Grandes maestros del ayer y de hoy
Legado. La historia tiene una larga lista de personas que dedicaron gran parte de sus vidas, en algunos casos por completo, a sembrar el pan de la enseñanza en los pequeños ciudadanos de este país.
El 30 de junio es una fecha tan importante como el Día de la Madre o el Día del Padre, qquí en República Dominicana, pues se celebra a quienes pasan la mayor cantidad de horas en el día con los hijos; estos, son los maestros, hombres y mujeres que con vocación y entrega ponen al servicio de la nación sus habilidades intelectuales, empáticas y humanas, para que la sociedad tenga mejores ciudadanos. Al recorrer la historia de esos grandes educadores que ha tenido la nación, es fácil encontrar que su dedicación en enseñar sobrepasaba muchos obstáculos y barreras, se puede notar que su mayor salario era dejar al país alumnos preparados para desenvolverse en cualquier área les toque estar, y hacerlo con dignidad y elevado valor moral.
Abriendo caminos
Al hablar de educación y maestros, es casi obligatorio mencionar a Eugenio María de Hostos, precursor de las escuelas existentes en República Dominicana. Para 1880 Hostos fundó lo que fuera la primera escuela normal de Santo Domingo, la cual se enfocaba en formar a las personas de manera completa, y capaces de construir en sus propios países sociedades libres. Reivindicó la ciencia y la razón frente a la orientación religiosa propia de la herencia colonial, e influyó especialmente en el campo de la moral, la jurisprudencia y la sociología. En 1881 fundó la Escuela Normal de Santiago de los Caballeros también en República Dominicana y publicó el ensayo: Los frutos de la Normal (exposición de pedagogía práctico-científico) escrita por encargo del gobierno dominicano. Tres años después, se gradúan los primeros maestros normalistas, para tal ocasión Hostos pronunció su destacado discurso: Apología de la Verdad. Entre sus otros aportes a la educación dominicana sobresalen: la creación de la Escuela Nocturna para la clase obra y publica en el 1888 y, para el 1900 a solicitud del Estado Dominicano, reorganiza la enseñanza pública del país.
Una mujer de peso
Siguiendo los pasos de su padre Nicolás Ureña de Mendoza, quien era educador y amante de la poesía, Salomé Ureña, se destacó como una de las grandes mujeres de su época. Poetisa, maestra y madre, está mujer entendía que los conocimientos adquiridos por ella a otras mujeres también debían tenerlos, es así que con el apoyo y motivación de Hostos, decide abrir las puertas del Instituto de Señoritas Salomé Ureña, desde el cual se pretendía enseñar lecciones básicas a las féminas de finales de 1800. Con unas 14 alumnas, el instituto estuvo ubicado en la calle Isabel la Católica, número 308, lugar donde también residía la fundadora. De acuerdo al libro “Salomé Ureña y el instituto de señoritas (1960)”, del escritor dominicano Emilio Rodríguez Demorizi, el programa académico estaba integrado por cursos prácticos, como aritmética, geografía, cosmografía y letras. Otras disciplinas impartidas fueron gramática, geometría, historia natural, historia patria, y lo que no podía faltar, la poesía. Para el año 1887, la educadora tuvo el placer de ver su trabajo convertido en realidad, puesto que el Instituto de Señoritas invistió las primeras seis maestras del país. El resto es historia, pues muchas generaciones de grandes mujeres dominicanas pasaron por las aulas de este centro.
Revolución en el sistema educativo
Otra mujer que no solo se enfocó en impartir clases, fue Ercilia Pepín. A pesar de provenir de una familia acomodada, ella decidió luchar por la educación de aquellos que eran menos favorecidos. Graduada con mención honorifica en 1913, basó su tesis en los principios de Eugenio María de Hostos, dando énfasis a la objetividad de las cosas. Una vez dentro de las aulas, empezó a gestionar cambios importantes para el sistema educativo, entre los que se destacan: reforma del programa oficial de las escuelas primarias, agregando materias como: Dibujo, Trabajos Manuales, Geografía Evolutiva, Cantos Coreados y Manejo de Globo y Mapas. A ella también se le debe el mérito de haber luchado por instituir el desayuno escolar; equipar de un laboratorio al plantel escolar donde impartía docencia, impuso el uso del uniforme, así como la veneración respetuosa a los símbolos patrios. Para ella no era suficiente ser maestra dentro de las aulas, es por eso que desde 1909 hasta el 1916, se dedicó a dar clases a grupos privados de señoritas, formándolas como maestras normalistas y bachilleres en Ciencias y Letras, llegando a graduarse alrededor de 250 maestras de enseñanza primaria. Actualmente son incontables los hombres y mujeres que así como los ya mencionados, han tenido desde pequeños o no, el deseo de dejar en otros un poco del conocimiento del que ellos han adquirido.
Vocación que transciende Para la maestra Mirtha Félix ser docente no fue un sueño cumplido, pero si una de las mejores decisiones que pudo tomar. “Decidí educar porque tenía hijos, tenía sobrinos los cuales siempre me los dejaban, por eso yo me dediqué para hacer la carrera de Educación. Al principio comencé como maestra alfabetizadora y después cuando terminé la carrera me dediqué al área de Ciencias Sociales”. A sus 69 años y ya pensionada, expresa que desde que inició en el 1985, para ella una de las cosas más gratificante es el enlace que se crea entre los alumnos, el maestro y la familia del alumno, “ese círculo, esa amistad, ese respeto, entre ambos es lo más gratificante de ser maestro”. De sus tantas experiencias, recuerda la siguiente: “En una ocasión tuve un estudiante al cual al principio yo no le caía muy bien porque tengo un carácter fuerte, y entonces él buscaba la manera de ver cómo me podía doblegar, y yo siempre le decía a él las cosas como debían ser y cómo iban a hacer en el futuro y en su vida si él seguía con esa forma de querer doblegar a todo el que él tenía a su alrededor. Paso el tiempo se graduó y se desapareció, pero un día de mi cumpleaños yo veo una nota en Facebook que decía: “Esa mujer me hizo lo que yo soy hoy”, entonces eso me llenó de satisfacción y me hizo sentir muy bien el saber que él se había convertido en un hombre de bien porque yo nunca di mi brazo a torcer”.
Motivador de intereses
En el caso de Nehemías Aragoné, desde pequeño el tenía deseo de compartir con otros su conocimientos y ayudarlos a entender lo que ellos no entendían. Con 44 años, recuerda como en la escuela se desenvolvía como uno de los líderes que ayudaba a los compañeros para hacer las tareas, especialmente cuando estaban muy difíciles, “ellos no entendían entonces me buscaban: ‘Nehemías explícame, ¿tú entendiste lo que el profesor explicó?, Si yo entendí vamos a reunirnos en mi casa y hacer un jugo y yo te enseño eso no es problema, así que pienso que desde pequeño me fui forjando esa idea de ser maestro”. Imparte una de las materias más complicadas para muchos estudiantes, Matemáticas, sin embargo, dice que para él es gratificante encontrarse con sus muchachos después que salen del centro y darse cuenta de cómo ellos han aplicado cada conocimiento enseñado en las aulas. “Con el pasar de los años tú puedes encontrarte con personas realizadas que pasaron por tu mano y que ellos valoran ese esfuerzo que uno hizo en el pasado, que tal vez en ese momento no lo valoraban en sí, pero al madurar y ver que fue de mucha ayuda lo que aprendieron de cada uno de los maestros que pasamos por sus manos, entonces eso me llena de satisfacción”.
Un don de servicio desde temprana edad
Para Venecia Vargas, enseñar a leer a otros fue algo que empezó a hacer desde la adolescencia, cuando apenas cursaba el tercer grado de primaria. “Yo solía jugar con mis amiguitas a que yo era la maestra, luego ya cuando estaba en primer curso del bachillerato, se me ocurrió la brillante idea de crear una sala de tarea, a la que asistieron 10 niños. Me gustaba ayudarle y me emocionaba ver como aprendían. Fue cuando descubrí que yo había nacido para ser maestra”. Una de las experiencias más gratificantes para ella, ocurrió con una niña que precisamente no sabía leer ni escribir mientras cursaba el quinto grado, donde se supone que ya debe manejar estas habilidades. “Trabajando en 5to grado de primaria, recibí a una niña que no sabía leer ni escribir. Con la ayuda de la familia y todos sus compañeritos, se logró que esta aprendiera, pero no lo suficiente, por lo que cuando terminó el año escolar, no había podido completar su proceso de alfabetización. Le pedí a sus padres que la ayudaran en verano. En el próximo año, la recibí en el mismo grado, pero antes ya le había hecho la promesa, de que, si lograba terminar la alfabetización, además de leer con fluidez y lo elemental de la matemática, ella sería promovida a sexto grado en enero, la maestra de sexto le daría continuidad. La niña con ayuda de la profesora, de sus familiares y sus compañeritos de aula, logró aprender todo en ese lapso de tiempo y como si fuera poco, fue meritoria en todos los siguientes niveles. Eso me hizo entender que mi trabajo era importante y que valía la pena. Lo confirmaba cada vez que la niña me veía y me abrazaba llena de emoción mientras me decía, gracias, maestra por ayudarme”.
Una vida marcada
Luisa Cruceta tiene años de edad, de los cuales 42 han sido dando clases en los distintos niveles. Considera que ser educadora en ella es un don de Dios. “Es gratificante para mi ver mis alumnos practicando lo aprendido; cuando veo los frutos de mi deber cumplido como maestra”. Entre sus tantas experiencias, la que más marcó su vida, ocurrió mientras se encontraba muy delicada de salud.
“Hace unos diez años me enfermé, fui a un hospital donde trabajan dos personas que fueron mis alumnas de 5to grado. Cuando llegué allí una de ellas, que es encargada del departamento donde yo me estaba atendiendo, se hizo cargo de todo el proceso para mi cirugía. Ella le comunicó a la cirujana que me tratara con mucho cuidado porque yo había sido su maestra, la otra joven se enteró y me dijo que quería estar conmigo cuando yo despertara, y así lo hizo, cuando desperté estaba a mi lado. Yo me sentí muy bien con el trato de ellas y me hizo ver que dando amor, recibimos amor”.
Un área distinta
Para Andrison Jerez ser maestro de Educación Física es un compromiso igual de importante que las demás materias básicas. Recién graduado de esta carrera y con apenas 26 años, dice que no solo quiere enseñar habilidades físicas a sus estudiantes, “me gustaría dejar la semilla de los buenos valores y un buen sentido de la responsabilidad”.
Su inspiración nació mientras estaba en el Club de Conquistadores de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, ya que allí debía practicar distintos ejercicios, esto junto a su maestro Martín Ovieda, le hicieron decidirse en ser maestro.
“En ese club me enseñaron que debo enseñar lo que ya he aprendido y mi profesor Martín me ayudó a conocer la universidad donde estudié, además de eso, desde que me dio clases me inspiró a seguir sus pasos.