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ESCRITORES DOMINICANOS

Reflexión decembrina

Carlos X. ArdavínSanto Domingo

Otra vez diciembre, y la rutina de los regalos y la familia, y el frío, y la soledad de las noches largas como cuando éramos niñosÖ He cantado tantas veces las delicias y servidumbres de este paréntesis del tiempo, que me parece bochornoso y fácil volver a recordar la felicidad perdida de nuestra casa, la voz de mamá, que este mes cumpliría 71 otoños (este lustro que no vivió es una planicie llena de piedras extrañas, de tierra seca y olvidadas palabras), o los aromas tiernos de los turrones y la sidra. De todo esto apenas quedan unas frágiles memorias que el paso de los días ha embellecido falsamente, hasta convertirlas en pura ficción o monda y lironda mentira. Otra vez diciembre: y esta rara sensación de abandono y aislamiento, de pesadumbre en medio de la risa y la alegría colectivas. Soy como esa mosca en medio de la superficie de la leche: un aguafiestas, un pesimista ilustrado que no se acaba de creer la euforia de la gente en este mes. Mejor pasar estos días en los asilos y manicomios de la ciudad, entre viejos memoriosos y moribundos, que te cuentan sus pobres historias, sus anécdotas deslustradas y vulgares. Mejor caminar solo entre los árboles y respirar los efluvios de los pantanos, y darle la bienvenida a las moscas que rondan las ventanas en los atardeceres sombríos... Diciembre: pronuncio esta palabra venerada por tantos con la profunda convicción del hastío. Llega uno a cansarse de los villancicos y de la excesiva bonhomía de la gente. Todos parecen haberse puesto de acuerdo para repetir el mismo guión de la esperanza y el próspero año nuevo. Frases hechas, clisés, lugares comunes. A pesar de estas certezas, volveremos nosotros a reiterar los mismos gestos y expresiones, mentiremos como todo el mundo, pues nunca hemos tenido alma de roca única y resistente. Diciembre vuelve con sus monótonos cantares y brisas de aguinaldo. Qué horror el sonido de las maracas y del tamborilero, o del borriquito sabanero camino de Belén. Yo, en vez, camino hacia mi esquina predilecta para degustar un café a solas, rodeado de averiados exiliados cubanos de Miami que saben que la esperanza es un cuento chino.

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