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¿QUIÉN EDUCA AL PUEBLO?

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María Teresa R. ElmúdesiSanto Domingo, RD

¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!

Estamos en el XII Domingo del Tiempo Ordinario. Por eso los ministros se visten de verde. Las lecturas tienen que ver mucho con la arrogancia. En la primera lectura tomada del Libro de Job nos dice: “El Señor habló a Job desde la tormenta: “¿Quién cerró el mar con una puerta, cuando salía de impetuoso del seno materno, cuando puse nueves por mantillas y nieblas por pañales, cuando le impuso un límite con puertas y cerrojos, y le dije: ‘Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas’?”.

El Salmo 106 le da gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia; el Salmo entero es un grito a las obras y maravillas del Señor. Debemos leerlo continuamente para que nos de paz siempre en la tormenta.

La segunda lectura está tomada de la segunda carta de San Pablo a los Corintios, en el cap. 5 donde nos hable del amor de Cristo quien murió por todos, “para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos….El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado”.

La liturgia de hoy está dominada por la narración de la tempestad calmada. El relato de Marcos aparece como la continuación ideal de la Primera Lectura. Al desahogo de Job, que pide explicaciones de su sufrimiento, Dios responde recordando su propia omnipotencia, que todo lo domina, también las fuerzas de la naturaleza: “¿Quién ha encerrado entre dos puertas al mar?”

En un ritmo a contrapunto, el relato del lago coloca a Dios y al hombre frente a frente: Cristo y su señorío, frente al hombre y su miedo. Los pescadores de Galilea se resignan, deponen sus fuerzas y se dejan dominar por el miedo, hasta llegar a la completa consternación cuando ven que Jesús duerme: ¿No te importa que perezcamos? Esta es la acusación que le hacen, interrumpiendo el sueño del Maestro. Piensan que le resulta ajeno el drama que sufres, como sucede a muchos hombres en la historia. Por ese “alejamiento” de Cristo del propio drama, los hombres miden su fe: los discípulos de ayer, como los de hoy, viven en la fe en la medida en que perciben a Cristo como presencia de la vida y en la vida, jamás extraño a ella. Olvidan que la vida está en las manos del Señor y algunas veces presumen de estar como “exonerados” de las pruebas. El Señor reprueba no tanto el miedo, muy humano, como la incapacidad de fiarse de El por la falta de fe. Señor Jesús, te doy gracias por tu presencia en mi vida y por estar siempre a mi lado en toda ocasión y circunstancias. ¡Amén! (tomado en parte de Rayo de Luz)

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