Ventana

ESENCIAS

Rastros de lluvia

Una gota resbala lentamente por el cristal de la ventana, primera señal para intuir que la llovizna amenaza con convertir la tarde soleada en un anochecer prematuro cargado de agua. En cuestiones de segundos, aquella gota ligera se convierte en un torrente que a toda prisa invade los causes que el hombre ha construido en forma de contenes, aceras y calles. Llama la atención un grupo de niños que con la inocencia adherida a sus rostros, retozan vigorosos en los pequeños charcos que va dejando la corriente. Inmutables ante cualquier tipo de enfermedad que puedan acoger en sus pequeños órganos, se revuelcan junto con los desperdicios que yacen flotando en toda la superficie. Todo un episodio. Mientras la infancia crece entre arroyos y cañadas, contaminadas por el exceso de lluvia, una familia, de escasos recursos se refugia en una diminuta construcción de block, cobijada por un techo de zinc. El contacto de la lluvia con las hojas de este material para muchos supone ser una experiencia fantástica, toda una aventura. Sin embargo, para quienes viven allí, en semejantes condiciones, el sonido de este fenómeno atmosférico no resulta tan excitante, mucho menos los orificios por donde se filtran las gotas de H2O, que caen sin pausa del agrietado cielo. A todo esto se le suma la humedad que se esparce por todo el hogar y el aire frío que de improviso se cuela de manera silenciosa por la desgastada ventana hasta atravesar toda la casa y descansar en los delgados huesos de los que allí habitan, a expensas de unas frágiles sábanas que no logran abrigar ni los sueños. Qué decir de la sepultura del suelo ante la llegada irreparable del aguacero. Los tiestos ancestrales que una vez fueron los ajuares del humilde hogar, naufragan sin consuelo por las cuatro esquinas. En un rincón aislado, las mascotas que custodian a los dueños, agonizan de tanto cavar en vano. A tientas, en ocasiones flotando y por qué no nadando, se dejan guiar por el espíritu de supervivencia y entre malabares y peripecias logran sacar la cabeza. Su respiración cada vez más agitada y lenta por lo menos no desfallece en este intento por no quedar inerte. Continúa lloviendo, y un olor a naturaleza se esparce por todo el ambiente, una mezcla de húmeda vegetación es la fragancia impostora que a forma de dosis armoniza esta triste historia.

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