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ESCRITORES DOMINICANOS

Las páginas blancas

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CARLOS X. ARDAVÍNSanto Domingo

Hormigas

La laboriosidad de las hormigas, su paciencia de siglos, como si el tiempo les fuese del todo ajeno. No su espíritu colectivista ni la uniformidad de sus sentimientos, empero.

Deberíamos aprender un poco de ellas, ser sus íntimos amigos de vez en cuando, observarlas con minucia mientras degustamos el café de las tres de la tarde o mordemos las primeras manzanas del otoño.

Un microcosmos que se desenvuelve ante nuestra indiferencia y que podría ser materia de nuestro estudio si no estuviésemos tan ocupados en mirarnos el ombligo, en dilapidar el tiempo con artefactos que han desplazado a los libros. Jugamos, como hicieron los antiguos, a engañar la abulia y la infelicidad que nos corrompen como plantas carnívoras. El comercio con la soledad de siempre ha sido asunto complicado.

Ahora que termino mi frugal colación vespertina, una hormiga corretea desorientada, lejos de la fila de sus compañeras que se pierden por las rendijas. Parece aturdida, con miedo de sentir en su alma (aunque no estoy seguro si tendrá ánima; inteligencia, casi seguro). Me digo: la pobre, se enfrenta, por vez primera, a la vasta soledad de la existencia; ha descubierto su propia insignificancia frente a la enorme realidad que la avasalla. Le susurro, para no asustarla más: bienvenida, amiga, hermana.

Intento atraparla, pero se resiste. Además, es muy frágil y podría matarla sin querer. Desisto.

Huye despavorida. Si pudiera leer sus ojos vería en ellos rabia, impotencia, quizás orfandad.

Somos huérfanos en este mundo. Somos estrellas apagadas rotando incesantemente alrededor de un inmenso sol de ceniza. La hormiga también, concluyo, y muerdo con rabia la manzana y apuro el café triste de esta tarde.

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