Separatas

Honor a quien honor merece

Conmemoración. Hoy se rinde tributo a aquellas personas que asumen el compromiso de educar a niños, niñas, adolescentes, jóvenes y personas adultas para el ejercicio de una ciudadanía responsable en todos los ámbitos de la vida social.

Julio Leonardo ValeirónEspecial para LD

Educar es servir. Es organizar, ofrecer y gestionar oportunidades para generar en las personas procesos de aprendizaje con sentido y significado en cada tramo del desarrollo de su vida. Es anteponer los intereses de quienes aprenden por encima de sus propios intereses, alentando y promoviendo procesos que contribuyan a aprender a aprender, aprender a conocer, aprender a vivir juntos y aprender a ser, como muy bien señala Jacques Delors en su hermosa obra “La educación encierra un tesoro”. Es generar altas expectativas en los propios estudiantes a fin de que sientan profundamente en su ser el valor de aprender y crecer, de constituirse en personas plenas y capaces de influir en otros de manera significativa y positiva. Y porque educar es servir, me ofrezco en un acto de amor y servicio, por educar a los demás. Como bien dijo el Maestro: “Estoy entre vosotros como el que sirve” (Lucas 22:27), añadiendo luego: “…el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo” (Mateo 20: 26-27).

Experiencias He tenido grandes e importantes educadores en mi vida. Mercedes Di Carlo que reunía a todos los niños del barrio para enseñarle a leer y escribir en su “escuelita particular” del barrio de Villa Juana, cómo olvidarla. A Alicia Guerra y Zora Frómeta mucho menos, ambas altagracianas, de dulces y sabios consejos, pero de firmes exigencias cuando las circunstancias lo ameritaban. Del padre Julio Sillas, salesiano, aún conservo su don extraordinario para trabajar con jóvenes, alentándome a crecer en las lides del liderazgo juvenil, en el marco del Oratorio Don Bosco. La profesora Melba y el profesor Coradín, ambos esposos. La primera me cautivaba por los senderos de la historia, y él, por la frialdad y la lógica de la matemática. Casado Soler, su tono de voz y la perfecta dicción nos conducía con su elegancia por los recónditos caminos de la Lengua Española. Ya en la universidad cómo olvidar a la profesora Gladys de Estadística, que, con su sonrisa tímida pero su mirada y mandato firme, nos enamoraba por los vaivenes del cálculo y la decisión estadística. El profesor Peña Vasallo (el caballo) como el profesor José Joaquín Puello, ambos nos sumergieron en esa telaraña compleja del mundo del sistema nervioso central y lo que ello significaba para el comportamiento humano. Del doctor Tirso Mejía Ricart no olvido sus bastas explicaciones, producto de una formación y conocimientos enciclopédicos sinigual y que nos conducía en una síntesis muchas veces impresionante entre lo filosofía, la sociología y la psicología social. Como no recordar al profesor y amigo Leonte Brea, con aquella memoria envidiable y que le permitía recitar párrafos completos, con sus puntos y sus comas, del libro skinneriano “Verbal Behavior”. Todos ellos fueron extraordinarios maestros. Pero qué decir de quien defino como mí mentor, el doctor Enerio Rodríguez Arias. Maestro, provocador, guía, problematizador, entusiasta y siempre presente, muchísimas veces sin restricciones, quien me enseñó a “callar, a no emitir ninguna opinión, si de lo que se trata usted lo ignora”. Pero más que nada a cuestionar, a buscar explicaciones, a no cesar en la lectura y el estudio profundo. En gran medida responsable de mi pasión por enseñar psicología, pero también por aprender todos los días.

Vocación

Maestro, es una palabra grande, compleja y gigante diría, que solo cabe en aquellos corazones que cuando laten y se vinculan con el cerebro, producen “cosas” que perduran y permanecen para siempre.

Impacto

Al valorar su experiencia en la escuela y la universidad una joven profesional compartía con otros jóvenes profesionales y decía: “los buenos maestros dejan huellas, los demás, en cambio, o no dejan “nada” o en muchas otras ocasiones, “sólo dejan heridas”.