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Literatura

¿País sin librerías?

SE PROPONE CREAR UNA ENTIDAD ENCARGADA DEL COMERCIO DEL LIBRO

Librería “Mateca” ha cerrado sus puertas, como también lo hicieron “América”, “Thesaurus”, “Lope de Vega”, “Blasco”, “Instituto del Libro” y otras tantas de un listado abundante. Lo han hecho con la frente en alto y los bolsillos vacíos. Con la satisfacción de haber cumplido su misión de enriquecer el horizonte de conocimientos del dominicano. Muchos piensan que las predicciones de los economistas contra la literatura han triunfado. Otros, sin embargo, consideran que el tiempo del altruismo llegó a su fin. Y los menos abrigan la idea de que detrás la referida problemática se mueve una verdad relacionada con la inercia, con “la ley del menor esfuerzo”. Sea como fuere, quien más sale perdiendo en estos vendavales es la educación. Un país sin librerías promueve el auge de Picapollos. Cierra las mentes. Obliga a los estudiantes a no ser selectivos. Cercena el espíritu investigativo. Incentiva el criadero de ovejas. Y sobre todo, elimina una forma segura de ser gente. Todo esto trae consigo que la delincuencia siga campeando por sus respetos, que la corrupción prosiga nadando en aguas tranquilas y que, a fin de cuentas, los disparates y las superficialidades analíticas sigan campeando como verdades absolutas. Las pocas librerías que quedan (y no cito aquí las vinculadas a supermercados) poco a poco irán desapareciendo también. El orden de desaparición estaría en dependencia de la habilidad de sus propietarios de dedicarse también ofrecer otros servicios, como el comercio de libros de texto. Con esos chelitos pueden mal pagar la luz, el teléfono y algún que otro empleado. SoluciónEl grave error cometido contra los “negocios” del libro, no tiene que ver con la Era Global ni con las preferencias informáticas de una buena parte de la ciudadanía. Este error corresponde a los actores culturales que han fomentado ingenuas campañas en favor del libro y la lectura, la creación de talleres literarios, y la masificación entre la juventud de actividades tendentes a crear un clima de creatividad. Todo eso es muy bueno. El problema es que estas iniciativas no fueron concebidas junto a improntas comerciales que las hicieran funcionar por sí mismas, sin depender de la ubre del Estado.Esas “nobles” intenciones olvidaron que el libro, además, necesita “venderse” porque, el autor merece cobrar sus derechos, las imprentas exigen sus cobros para mantenerse funcionando y las librerías necesitan consolidar su condición de pequeñas empresas que deben regirse por mecanismos de la ciencia económica en aras no solo de cumplir sus compromisos, sino también de funcionar apegadas las leyes del mercado. Lamentables erroresEn un mundo competitivo donde el dinero no es suficiente para enfrentar las diversas ofertas que a diario inundan el mercado, las autoridades culturales dominicanas pecaron de entusiastas. Se empeñaron en publicar lo impublicable. Grandes cantidades de libros sin evaluaciones previas fueron a parar a los estantes de las librerías sin un estudio de mercado previo para determinar los posibles índices de venta. Se mezclaron sirios y troyanos y esos textos la única función que tuvieron fue empolvarse en los estantes y satisfacer compromisos de los funcionarios. También los libreros, con ingenuidad piadosa “aceptaron” esos libros (junto a las publicaciones independientes costeadas por sus propios autores) con la promesa de acudir al negocio sedimentario del “status quo”: aplicar el método de venta por consignación y perseguir casi siempre un 30 por ciento de ganancia . Y a los compradores esos libros les pasó lo mismo que a los cinéfilos frente a las “comedias” criollas: salían despavoridos de las salas, jurando no gastar más dinero en esos bodrios. Otros datos curiosos conspiraron contra algunos libreros: el no pago a los autores por el concepto de venta de sus libros, y el trueque de “libros en vez de dinero”. Solo algunos “privilegiados” acariciaron físicamente lo obtenido por la venta de sus obras. ¿Esperar por más cierres?El Estado dominicano, a través de sus organismos competentes, tiene ante sí el reto de impedir que la metástasis continúe, al menos, con el libro publicado en el país. Para hacerlo, debe mirar la actual crisis con frialdad, sin aires emotivos ni sentimientos setentistas, ni proyectos de dudosa masividad. Vivimos en una sociedad marcada por el libre comercio, regida por la oferta y la demanda y si en realidad se desea que el país pueda acceder a la mejor literatura, está en la obligación de crear mecanismos comerciales efectivos que garanticen, no solo el consumo de libros para incentivar la lectura, sino en primer orden, para convertir al libro en un producto que genere suficiente plusvalía y sea atractivo para el mercado.IniciativaUna solución podría ser la creación de una Dirección de Comercio del Libro, adscrita bien al Ministerio de Cultura, o al de Educación. Una dependencia que mire también el libro como negocio, no con fines lucrativos, sino como mercancía. Una parte del personal especializado en esa materia y que actualmente cumple funciones burocráticas en los mencionados organismos, pasarían a ser “cuadros” profesionales consagrados, primero, a centralizar la distribución del libro producido por las Editoras del Estado a nivel nacional; establecer su precio de venta no atenido a empíricas decisiones, sino a criterios ligados a su costo de producción, calidad de la oferta, importancia del autor y cantidad de ejemplares publicados. Y a todo eso se debe añadir una plusvalía para libreros y autores. Salvo escasísimos ejemplos, el escritor dominicano no cobra derecho de autor en efectivo. Algunas “editoras” pagan “con cantidad de ejemplares” y otras lo hacen atenidas a los recursos que invierten en la impresión del texto. Y genralmente, los textos que aparecen bajo esa impronta, carecen de un serio trabajo de edición y de corrección de estilo. Esa Dirección de Comercio del Libro sería una entidad de recepción. Eliminaría el despilfarro de recursos y las ruina de los comercios. Daría la oportunidad al escritor dominicano de emplear su valioso tiempo no en recorrer ciudades y campos como “buen mendigo”, busanco chelitos sino en continuar escribiendo su obra. Algunas de estas ideas no son reflexiones al azar, sino puntos de vista que se aplican en otros países vecinos donde el libro impreso en ellas camina con los pantalones largos. Todos desean que Librería Mateca vuelva a abrir sus puertas. No es posible que una empresa que tanto le ha aportado a la cultura nacional, desaparezca como oferta comercial. Pero para hacerlo, y para que Thesaurus, América, Lope de Vega, Instituto del Libro, Casa Cuello y Blasco también lo hagan, el Estado tiene que organizar el “negocio”. Hacer inventarios nacionales. Visitar escuelas, iglesias, farmacias, hospitales, plazas comerciales, economatos universitarios y otros sitios a donde concurren potenciales clientes. A una farmacia no se va a ofertar un libro de ensayos, pero sí textos de autoayuda o relatos ligeros, por ejemplo. Y así, poner en manos de cada “César” lo que le puede interesar, y entregarle a “Dios” las obras propias de su investidura. Digo, es un decir, una idea, una piedra lanzada al agua en busca de formar las ondas de lo eterno.

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