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VIDA ENTRE LETRA

Un último encuentro

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Sarah Leyla PuelloSanto Domingo

La última vez que Jorge Luis Borges y Pedro Henríquez Ureña cruzaron caminos fue por coincidencia, un día cualquiera de mayo en 1946. Era la una de la mañana, en la esquina de Córdoba y Riobamba en Buenos Aires. Allí discutieron brevemente sobre la pasión de ambos, la literatura. Un poema anónimo sevillano titulado “La epístola” era objeto de su curiosidad. No se sabe mucho de la relación entre estos dos pensantes de la literatura latinoamericana cuyos senderos bifurcaron en Buenos Aires, ciudad natal del uno y nido adoptado del otro. Pero Borges y Henríquez Ureña eran amigos. ¿Qué lazo más estrecho podía unirles que el de la conexión profunda con las palabras? En aquella esquina hablaron del siguiente verso: “¡Oh muerte, ven callada / como sueles venir en la saeta!”. Les intrigaba el uso de la palabra “saeta” en este caso, pues ambos desconocían su proveniencia. Henríquez Ureña prometió encargarse de averiguarlo, aunque de Borges ya sabemos qué poco le importaba el sentido superficial de la cosas; “lo importante es esa magia”, decía “esa magia un poco inexplicable que hay en el verso”. Esa fue la última vez que el argentino y el dominicano intercambiaron expresión. Antes de eso, habían colaborado juntos, cuando Borges había escrito el prólogo de la recopilación de ensayos “Obra Crítica” del gran humanista dominicano. “De Pedro Henríquez Ureña, sé que no era varón de muchas palabras. Su método, como el de todos los maestros genuinos, era indirecto. Bastaba su presencia para la discriminación y el rigor”, marcó para siempre en esa dedicatoria, y como a muchos, le impactaba además su profunda devoción por la enseñanza: “maestro es quien enseña con el ejemplo una manera de tratar con las cosas, un estilo genérico de enfrentarse con el incesante y vario universo”. Sin embargo con su muerte, el hijo de Salomé Ureña se llevaría a la tumba aquella tarea pedagógica que había acordado con Borges en la esquina de Córdoba y Riobamba. El escritor argentino jamás encontraría respuesta a la inquietud sobre aquél verso; pero como los héroes de los cuentos de ficción de Borges, sería ese verso quien lo encontrara a él. La muerte de Pedro Henríquez Ureña, pilar de la educación y las letras latinoamericanas moriría de un infarto sigiloso luego de correr para alcanzar un tren. No tuvo ataque epiléptico, no se le encogieron las manos ni se sostuvo el pecho de dolor; no, calladamente como si la muerte llegara a él, se sentó en su vagón de tren y jamás despertó. “Oh muerte, ven callada como sueles venir en la saeta”. Borges escribiría un cuento, para recordarlo todo.

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