ÁNIMO EN DOS MINUTOS
No es un cúmulo de prohibiciones
¿Qué es más fácil:
a. Recitar un rosario, o
b. Perdonar a esa persona que le ofendió?
a. ¿Leer una novena, o
b. Amar a quien no se lo merece?
a. ¿Ir a una procesión, o
b. Tener compasión por la gente?
Si usted piensa igual que yo, habrá respondido “a” en los tres casos.
Después de todo, esos son actos que puedo realizar externamente, sin que represente necesariamente ningún tipo de cambio interior.
Desde luego que podría aparecer alguien más inteligente que yo, que me respondiera: “Mira, Luis, eso que tú llamas actos externos son para mí el alimento necesario para que Dios pueda ayudarme a perdonar, a amar sin que el otro se lo merezca y a tener compasión de los demás”.
¡Correcto! ¡Ahora sí!
Pero ¿acaso todo el que participa en estos actos, lo hace por eso…? ¿Acaso hemos descubierto la fuerza transformadora de la Palabra y la oración…? ¿Acaso hemos comprendido que es allí donde está la verdadera fuente de nuestra felicidad, o estamos solo cumpliendo con una obligación, o con una tradición…?
En el evangelio de Marcos 7, vinieron donde Jesús unos fariseos y escribas que afirmaban que el cumplimiento estricto de la ley era lo que salvaba, y basaban su relación con Dios en actos externos, en reglas que ellos mismos habían creado (613 mandamientos).
A propósito de esto, el Emérito Papa Benedicto XVI afirma: “El cristianismo, el catolicismo, no es un cúmulo de prohibiciones, sino una opción positiva, es muy importante que esto se vea nuevamente, ya que hoy esta conciencia ha desaparecido casi completamente”.
Dijo otro sabio llamado T. Keating: “El evangelio es una vida que hay que vivir, no un conjunto de observaciones”. (“Intimidad con Dios”, página 25)
La pregunta de hoy
¿Acaso el rosario, las novenas o las procesiones no son recomendables?
Son altamente recomendables siempre y cuando usted las haga de corazón.
En San Marcos 1, 6-7: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí… su religión, pues, de nada le sirve”.
Ahora, para aquel que se acerca a Dios de corazón, San Pablo afirma: “Uno está en gracia de Dios por la fe, y no por cumplimiento de la ley” (Romanos 4,28).
La fe no es algo que se hace, es algo que se vive. Y solo la misericordia de Dios (y no por mis méritos) es lo que me transforma y me salva.
Lo difícil no es salvarse, es dejarse salvar. No es “ganar méritos”, es entregar el corazón. No es hacer algo por Dios, es decirle sí.