Ventana

Literatura

Homenaje a Diógenes Valdez

El ensayo sobre su libro de cuentos “Motivos para aborrecer a Picasso” se publica homenaje al narrador Diógenes Valdez.

Giovanni Di PietroSan Juan, Puerto Rico

A l conocer muy poco los cuentos de Diógenes Valdez, no hace mucho tratamos de leer su primera publicación en el género, “El silencio del caracol”. Aunque no terminamos el libro –y esto por varias razones que nada tienen que ver con su calidad literaria–, fue una lectura que nos impactó mucho, ya que en cada cuento notamos la indudable presencia de una mano experta. “El silencio del caracol” es un libro que nos lleva a una interrogante– el porqué de ese mundo tan triste y despiadado que Valdez elabora. En efecto, no existe en él –no creemos– un solo cuento que tenga un final por lo menos un poco feliz. Quizás sea esta la razón por la cual, después de nuestro primer intento, nunca tratamos de terminarlo. Pero no vamos a entrar en esa cuestión aquí. Sólo pensamos que, en un futuro, valdría la pena que alguien tratara de investigar de dónde proviene esa postura trágica que encontramos en esos cuentos, si es que refleja algún elemento fundamental de la personalidad del autor. Después de todo, pensándolo bien, las tres novelas que ha publicado hasta la fecha reproducen ese mismo patrón y se exponen a igual pregunta. De lo que queremos hablar aquí es, más bien, del nuevo libro de cuentos que Valdez apenas termina de publicar con Editora de Colores, Motivos para aborrecer a Picasso. Cuentista En sus “Apuntes sobre el arte de escribir cuentos”, Juan Bosch explica que, para tener éxito, el cuentista tiene que captar el interés del lector desde el inicio de la composición. Él tiene que “agarrarlo” y “no soltarlo”, para así decirlo, hasta el final. Al escribir los cuentos que componen Motivos, tal parece que Valdez tuvo bien presente la lección de este eminente cuentista. z No es que Valdez haya decidido seguir esa lección justo ahora; es que la había hecho suya desde hace mucho tiempo, ya que una simple mirada a El silencio del caracol nos lo comprueba. En esos cuentos, al igual que en los de Motivos, él aplica lo que Bosch dice y lo lleva a su perfecta culminación. Por eso, en Motivos no existe un solo cuento donde Valdez no trate de poner en práctica esa lección boschiana acerca del difícil arte de escribir cuentos. Es verdad que los primeros cuentos no parecen funcionar de esa manera y tienden a poner el énfasis sólo en su conclusión, es decir, en el elemento de la sorpresa; sin embargo, en lo que avanzamos en la lectura, nos percatamos que eso ya pasó, y que los demás cuentos nos “agarran” desde la primera oración y “no nos sueltan” hasta el final. Al leer Motivos, podemos dejar a un lado esa manera que Valdez tiene de retomar historias ya relatadas por otros autores, algo que, en la introducción, su editor define como pastiche. Aunque pueda parecerlo, y eso porque es una manera fácil de crear interés en el lector, estimulando tanto su curiosidad como su expectativa, éste no es lo que importa. Lo que importa es, más bien, el hecho de que a Valdez los cuentos le funcionan; que cada uno de ellos, como hemos dicho, nos “agarra” y “no nos suelta” hasta terminarlo. De hecho, al finalizar la lectura de cada cuento –hay que fijarse en este detalle–, observamos que no es de ninguna manera el “truco” del supuesto pastiche lo que hace el cuento, sino su aspecto altamente dramático y el suspenso interno que el cuentista logró crear. En este sentido, los cuentos de Motivos se salen del mero “invento bonito” –que es lo que el pastiche implica– y se delinean como cuentos de por sí autónomos. A lo mejor esto no funciona muy bien en cuentos como “Pneuma vital” o “Motivos para aborrecer a Picasso”, donde Valdez hace eco de “Muerte en Venecia”, de Thomas Mann, y de “Drácula”, de Bram Stoker, pero es indiscutible que en los cuentos de más importancia su independencia de esos ecos es más que exitosa. Como fácilmente podemos observar, en “Los delfines”, “El pincel del demonio” y “Dídimo” la autonomía del cuento es absoluta. Habilidades Por consiguiente, nos equivocaríamos sobremanera si tratáramos de ver los cuentos de Motivos sólo desde esa perspectiva, o sea, como pastiches más o menos superados y después llevados a un nivel más alto. Es que si no todos, por lo menos buena parte de ellos, pueden ser considerados como cuentos que funcionan fuera de ese patrón restrictivo y tienen un valor intrínseco que les permite alcanzar una indudable excelencia. O sea, que estamos hablando de la habilidad de Valdez de crear situaciones y realizar descripciones de tremendo impacto, como ocurre en “El zoo debajo de la cama”, en “Dídimo” y en “Bajo un alud de sueños”. ¿Qué más impactantes que las situaciones y las descripciones que encontramos en “El zoo debajo de la cama”? Ahí no se trata de jugar con la imagen del hombre lobo, como parece a primera vista; se trata de tener ante nosotros un cuento verdaderamente acabado, en el cual un niño –el personaje narrador– ve ante sus ojos la total trasformación de su tía, de una persona algo chiflada a otra completamente repugnante y comprometida con el mal, que es el mismo símbolo del mal. ¿Acaso no impacta el cuento “Dídimo”? En este caso, no es simplemente cuestión de reconstruir el relato bíblico; es cuestión de crear una situación nueva, perfectamente aplicable al mundo de hoy. Como podemos ver, pues, Motivos no es un simple libro de cuentos en el cual Valdez sólo juega con cierto material y hace pastiches, como se deduce de la introducción del editor; más bien, es uno en el cual continúa con su establecida costumbre de narrar con gran habilidad hasta llegar al más acabado de los logros. (+) RETRATO HABLADO DE UN ESCRITORLas letras nacionales están de luto. Diógenes Valdez acaba de partir, ligero de equipaje, a esos complejos mundos desconocidos, a los que todos los mortales iremos a parar alguna vez. Humilde hasta la muerte, laborioso escritor, Diógenes Valdés andaba siempre en bajo perfil. ¿Las causas? Escaparse del mundillo literario, alejarse de los chismes e intrigas que se cuecen en el trasfondo de la cotidianidad. Fue un sancristobalense orgulloso de su terruño natal quien, además de unas cuantas novelas y cuentos, nos dejó como legado la voluntad de salir adelante con sus propios esfuerzos. De regreso de sus viajes, siempre volvía a su terruño natal, a encerrarse en su casa o a apoyar el trabajo del movimiento de talleres literarios que allí existía. En vida obtuvo las más altas distinciones a que puede aspirar un escritor dominicano dentro de su patria, desde los premios de Casa de Teatro hasta el Premio Nacional de Literatura que lo consagra entre los grandes creadores criollos. También, una calle de la Feria del Libro llevó su nombre por un año. Nunca dejó de ser Diógenes Valdez. Supo que la vida le dio el don de escribir y a él se consagró, sin desviar su rumbo hacia otras profesiones. Publicó novelas, pero sin dudas, su trascendencia como escritor la alcanzó en el género cuento, donde sus piezas constituyen referencias obligadas a la hora de estudiar la evolución de la narrativa dominicana en las décadas finales del siglo XX. A su velatorio asistieron muchos amigos, tanto de su pueblo natal, como figuras de la cultura dominicana que lo admiraron y reconocieron por su legitimidad profesional. Los Premios Nacionales de Literatura Tony Raful y Mateo Morrison, así como Manuel Mora Serrano (quien debiera recibirlo antes de que llegue a la novena década de su vida) y Federico Jóvine Bermúdez, lo fueron a despedir en representación de la clase intelectual del país que en vida siempre le reconoció el merecido lugar que ocupa dentro de las figuras prominentes de su patria. Ahora, su corazón se acaba de partir en dos mitades. Nos deja su palabra, sobre todo sus cuentos, que permanecerán en la historia de la literatura caribeña (L.B.)

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