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Ante el espejo de la muerte

Hoy voy a hablarles del libro: Ante el espejo de la muerte de Doris Lugo. Este comentario se sustentará en describir y analizar tres aspectos puntuales de este libro que me sorprendieron agradablemente de este libro. El primero es el hecho de amén de ser un libro de investigación está motivado, como toda buena investigación, por una razón del corazón. En este caso un rarísimo llamado natural que la muerte le hiciera a Doris Lugo, pues esta vez la llamaba no para asustarla con su tenebrosa presencia, sino para acercarse a ella y encargarle la encomienda de estudiarla y analizarla en los contextos más cercanos a la autora. Doris la escucho, le hizo caso, cito: “Quizás a través de aquellas inocentes actividades la muerte se hizo cotidiana, dejó de tener misterio para mí y se hizo cercana, capaz de comunicar desde su mortal silencio” y esa complicidad entre Doris y la muerte estableció entre ellas un pacto que desembocará hacia la segunda cualidad que contiene en este libro que es el alto nivel de pormenorización y descripción de los detalles. Eso se entiende solo a partir del pacto que mencionábamos hace un rato, el pacto del compromiso con la causa de explicar los motivos de la muerte.

Bueno no tanto así, pero sí el de explicar los motivos que utilizamos los vivos para seleccionar los símbolos con los que vamos a representar la muerte de nuestros más cercanos. Para esto la autora se planteó un enfoque de múltiples perspectivas que le dieran a su investigación un carácter holístico para la comprensión integral del fenómeno estudiado: “este estudio nos exigió una visión multidisciplinaria. Lejos de limitarnos a presentar una cantidad de hechos y posturas pasadas bien documentadas, nos propusimos provocar una investigación integral … el análisis de una posible axiología o actitud que invita a otras lecturas: semióticas, literarias, artísticas y culturales ” Y aquí nace la solidificación de otro tipo de compromiso, anclado a aquel pacto entre Doris y la muerte, ya no estamos ante el latido pasional de una mujer ante un tema que le habló y la condujo por sus senderos, ya en este punto la metamorfosis había ocurrido, Ya Doris no es Doris ni la muerte la muerte. Ahora estamos ante una fuerte e indisoluble condensación entre una investigadora y su tema de trabajo, solidificado por la complicidad que mencionamos anteriormente. Y no podía ser de otra forma, solo una investigadora seria podía tomarse tan enserio las decisiones metodológicas, pero solo una mujer con un motivo personal por realizar una investigación podía tener el olfato de decidir lo que quería que fuera su trabajo. Esa, más que simbiosis, evolución de un estado de escritura es lo que permite que en este libro de atrape la complejidad de detalles que implica estudiar la ideología, iconografía estatuaria e iconografía de pinturas puertorriqueñas.

El tercer elemento que llamó poderosísimamente mi atención sobre este libro fue su forma de llevarlo casi narrativa, de repente no sabía si estaba yo ante una narradora o ante una muy buena maestra. Percibí como si en la lectura alguien me llevase de la mano todo el tiempo indicándome donde hay un punto para detenerse, donde puedo ir más rápido y más lento. Por lo que, en lo particular me sentí en todo el transcurso de la lectura abrigada por el manto narrativo de una maestra. Y en este punto quiero indicar que es precisamente eso, narrar y enseñar que culmina el trípode estructural de la personalidad de la autora que se conjugan en este libro. Primero somos enamorados por una mujer, una chica, una apasionada por el llamado que le hace el tema de la muerte, luego somos sentados por la investigadora, quien nos da confianza y credibilidad para que creamos en lo que nos dice y como dos entes transversales que nos llevan por todo el libro, están la narradora y la maestra quienes nos hacen muy agradable la lectura.

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