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ARTÍCULO

Elogio del periodismo

El destacado escritor centroamericano considera que la palabra escrita puede ser más estremecedora que el disparo de un fusil.

La guía lectora en mi primera infancia fueron los periódicos. Vivía en San Miguel, donde apenas llegaban los libros, con una librería más que todo de útiles escolares; pero la lectura de los suplementos literarios en los tres matutinos principales a los que tenía acceso me indicaba que había libros interesantes, además de mi madre que me decía poemas y me contaba novelas. Fue en mi sexto grado que llegaron las ferias de libros desde San Salvador, apenas cinco estantes, pero suficiente para los sueños de niño, para hacerse de los tesoros que había esperado encontrar algún día: “Las mil y una noches”; “Los miserables”, “El hombre que ríe” y “Nuestra señora de París” de Víctor Hugo. Dos compañeros de grado también adquirían novelas y competían para hablar de literatura, sobre quién había leído tal novela. Nos pusimos de acuerdo para no comprar las mismas obras y poder intercambiarlas. Otro impacto de mi adolescencia fue “Crimen y castigo” de Dostoievski, de quien también leí todas sus novelas. Igual que viajé por París con Hugo, así conocí los barrios lúgubres de la ciudad de San Petersburgo. La imaginación y la fantasía se retroalimentaban con la palabra mágica. A eso se agrega que antes de sexto grado siempre tuve amigos mayores que leían libros de detectives, y me los daban en préstamo, así leí a un escritor famoso de la época: a Doc Savage; también me prestaban historias de piratas: “El corsario negro”, “La hija del corsario rojo” y “El hijo del corsario negro” de Emilio Salgari. EvocaciónEsta vocación lectora se la debo a los periódicos porque me permitió desarrollarla a temprana edad, al nomás aprender a leer. Aunque este hábito debe cultivarse en la primera infancia, promovido por la familia, antes de conocer las letras. Comencé por las tiras cómicas, los días domingos llegaban a colores, y las coleccionaba. Además, me llamaban la atención las noticias de la Segunda Guerra Mundial. Aún vive en mi memoria el titular en madera con letras enormes: Cayó Berlín y Cayó Japón. Como vemos, si las épocas acosan también deben enriquecernos y agradecer a la vida por dejarse vivir, no importa si al filo de la navaja. Pareciera que habiendo tanto tema de coyuntura podría parecer liviano hablar del papel que juegan las letras en la vida de una persona, la palabra para transformar. No es así, y si no, que lo digan quienes solo tuvieron su voz y ya no están entre nosotros porque les acortaron la vida. En verdad, la palabra escrita puede ser más estremecedora que el disparo de un fusil. La ventaja es que la primera permanece en el tiempo. Mientras el disparo nos remite a una víctima, solo deja su sonido de miedo y resonancia de odio. La voz escrita, si es constructiva, permanece en el tiempo. Abona la sensibilidad y el amor. Toma de concienciaDesde ese punto de vista, el periodismo me hizo asomarme a esa ventana que se abrió a mis ojos desde los siete años (hice mi primer grado tardío, pero cuando ingresé a la escuela sabía leer y las cuatro operaciones). En vez de promoverme, los maestros me sacaban del grado para no perturbar a mis compañeritos de la escuela pública. En cuarto grado comencé a escribir poemas, algunos de mis maestros lo vieron como atrevimiento infantil que usara palabras “escogidas”, ignoraban que era resultado de las lecturas de tres periódicos. Así descubrí que el poder de la información puede lograrse desde temprana edad. Si no los podíamos comprar, me iba a la barbería La Flor, frente al cementerio, o donde Chico Estrada a su tienda de granos. Los adultos comprendieron al niño, tuve el privilegio de discutir a los ocho o nueve años temas como la guerra en Europa. En esa época no entendía por qué a los adultos les interesaban las noticias de la Segunda Guerra Mundial. El barbero me explicaba: “Porque eso influye en los precios de materiales para trabajar”. Se refería a las navajas y tijeras fabricadas en Alemania. Desde entonces sé que las guerras encarecen los productos, y por ese motivo se vuelven deseables para grandes productores. Estoy de acuerdo con lo que dice quien fue mi vecina de niña, en Costa Rica, ahora connotada periodista, Giannina Segnini, quien al recibir el premio García Márquez habló de la importancia del nuevo periodismo: “No está en ese vuelco tecnológico que pareciera transformar la profesión”. “No –reafirma– perdamos el miedo y empecemos a tocar melodías diferentes.” Menciona las oportunidades del periodismo para encontrar y decir historias relevantes, y difundirlas en pocos segundos por todo el planeta. Agrego: para proponer y construir con lenguaje sencillo hechos poco divulgados por la memoria borrosa.

(+)SATISFACCIONES Y DEBERESNada satisface tanto como una señora de edad avanzada a quien le compro un periódico, me dice que está pendiente de mi columna y menciona lo que más le gusta, las frases populares: “al ladrón las llaves”, “no solo hay que ser honrado, también hay que parecerlo”, “del lobo un pelo”. Igual me sucede con otro joven vendedor de diarios que me comenta y felicita al verme. O alguien que me estrecha la mano en el autobús. Esto vale tanto como un premio. El periódico que pude leer en la barbería de barrio a mis ocho años, o en la tienda de granos, tiene ya un soporte hacia el futuro. A algunos les preocupa que la tecnología esté excluyendo el papel, aseguran que en Estados Unidos solo quedarán los clásicos Washington Post y el New York Times. Pero es al mismo periodismo, al que le tocará incidir en mentalidades nuevas, en los niños de ahora que a los cinco años manejan los motores de búsqueda para aprender con los juegos educativos. El presente transformado en futuro cada 24 horas no debe asustarnos. Años después, esa vocación de lectura de periódicos me obliga a levantarme temprano para salir informado a la calle de la vida con los sucesos del día anterior. De otra manera no sería el mismo que fui de niño.

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