, se terminaría con agregar largas citas textuales que simplemente harían poco manejable la discusión que estoy llevando a cabo y sólo la alargaría. Además, mucho de lo que estoy diciendo se encuentra en la obra sólo de forma implícita. Son revelaciones breves e instantáneas, casi insinuaciones a veces, que Roberto va incorporando a la trama sin nunca entregarse a una explicación abierta. Esto, lejos de ser una falla en la obra, es, sostengo, una ventaja. Lo es porque, ante las demás obras suyas, ésta le funciona casi como una composición lírica en su contenido. O sea, que ella no dice las cosas; más bien, las sugiere.

Hay, en la obra, un elemento que resulta curioso. Es el hecho de que, en varios lugares, Roberto nos da a entender que está desarrollando un discurso levemente feminista. El personaje principal es Victoria Alexandra. Después, aparece la doctora Vicioso. Más tarde, Emma. Cuando se habla del Colectivo, es un colectivo de mujeres. Los personajes que toman las decisiones en la trama son mujeres. Hasta del lado opuesto de Victoria Alexandra aparece una mujer, Marcel, que es la que hace el primer contacto con Reynaldo. Laura, su asistente, y Noemí, la amante del esposo, son mujeres. En consecuencia, hay hombres, especialmente entre los militares, que resienten la preeminencia de las mujeres en los asuntos públicos. A Victoria Alexandra se la escoge por el cargo que ostenta porque es una mujer y, por ende, supuestamente sujeta a ser dominada con facilidad. Será algo que no resulta. Entonces la pregunta es si Roberto está o no desarrollando ese tipo de discurso. Y la respuesta es que no. No lo es por dos razones. Primero, porque Victoria Alexandra no es una feminista. Ella se siente bien en su condición de mujer y disfruta su rol de esposa y madre. Segundo, porque Victoria Alexandra de ningún modo aboga por la superioridad de la mujer, sino por su paridad con el hombre. Lo vemos en su relación con Reynaldo y en la forma en que trata a los hombres que vienen en contacto con ella en su posición como ejecutiva.

Esto nos dice que, al dejar atrás a Victoria Alexandra como símbolo de la patria, de una vez entramos en otra dimensión, más profunda, en la cual ella se convierte en el símbolo de la humanidad.

La clave de este cambio la tenemos en el personaje de Rosita, esa niña huérfana de padre que, agobiada por el mundo actual, nefasto y depredador de la inocencia de los jóvenes, termina ahorcándose en el baño de un colegio donde Victoria Alexandra era maestra. En repetidas ocasiones, tanto en broma como en serio, Victoria Alexandra le sugiere a su madre que le gustaría llevarse a Rosita a su casa, hacer una hija más de ella. Victoria Alexandra tiene dos hijos. Están estudiando fuera del país. Los hijos son siempre el símbolo del futuro. Y eso es lo que Rosita simboliza: el futuro de la patria y de la humanidad. Los “poderes ocultos” ponen constantemente en riesgo ese futuro. ¿Qué lleva a una niña inocente de catorce años como Rosita al suicidio? Aquí, Roberto nos lo dice en detalles. Es el ambiente de corrupción que las élites han creado a través de los medios de comunicación de masas, todos bajo su control. En esos medios–la televisión, los periódicos, el cine, el internet– se promueve la banalidad más asombrosa y el irrespeto hacia nosotros mismos y los demás. Más que cualquier otra cosa, se promueve la subversión de los valores morales tradicionales. ¿Hasta cuándo pueden las sociedades resistir el desmoronamiento que esta situación produce? No se trata sólo de esta o aquella sociedad en particular; es la humanidad entera la que, ahora, sufre bajo la férula despiadada de esa propaganda deshumanizante. Pronto no habrá futuro que le sonría a los jóvenes, como no hay futuro para una niña como Rosita, quien, pese a la tragedia de la muerte de su padre (el símbolo tradicional de la protección), siempre, según su madre, mantenía una sonrisa en sus labios. Era, la suya, la sonrisa del futuro de la humanidad. Y era la sonrisa que, nuevamente según su madre, el ambiente apestado creado por los medios de comunicación de masas le quitó a Rosita para siempre. Victoria Alexandra no es madre sólo de sus hijos. En su relación con esa niña, en su deseo por adoptarla, es madre también de todos los niños. Como tal, se convierte en el símbolo de la humanidad.

Como resultado, la lucha que Victoria Alexandra lleva a cabo para salvar al pueblo es la lucha de la humanidad para salvar al mundo de los nefastos designios de los “poderes ocultos”. Los medicamentos adulterados y falsificados representan el fin de los pueblos en cuanto tales, su embrutecimiento y muerte, Y es contra esta práctica que Victoria Alexandra pone todos sus esfuerzos en el cargo que ostenta. Hay que salvar el futuro de la humanidad en un mundo donde todo ya está en manos de los “poderes ocultos”.

Sin embargo, la humanidad es un término abstracto. Denomina la totalidad de los pueblos. Y son los pueblos los que construyen las patrias. Lo hacen a través de sus propias identidades individuales. O sea, que los pueblos tienen costumbres, tradiciones, idiomas diversos, culturas distintas. Esto es algo que apreciar. Lo único que, en el mundo que los “poderes ocultos” planean, y que las élites intentan implantar, no habrá espacio para tales identidades. Las patrias tienen que desaparecer. Así sus costumbres, tradiciones, culturas, y, posiblemente, hasta sus diversos idiomas. En efecto, todas las élites hablan ahora un solo idioma entre sí mismas, el inglés yanqui, y desprecian el propio. Hacen lo posible para imponerlo, especialmente en el campo de la tecnología. Los pueblos no son las élites. Tampoco son los “poderes ocultos”. Los pueblos son siempre el pueblo menudo, las masas, y esto quiere decir raíces, solidaridad humana. Justamente lo que esos “poderes ocultos” atacan, pues saben muy bien que ese es el punto fuerte de los pueblos, como también su propio punto débil. Nunca habrá un Nuevo Orden Mundial, un mundo unificado y dominado por las élites, si persisten las raíces, si persiste la solidaridad humana.

De ahí que, cuando Reynaldo es acercado por los “poderes ocultos” a través de las élites por primera vez, las personas que lo contactan le imponen otro nombre, el de Rogelio. Es una manera de reemplazar sus raíces y cortar los lazos que lo atan a Victoria Alexandra. Hay que aislarlo, atomizarlo, para mejor controlarlo y llevarlo a pensar lo mismo que las élites. Rogelio, como Reynaldo, o sea, dentro de la realidad de su nombre originario, es pueblo. Si va a formar parte de las élites, hay que destruir esa otra realidad en él. Rogelio termina siendo así su nueva identidad, su identidad como miembro de las élites. Como tal, él no tiene nada que ver con Vicki o Victoria Alexandra. Es verdad que se casan y tienen hijos, pero, para Rogelio, se trata de dos mundos separados entre sí. Ella, trabajadora social, está con el pueblo, se identifica con él, quiere ayudarlo a mejorar su situación. Es así como llegará a su cargo ejecutivo. Él, por el contrario, será el abogado de las élites, y, en esa función, las defenderá y vivirá entre ellas, con su dinero, sus privilegios, sus queridas, y, claro está, también sus crímenes, a veces sangrientos, en los cuales lo involucran. A propósito. Porque se trata de controlarlo mediante el chantaje. ¿Qué tiene que ver Rogelio con Vicki, sus hijos, la solidaridad humana? Nada. Las élites no quieren eso. Sus planes son los planes de los “poderes ocultos”, cuyos valores son completamente opuestos.

Esto explica cómo Rogelio, al final, emprende todo un proceso de “desintoxicación” a través del cual tratará de regresar paulatinamente a su identidad originaria, a lo que era como Reynaldo. Es el proceso que encontramos en los capítulos 24 y, en especial, 30. Como él mismo nos lo dice en las páginas 203-204, cuando, emprendido su proceso de desintoxicación, Rogelio piensa en Victoria Alexandra y lo que había sido su vida junto a ella. A las palabras de su esposa que le habla por teléfono de lo alejados que están últimamente, Rogelio contesta que ella es y siempre ha sido el amor de su vida, que la ama “más que nada en el mundo”. (pág. 208) “Él mismo,” dice el texto, “al hablar de esa manera, se sintió como un ser de otro mundo.” Y agrega: “Pese a todo, sabía que la respetaba, que ahora la amaba de una manera diferente y que, a pesar de sus secretos, de su vida disoluta, sus hijos y ella eran lo único puro y transparente de su propia existencia.” Para terminar: “Y que, visto desde cualquier ángulo, era un tesoro invaluable.” (pág. 208)

Esto no tiene nada que ver con el sentimentalismo barato. Es que, aunque siga involucrado en los crímenes de las élites, Rogelio está avanzando en su regreso hacia su identidad originaria, la de Reynaldo. Esta persona es ya muy diferente a la que, al involucrarse por primera vez con las élites, medita acerca de las ventajas que representa una vida al servicio de los “poderes ocultos”. Citamos en extenso, para tener una idea clara:

“No se arrepentía por las decisiones asumidas. Por haber escogido esa otra realidad que ya era una parte esencial de su estilo de vida. En el contexto en que él se desenvolvía, los asuntos poseían una dinámica diferente. El sexo ocupaba un lugar primordial, como parte de un vasto concepto sobre el placer. No se trataba del sexo vulgar como una buena parte de la gente lo entendía, ni eran comunes u ocasionales las personas con quienes se practicaba. Se trataba de mujeres escrupulosamente seleccionadas por su belleza, por su juventud, por su despreocupación y desinterés hacia los graves asuntos de los que él y los suyos eran los únicos responsables, por su lealtad y obediencia.

Lo era el dinero. En su estado de cosas, la codicia era el norte. Poseer tesoros, acumular riquezas, cuanta riqueza estuviera al alcance o se encontrara disponible. Se fomentaba el apetito ilimitado por bienes materiales de cualquier naturaleza. Tomar cuanto se pudiera sin ninguna clase de pudor. Extender la vida, el placer, el disfrute de lo material o de lo espiritual, erradicar el dolor, solo era posible si se poseía suficientes recursos. Si alguna vez la eternidad surgía de los laboratorios, era razonable disponer con que comprarla porque ni pensar que se la obsequiarían. Debía costar una suma fabulosa.

Los ya conocidos y convincentes avances médicos eran una curiosa y entusiasta preocupación entre los suyos. Las posibilidades, tal y como se planteaban las cosas, iban más allá de la imaginación. Bueno era estar preparado, de manera que cuando las gratas noticias llegaran, existiera la posibilidad de aplicar ventajosamente, por parte de esa conservadora y de seguro minuciosa lista de elegidos.

El placer y el dinero eran una especie de antídoto contra las consuetudinarias desgracias de la cotidianidad, ese era el concepto. El placer daba motivación, justificación y sentido lógico a la vida. Era la otra cara del esfuerzo y la dedicación. El dinero era la llave maestra que abría todas las puertas. Luego estaba lo demás.

De verdad que la vida era cruel. Existía la selección natural, solo los más fuertes y capaces de adaptarse podrían vivir y sobrevivir. Cuanto no se impusiera a las circunstancias, cuanto no tolerara las realidades cambiantes, sencillamente resultaba barrido sin piedad. Esa era la enseñanza de la historia y de la madre naturaleza.

Sobrevivir era sencillamente eso. La bondad, la generosidad, los ideales, el amor concebido como un gesto de desprendimiento eran ilusiones para el consuelo y la esperanza de los tontos, o para asumir una imagen pública ilusoria, una comodidad. Salvo lo expresado nunca habían sido realidades auténticas. Naturalmente, en su entorno particular, se procedía con un nivel de consideración, porque esa palabra significaba tolerancia, adaptabilidad, convivencia forzada con el otro mundo. Igual que las múltiples vidas que asumían, de las que él y todos los suyos eran el mejor ejemplo.

Por eso le preocupaba Victoria Alexandra. Era una ilusa, una idealista, una soñadora. Pero ocupaba un lugar en su existencia, en sus sentimientos, en sus recuerdos, en su realidad.

Le habían insistido en la necesidad de que se suscitara con ella una situación complicada, diferente a la relativa armonía que era lo tradicional desde siempre y gracias a su capacidad de ocultamiento y a la siempre ajetreada vida de la dama. La solicitud era que cada uno de los pasos que diera la mujer mereciera la reprobación, la crítica. Que la frenara en sus iniciativas reivindicadoras hasta lo inconcebible, que estimulara sus temores ante el grave peligro a que se enfrentaban las instituciones y la paz social (a la que llamaban quietismo social), fundamentos sobre los cuales descansaba la peculiar estabilidad que los suyos no deseaban ver alterada o en riesgo. Siempre, de manera sutil, como era su costumbre.

Estaba ejecutando su labor de conformidad con lo que le habían sugerido o insinuado y acorde con su propia pericia. Eran ellos quienes dictaban las pautas y daban las órdenes y él sabía y había jurado obediencia irrestricta. Podían hacerle la exigencia: le proporcionaron, como moneda de cambio, una vida única, envidiable. Le mostraron que nuestro paso por este mundo poco o nada tenía nada que ver con ese valle de lágrimas que se advertía en la oración, no.

Estaba consciente de que Victoria Alexandra jamás estaría de acuerdo con esos preceptos. Incluso cuando la mujer empezó a desarrollarse, ellos mismos, sus amos, contribuyeron a estimularla. De modo que jamás imaginaría, crearon muchas de las condiciones que permitieron su ascenso y crecimiento.” (págs. 201-203)

Y, en efecto, es aquí que “los amos” le sugieren que tiene que encargarse de Victoria Alexandra, así como se encargó de la doctora Vicioso. “Ella es un activo, aunque no lo sepa,” le dicen. “Al igual que tú, que sí lo sabes. Cada quien, a su momento y en su momento, debe ocupar la posición conveniente o adecuada para los proyectos constituidos.” (pág. 203)

Por consiguiente, si nos vamos a las páginas 208-209, a esa meditación, es posible ver el cambio que se está dando en Rogelio. Al describir el momento después que Victoria Alexandra le reitera su amor, y le sugiere que ya es tiempo de que encuentren “la vía correcta hacia soluciones perdurables” (pág. 208), o sea, que ya es tiempo de volver a los sentimientos y a la relación de antes, dice el texto: “Él se sintió conmovido. Se le llenaron los ojos de lágrimas. Y, por primera vez en tantos años, se preguntó qué había hecho, qué estaba haciendo con el tiempo que aún le quedaba. ¿Acaso esa forma de vivir y de ser que había elegido era lo único valedero? ¿Ese cinismo? ¿Esa perversidad? ¿No podía creerse, acaso, en la posibilidad de un retorno, de asumir conductas diferentes, de ser él que quizás una vez fue?” No descarta la duda, ya que agrega: “¿O era que se estaba haciendo viejo y con la edad se estaba dejando arrastrar por erráticos sentimentalismos?” (págs. 208-209)

Ya no es cuestión de “sentimentalismos”. Es que la coraza de hierro que Raymundo adquirió al convertirse en Rogelio, esa coraza que lo hace una persona sin piedad y dispuesta a todo, con tan solo adquirir dinero, prestigio, poder y, como los “poderes ocultos” se lo prometen, la inmortalidad física, recibió el primer golpe y empieza a caerse a pedazos. Es la realización que existen sentimientos que van más allá del odio y del temor que son la base de la manera de vivir de las élites. Aunque lo aparente, el mal no es lo que predomina en el mundo. Predomina el bien, que es la solidaridad humana. El bien no pide sacrificios humanos como el de la doctora Vicioso y, posiblemente, el próximo de Victoria Alexandra. Y ese sacrificio, como sabemos, viene. Es al final, cuando Rogelio es obligado a hacer las últimas llamadas a su esposa para que acuda al apartamento de Noemí. Se trata de una mise-en-scène que la involucraría en un supuesto crimen pasional inexistente, pero que acabaría no solo con su vida, sino también con su reputación como defensora de los intereses del pueblo. Suerte que ella lo sospechara con antelación y dejara a Emma encargada de hacer públicos todos los documentos que tiene.

¿Qué significa esta “desintoxicación” que Rogelio experimenta a tal extremo que vuelve a ser lo que era antes, en su identidad como Reynaldo? Significa que los pueblos están dormidos (Rogelio) y ya es tiempo de que despierten (Reynaldo). Como dijimos, la humanidad es un término abstracto. Como tal, denomina la totalidad de los pueblos. En el trance en que la humanidad se encuentra, que es el peligro de ser destruida por los “poderes ocultos”, a través de las élites en su esquema de un Nuevo Orden Mundial, la única salvación para la humanidad se encuentra en el nacionalismo. Los pueblos tienen que volver a su identidad originaria (lo que Rogelio hace), a sus raíces, y enfatizar, como antes, el concepto de las patrias individuales. Aquí no se trata de ningún tonto revanchismo nacionalista; se trata, más bien, de los pueblos salvar a sí mismos del destino que las élites les tienen reservado: su desaparición completa. En ese mundo que las élites proyectan no habrá, como dijimos, identidades individuales, costumbres, tradiciones o idiomas; habrá sólo una amalgama de seres indistintos entre sí, brutalizados, esclavizados y vistos como fuente de explotación ilimitada. No habrá religiones de amor y perdono. Habrá una única religión, el Satanismo. Será una religión fundamentada en la sangre, con sacrificios humanos para propiciar el bienestar presente y futuro de las élites.

Con esta clase de mundo en mente, ¿cómo no reaccionar? Los pueblos tienen que despertar del sueño que las élites les inducen a través de los medios de comunicación de masas. Tienen que volver a ser lo que eran antes, entes individuales y, más que cualquier otra cosa, rebeldes. No es verdad que las élites tienen que controlar a los pueblos. No es verdad que el dinero es el único dios. No es verdad que ya los sentimientos y el amor no cuentan. No es verdad que el futuro de la humanidad tiene que ser el que los “poderes ocultos” decidieron. Una vez los pueblos se desintoxican (Rogelio) habrá esperanza de otro comienzo para la humanidad toda.

En la obra, esto no ocurre. Presionado por sus verdugos, Rogelio, ahora ya vuelto a su identidad como Reynaldo, hace sus llamadas telefónicas a Victoria Alexandra. Ésta acude al apartamento de Noemí, ya no como encargada del ejecutivo en un asunto oficial, sino a título privado. Por eso, cuando Emma y los dos militares que están con ella tratan de acompañarla, Victoria Alexandra se lo prohíbe. Es un asunto privado, dice. Como sabemos, será su muerte. Pero es su muerte como esposa y como madre; no lo es como símbolo de la humanidad. La humanidad no muere; no puede morir, a menos que no mueran los mismos pueblos. Que la humanidad no muere explica por qué Victoria Alexandra deja a Emma, otra mujer, y por ende otro símbolo de la humanidad, encargada de hacer públicos los documentos relacionados al secuestro y asesinato de la doctora Vicioso. Ahora, al encontrarse en el apartamento de Noemí, Victoria Alexandra es sólo una mujer. Le interesa la suerte de su esposo. Noemí, por su parte no tiene culpa. Al igual que la doctora Vicioso y Victoria Alexandra, es una víctima más en toda la situación que se ha creado con relación a Rogelio/Reynaldo, o sea, con relación a la desviación de los pueblos por parte de la manipulación de las élites al servicio de los “poderes ocultos”.

¿Cómo las élites reclutan a Reynaldo en el ámbito de los “poderes ocultos” para que se involucre en sus planes? Al inicio, Reynaldo no está seguro de la propuesta que le hacen. Pero, aparentemente, las élites estaban demasiado interesadas en él para dejarle tiempo de madurar otra opinión al respecto. No en balde terminará una pieza clave en el engranaje criminal que saquea al país. No en balde le dan el encargo, entre otros, de hacer de la doctora Vicioso un ejemplo contra los planes reformadores de Victoria Alexandra. La manera de las élites controlar a los sujetos que escogen es comprometiéndolos en actos delictivos, pero también en costumbres anormales, como la homosexualidad y la pedofilia, y empleándolas como forma de chantaje. O te conformas a lo que nosotros, las élites, te pedimos, y en tal caso serás recompensado con dinero, prestigio, placer y dominio sobre los demás, o hacemos públicas las pruebas de tu práctica de esas costumbres. Así que Reynaldo es drogado y llevado a la habitación de un hotel donde lo esperan un homosexual y dos adolescentes. Ahí, inconsciente de lo que ocurre, se entrega a una orgía junto a ellos. Todo será grabado. Cuando, al día siguiente, al despertar y salir de los efectos de las drogas, reacciona a lo ocurrido, Adam, el homosexual, lo amenaza revelándole la existencia de las grabaciones. Ya no hay salida. Tiene que aceptar su nueva vida, pertenecer a ese nuevo mundo, diferente al usual. Como Wanda le susurra al oído antes de la orgía: “Hoy es tu día de emancipación. El día de dejar atrás tus miedos y tus limitaciones.” (pág. 61) No es casual el nombre Adam. Ni es casual que a Reynaldo se le imponga el nombre Rogelio. Ha habido una ruptura entre lo que era y lo que es ahora. Por eso, al él hablar con Vicki tras su iniciación, tras perder su inocencia inicial, el texto nos dice: “Esa conversación era como de otro mundo, un mundo que, en tan breve lapso, ya le era extraño y ajeno.” (pág. 64) Es el mundo normal, el de Victoria Alexandra, y el suyo, antes de la orgía en ese cuarto de hotel, antes de sentirse comprometido con las élites. Como el texto dice, ahora se siente como un “ángel caído, expulsado de su insólito reino.” (pág. 64)

Y así es. Reynaldo es un “ángel caído” ya. Atrapado en las redes de las élites y al servicio de los “poderes ocultos”, del mal. No es nada raro que le ocurra esto. No lo es porque, para las élites, la homosexualidad y la pedofilia es la norma. Ellas se distinguen tanto por practicarlas, como por promoverlas. Son prácticas fundamentales en su religión, el Satanismo. Es, según ellas, la forma de romper con la moral tradicional. Es su manera de situarse más allá del bien y del mal. Reynaldo, una vez se convierte en Rogelio y termina como parte de las élites, tendrá la tendencia a la pedofilia. Victoria Alexandra, al entrar en el apartamento de Noemí, ¿qué es lo que nota? Nota el cuerpo desnudo de esa muchacha al lado del otro cuerpo, el de su esposo. Noemí, dice el texto, es “tan joven o más que su propia hija”. (pág. 241) No se trata sólo de una forma de chantaje, pues; es, al igual que la homosexualidad, una norma de vida que refleja una dimensión espiritual desviada, perversa, de las élites en ese mundo que los “poderes oscuros” preparan para el futuro.

Tratamos, ahora, de explicar el título de la obra. A simple vista, no parece tener mucho sentido, pues no se ve la conexión que tendría con el contenido según lo hemos hasta aquí presentado. ¿Por qué se habla de “rostros”, en plural, si la obra tiene sólo a Victoria Alexandra como personaje principal femenino? ¿Y por qué se dice que esos “rostros” son “esquivos”, o sea, huidizos?

Para entender el sentido del título hay que volver al discurso que hemos hecho con relación a Victoria Alexandra como símbolo tanto de la patria, como de la humanidad toda. Las patrias forman ese conglomerado que el término abstracto “humanidad” significa. Victoria Alexandra representa la patria dominicana, pues el lugar de los hechos que se narran es este país. Pero también representa otras patrias, ya que lo que ocurre aquí ocurre también en los demás países del mundo. O sea, que, aparte de simbolizar la patria dominicana, como símbolo de la humanidad, Victoria Alexandra simboliza al mismo tiempo las innumerables patrias del mundo, pues las contiene todas en sí misma.

Sin embargo, ese título contiene, además, el término “mujer”. La mujer simboliza la naturaleza, la cual es fuente de toda vida. La mujer, desde esta perspectiva simbólica, es una identidad espiritual, pues la naturaleza es eterna, no tiene inicio ni fin. Los “rostros” de la naturaleza son muchos, y todos son, en cierto sentido, “esquivos”, o sea, huidizos en su sentido, irreducibles a una realidad precisa y única. Es decir, como la mujer, la naturaleza es un misterio. En cuanto tal, no es posible conocerla en su totalidad. No es posible explicarla. ¿Cómo explicar la dimensión espiritual en la vida de los hombres? No es de este mundo material, sino de otro, de un mundo más allá de la materia.

Las élites no entienden esto. Los “poderes ocultos” a los cuales sirven no poseen ninguna dimensión espiritual. Su fin está en este mundo, el material, y es por eso por lo que tratan de dominarlo. Su religión, el Satanismo, aunque hable de poderes espirituales, no los representa. Satán, su dios, es príncipe de este mundo, del mundo material, no del mundo espiritual. Esto explica por qué, cuando hablan de inmortalidad y la prometen, ésta es nada más la inmortalidad física, del cuerpo, y de ningún modo tiene que ver con la inmortalidad del alma, que es la inmortalidad espiritual. De ahí que, para esas élites, la mujer es sólo un medio a un fin, el placer; no es un fin en sí mismo, o sea, la conjunción en el amor con otra persona, de lo cual resultaría un fruto, el hijo o la hija, que es sello de esa conjunción en sentido espiritual y promesa de futuro. Pueden, las élites, considerar el mundo espiritual como una ilusión, la ilusión de los débiles y los ineptos, pero todo en la vida humana niega esta consideración. O la mujer no sería lo que es. Ni el hombre sería lo que es tampoco. Es que la vida es siempre un misterio. Pese a esto, es al mismo tiempo luz en las tinieblas. Es ese “asombro” que ningún “poder oculto”, por más que trate, puede erradicar de nuestros corazones.

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