MUNDO INVISIBLE
Poesía y mundo invisible
El autor refiere la obra de dos autores fundamentales de su país, Antonio Gamero y Oswaldo Escobar Velado, ya fallecidos, y que viven en la sombra ante la indiferencia de la sociedad.
Hablar de poesía en tiempos de cólera y rencores es como hablar de la soga en casa del ahorcado. Pero es necesaria en el actual entorno social donde la palabra es iracunda para ofender o crucificar. “Poesía eres tú” escribe Bécquer a su amada que lo mira con sus ojos azules. Sensibilidad, literatura y arte contra la violencia y la ilegitimidad. Esto me permite hablar de cuatro poetas que corren el riesgo de ser olvidados: Antonio Gamero (1918-1974), Oswaldo Escobar Velado (1916-1960), Orlando Fresedo (1932-1965) y Vicente Rosales y Rosales (1894-1980). Unos más y otros menos tienen diferentes niveles de relegamiento en las sombras de la indiferencia. Y que no nos extrañe, esto va incluso con maestros: Francisco Gavidia y Alberto Masferrer. Dos quijotesPor razones de espacio me referiré solo a los dos primeros. Compartíamos con Escobar Velado la bohemia de café (de ahí provino el nombre de poetas de cafetín como nos decían a los jóvenes poetas los políticos de manual). Fue la época en que se comenzó a promover esa bebida entre los consumidores nacionales (cuando aún se tomaba café de palo y café de maíz, o café de olla o en jarrilla de hojalata). La Asociación Cafetalera instaló en su hermoso edificio la Cafetería Doreña, donde a su clientela cafetera le destinaba un espacio pequeño porque los parroquianos éramos pocos. Prácticamente el lugar lo habíamos monopolizado unos seis poetas; e igual número de agentes vendedores. Recuerdo a tres periodistas (Tulio Sánchez Segovia, Avarez Mónchez y Danilo Velado); y algunos confidentes de la policía que aprovechaban lo pequeño del lugar para detectar planes en contra del Gobierno autoritario, aunque en verdad se hablaba de Neruda, César Vallejo, García Lorca, Miguel Hernández y los clásicos Luis de Góngora y Francisco Quevedo. Si mencionábamos el fuego del poema, ellos informaban que los poetas planeábamos incendiar el Palacio Nacional. Entre más exageraban los confidentes, mayor energía despertaba a quienes con esos informes justificaban su sueldo. Sin embargo, nosotros nos embriagábamos de café y literatura en compañía de Escobar Velado. Evocábamos a los maestros, a William B. Yeats: “Lo que prevalece de la filosofía es lo que se escribe de forma poética”. En esa disciplina Aristóteles iba más allá: “La poesía es más profunda y filosófica que la historia”. En dichos conversatorios del Café Doreña Escobar Velado me leyó su poema “Patria exacta” y le sugerí corrigiera el último verso que terminaba con una imprecación impropia para transcribirla. Le sugerí que lo sustituyera por algo más poético. Le quedó así: “Yo no la cambio aunque me cueste el alma”. Por mi aporte, me obsequió el original de ese poema. Vida y letrasEscobar Velado había regresado del exilio en Costa Rica y también ponía su bufete a la orden para leer poesía y a los comentaristas clásicos. Por lo general nos encantaba Albert Einstein: “Yo no hubiese sido el matemático y físico que soy si no hubiese sido un gran lector de poesía”. Y repetíamos sus afirmaciones de quien transformó la visión del universo que veníamos arrastrando desde Isaac Newton. “La palabra progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices”. Estas palabras de Einstein nos llegaban porque hermanaba ciencia y arte, ambas como producto de la imaginación, la reina del cerebro: “El que no posee el don de maravillarse ni de entusiasmarse más le valdría estar muerto, porque sus ojos están cerrados”. Tampoco le arredraba ser un admirador del arte, aunque iba más lejos: “Soy lo suficientemente artista como para dibujar libremente sobre mi imaginación. La imaginación es más importante que el conocimiento, este es limitado. La imaginación circunda el mundo”. A veces, Einstein extrema su pensamiento para justificar su espíritu universal: “El nacionalismo es una enfermedad infantil. Es el sarampión de la humanidad”. ¿Qué más pedir? En los conversatorios de cafetín retroalimentábamos las inspiraciones poéticas con la sabiduría intelectual del mayor científico que ha dado la humanidad de los últimos cuatro siglos. Con esas bases nos convencíamos de seguir escribiendo pese a las dificultades políticas del entorno. Pero escribíamos poemas para “con la poesía volver visible el mundo invisible”, tal como dice la periodista suiza Jay Prinini. Hay dos poemas hermosos de Oswaldo Escobar Velado que iluminaron el mundo de mi poética joven. De su obra “Árbol de lucha y esperanza” (el primer libro que le leí antes de conocerlo personalmente, publicado en 1951): “Víctor Manuel Marín” y “Romance de las dos Mujeres”: Altagracia Kalil y Adelina Suncín, quienes murieron balaceadas víctimas de la Ley Marcial impuesta por el general Hernández Martínez, en enero de 1944. Gracias a Escobar Velado recordaremos siempre a esos “ángeles puros”, como el las llamó.
(+)GAMERO Y SU HISTORIAAntonio Gamero, poeta y periodista. Según Juan Felipe Toruño, pertenece a una generación de impetuosas innovaciones, “viene de la sufrida greda del barrio pobre y así lo proclama. Su poesía es libre y jamás la ha hipotecado”. El libro “TNT” causó un escándalo por lo explosivo “en las mentalidades temerosas, con miedo a la palabra suelta, libre, sincera y franca”, reafirma el escritor y periodista Toruño. Sin embargo, el poema que causó gran escozor fue “Buscando tu saliva”. Aún no prevalecía la sociedad del espectáculo donde este poema puede parecer una inspiración inocente. Cito dos estrofas: “Bombardeo la noche/ con mis vacilaciones de luciérnagas/ y mis manos te llegan submarinas/ a sabotear el rojo resplandor de tus piernas./ Yo busco inopinadamente tu saliva/ para que no se riegue inútilmente/ en este gran vacío donde todo se pierde( para humedecer la tierra/ donde la yerba y la golondrina/ bajo la sed se hermanan en la muerte”. Gamero no soportó el entorno angustiante, y seguía al genial poeta Arthur Rimbaud, cuando este afirmaba: “Yo debería tener un infierno para mi cólera, un infierno para mi orgullo, y el infierno de las caricias; un concierto de infiernos”. Antonio Gamero, malogrado hasta el fin, temía a ese infierno cuyas llamas trataba de apagar con el licor de una esperanza fallida, sabiéndose habitante del mundo invisible del poeta.