Ventana

Ensayo

La “Autobiografía en el agua” de Soledad Álvarez

Agua, elemento esencial para la supervivencia del planeta y de todas las formas de vida que en él existen, constituyente fundamental de sus estructuras, materia de incesante movimiento en el ciclo de evaporación, precipitación y desplazamiento que la lleva desde el aire a la superficie terrenal, y desde allí hacia el mar. Agua, destino final de todo, metáfora que hace visible lo invisible y comprensible lo desconocido. Así es también el agua de Soledad Álvarez que esparcida en este nuevo poemario, cumple con eso que para Gastón Bachelard constituye la primera tarea del poeta: el desanclar en nosotros la materia que quiere soñar.

Agua simbólica El agua de Bachelard que aparece en su “Ensayo sobre la imaginación de la materia” representa las “fuerzas imaginantes” que ahondan en el fondo del ser pretendiendo encontrar en él lo primitivo y lo eterno; lo acaecido en el andar de nuestro existir.

En suma, eso que fluye en las páginas narradas en esta hermosa autobiografía que podría ser la de cualquiera de nosotros e indudablemente la biografía de una generación.

En ella la poeta regresa al germen de su ser ya no al encuentro del asombro ante lo inesperado, sino para a través de una exploración de lo íntimo, alcanzar con y desde la obra misma la permanencia de lo transcurrido. Asistimos, pues en esta “Autobiografía en el agua” a un viaje fantasmagórico que conduce a la autora en dirección a la sentencia primigenia que la condena al sueño terrenal y a la soledad con s mayúscula; al retorno de memorias infantiles pobladas por hombres y mujeres que en aquél 1961 abrían grietas al muro del oprobio treintañero, deslumbrada la niña por efigies que rodaban por el suelo derrumbadas por la cólera de todos.

Este es un viaje que sorprende a la joven inquiriéndole a Dios si acaso no llora, si no toma partido ¡Si acaso no se espanta la eternidad imperturbable! Es también el viaje de la mujer aturdida por un dolor que no cabe en la Historia, ni en la suya ni en la nuestra; por el dolor de la muerte del amigo con quien nunca jamás podrá ir a recoger caracoles en la playa. El dolor de una atrocidad apellidada Orlando Martínez asesinado.

La razón poética La vocación salvadora de la poesía que Soledad Álvarez asume sin tapujos (en reminiscencia de María Zambrano quien a su vez ya ha dicho que el poeta se basta con hacer poesía para existir) es también la búsqueda de la razón poética que obsesionó a la gran española que está inserta en los textos de este libro. El deseo (acaso inconcluso) cúmulo de emociones postergadas, aparece delineado en un contundente único poema que domina las páginas de la segunda mitad de este fajo. Es el mismo deseo que había provocado a Ovidio en el siglo II a.C. cuando cantaba al placer del amor ilícito y el furtivo permitido que libraba de crimen al poema; el deseo del amor que Diotima narraba en el Simposio platónico; aquel contra el que Sartre advertía por el peligro de su cercanía a la posesión, escenario del encuentro del Sí –el sujeto mismo– con el otro, objeto del sujeto: el deseado.

Y hasta el deseo contrario a la razón, el Samudaya, perturbador del progreso espiritual según el pensamiento budista.

Soledad Álvarez asume aquí el deseo con insistencia, como leit motiv de lo ya ido. El deseo como eje de una atracción no compartida, no consumada, impedida por la brecha que aleja al amor: … Yo te miraba al otro lado de la mesa / te veía sonreír en tierra inalcanzable / pero tú no me mirabas al otro lado de la mesa / no me veías salir de la cárcel de hielo quemándome en mi propio fuego / toda labio que busca el otro labio… Slavoj Zizek ha categorizado cómo “la desaparición del amor como evento trascendental” expresa lo sucedido a este sentimiento ante la vorágine mediática y tecnológica de la posmodernidad.

Ante la certidumbre que la preponderancia de lo material como condición sine qua non que el vivir de hoy nos otorga, el amor a riesgo, el amor entregado al azar de la aventura y a las consecuencias de su permanencia o de su fin, el amor sugerido en estos poemas, parecería estar destinado a morir.

Hablo aquí de un amor kamikaze incapaz de existir sin el convencimiento de su propia absurdez y sin la danza cuasi-mortal del enamoramiento −que no del amoramiento−. Es el amor que no desea prescindir del convencimiento de que su riesgo lo vale todo, similar al amor que con la misma obstinación del piloto suicida que se reconoce inmortal, se arriesga a ser “muestra mortal de la inmortalidad”, como diría Pessoa.

POEMAS DE SOLEDAD ÁLVAREZ Deseo inconcluso (fragmento)

1

Yo te miraba al otro lado de la mesa/ te veía sonreír en tierra inalcanzable,/ y como si despertara un bosque de un hechizo de muerte/ se agitaron los árboles en la habitación cerrada / -eran árboles anidados de tu silencio/ como de pájaros que echaron a volar hacia los nimbos/ en el cielo raso-./ Remolino de hojas prendiapaga de relámpagos/ floración del jazmín en el aire tréboles tremolantes/ de blanco de ingrávida placidez/ se multiplican llueven sobre tu cabeza/ sobre ti que te inclinas para escribir lo que no vendrá/ desde tu sombra ensimismada.//Encantamiento de los sentidos/ embriaguez iniciática de amor? //Pero tú no me mirabas al otro lado de la mesa,/ no me veías salir de la cárcel de hielo / quemándome en mi propio fuego,/ todo labio que busca el otro labio/ toda piel intocada yendo hacia ti ofreciéndose/ en su extensión de seda el palpitar desbordado/ para la caricia que no llega; / al borde de la silla como al borde del abismo/ húmedo de imparable humedad fluyendo debajo de la falda/ tiembla el pistilo abierto.

2

Apenas un roce/// de tu mano en mi mano./ Apenas por un instante tus ojos///deteniéndose en los míos,/ tan leve el gesto el movimiento de tu cuerpo/ acortando la distancia en el límite de su dominio./ Casi nada: un roce, una mirada, un movimiento/ bastó para que la tierra girando enloquecida se abriera bajo mis pies/ y yo cayera sin alas en cuerpo y alma al fondo del deseo, / al fondo de tu sima de vidrios rotos para romperme entera/ y desde los pedazos dispersos ir a ti huyendo de mi soledad,/ con la sed ávida de la nómada que llega al oasis/ después de atravesar desiertos,/ con el hambre de la mendiga que ha tocado todas las puertas/ y sólo ha recibido la lástima como mendrugo./ Para salvarme tendría que desandar el extravío/ regresar al momento exacto en que tu mano atravesó el aire para rozar la mía,/ y darme vuelta y vendarme los ojos para no mirarte/ y atada entera como Ulises al mástil trasponer el hechizo de tu silencio/ pero desear es salir indefensa a la noche de la incertidumbre,/ a la oscuridad que llama minada de flores carnívoras;/ y es imposible retroceder como imposible salvarme de mí misma: / estoy perdida.

3

Cierro los ojos y veo tus manos, / tus manos de Dios que salvan y destruyen./ En el vértice de la despedida tus manos que no me tocan/ delineando el contorno acariciando la taza de café,/ los dedos largos y las uñas pequeñitas/ “iguales a las de mi padre”, dijiste.

4

Porque te deseo doy de comer a las fieras/ porque te quiero sonrío a mis enemigos./ La bondad es una especie de desesperación, también.

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