HOMBRE FUERTE COMO UN GUAYACÁN
El coronel Elías Piña
Áspero y burdo, como un potro de guerra. No puede definir a la patria, no sabe de letras, no puede dar discursos, pero su machete de guerra, sí sabe escribir la historia nacional
SANTO DOMINGO.- ¡Machete carajo, machete!, el sol de la frontera tostando el pellejo de los blancos. El rancho ardiendo por los cuatro costados. Los hombres sudorientos en el “julepe” belicoso de los pleitos, y una muralla de “cojones” levantada de repente contra la agresión haitiana. “Machete carajo”, “machete y machete”. -Que salga el sol por donde salga. -Que el sol salga por donde le dé la gana, coño. El hierro antiguo del desmonte y del corte de la caña, confesando a “fundazos” la elocuente verdad del heroísmo. La victoria entendida como cosa del “carajo”. Los machos de montes, dándole carpeta al enemigo, mientras te sientes “vivito y coleando”, repartiendo la muerte a machetazos. “Un sueño que llama a otro sueño”. “Los mañeses volviendo a sus andanzas”. Los amanuenses y los secretarios de los jefes, con los escrúpulos de “María Gargajo”, presuntuosos, evitando llamar la vaina por su nombre, sacándole el cuerpo en sus escritos al nombre primordial de las gestas y los gestos. Disfrazando de sable el machete aquel, en los partes de guerra. Contando el cuento a su manera, con los pruritos de ser lo que no somos. “Privar en otra vaina”. “Privar en vaina”. “Echar vainas”. “Envainar a los demás”. Creerse “una gran vaina”, disfrazando el instrumento capital de la victoria. Meter macheteEl hierro redentor sin apellido, “forjador de libertades”. “Machete, carajo”, “machete y más machete”. “Métele machete”. “Darle machete”. “Coger el machete”. “Amarrarse el machete”. “Sacar el machete”. “Descargarle el machete”, “trozar”, “destasajar”, “picotear”. Vivir sobre el machete. Luchar a golpe de machete. “Haber nacido con el machete debajo del brazo”. Entrarle a cualquiera a machetazos. Forjar la gloria necesaria con la simple herramienta que te da la comida en el conuco. “Chapear”, “desmontar”, “destoconar”, “hacer un corte parejo”. Apostar a los “ciclones batateros”. Usar el machete como apelativo esencial de todos los destinos. Como apellido marcial del heroísmo. -”Yo soy como el otro quiera y a mí mismo me convenga”. “Pujar abajo”. “Matar por verlo caer”. “Cagarse en la diferencia”. Por los ásperos y recios caminos del Sur, empuja Elías Piña, como un centauro pobre, la independencia nacional, paseándola entre los “cambrones, las espinas y las bayahondas”. Corto de palabras, mal hablado, fuerte como un guayacán. Áspero y burdo, como un potro de guerra. No puede definir la patria, y cuando lo intenta, atropellando frases entre improperios y palabrotas, toda definición es resumida en su mirada fiera, sus toscos ademanes y la falta de sonrisas rematadas por un silencio sin mensuras. Elías Piña, hecho para el trabajo, no sabe de letras. Elías Piña no puede dar discursos, pero su machete de guerra sabe escribir la historia y deletrear en sus mandobles las frases memorables que no salen de su boca. Todo el diccionario esencial resumido en el machete aquel, encarnando en su diestra la dignidad y la vergüenza de la patria amenazada. Ficha del hombreNada de frases célebres. Nada de citas rimbombantes. Nada de poses epónimas. Nada de pinta singular. Nada de paso marcial ni alegorías. Nada de miradas nimbadas por la gloria. Nada de desfiles y paradas. Nada de esto, y de lo otro. Absolutamente nada de cuadres estatuarios. Nada de arengas y largas peroratas. Nada de espuelas finas ni “estribos rutilantes”. Sólo el pañuelo de “madrás” que sirve para “todo”, amarrado en la cabeza del guerrero, curtido con los sudores viejos de todas las jornadas de la vida y de la guerra, y que el héroe presume, como único galardón vulgar de su grandeza. Nada de encumbrado paladín. Nada de ungidos. “Monte y culebra”. “Cada Peje nada en su agua”. Nada de nobles apariencias, ni retratos. Es sólo Elías Piña, un hombre llano como todos los demás. Un matero total. Una síntesis del Sur profundo. Tan simple como eso. Un hombre demasiado parecido así mismo. Entre largas fumas de cachimbo, el hombre “no pela el diente ni come pendejadas”. Nada de porte militar. Nada de hidalguías presumidas. Nada de doradas charreteras. Nada de botas relucientes. Nada de sables, ni espadines. Nada de reglamentos ni ordenanzas. Sólo un “jodido” campesino con valor. Un vale “con cojones”. “Un carajo a la vela”. Un “hijo de vecino”. Un hombre simplón. Apto para a simple vista no llamar la atención. Listo para tropezar con usted y no espantarse. Nada de celebridad. Nada de notoriedad. Sólo pobreza que trasciende, que pica y hace roncha. Otro compadre Pedro Juan tras el jaleo. Un hombre de “chupe usted y déjeme el cabo”. Alguien que no se turba ni se enturbia. Un hombre que no “cuida la más vieja”. Un desarrapado. Un desarropado. Un tipo sin presunción alguna. Un hombre con poco qué perder. Un ser sin precaución, sin sentido común. Sin propiedades. Un sujeto nacido en La Margarita, en una antigua común de Las Matas de Farfán. Un tipo más guapo que las armas. Un hombre de hierros a tomar. “Un hombre de pelo en pecho”. Amigo de Aniceto Martínez, de José Leger, de Luis Álvarez, de Tomás Sánchez, de Pedro Florentino y otros “come hombres”. Un sureño cabal, de mirada atravesada, vecino de Las Matas. Un dominicano esencial, fundamentalmente necesario. Coronel de verdadUn coronel de verdad, hecho a timbales. El comandante del regimiento de Las Matas. Vencedor de Cachimán. Un sujeto que a las órdenes del general Duvergé, un día de agosto de 1845, al mando de una legión de macheteros, murió en combate por la patria asaltando el fuerte haitiano de Bánica. A fuego de cañón murió su hermano, el capitán Francisco Piña, siguiendo el fiero ejemplo fraternal. Otro capitán Piña, primo suyo, guiando la vanguardia, murió en medio del combate portando la bandera de la cruz hecha jirones. Las Matas de Farfán se habría quedado sin otros soldados Piña si a “boquita de noche”, Antonio Duvergé, el de El Memizo, no ordena por fin la retirada. A los ocho días, un sargento con heridas graves, regresó a Las Matas picado de gusanos, para entregarle a su general, el machete sin miedo de su bravo coronel. El Centauro de La Margarita.