SENDEROS
“No juzguéis… para no ser juzgados”
Existe un sendero oculto a la razón, por el que debe transitar el hombre para conocerse. Debiendo usar para ello el vehículo de “introspección”.
El filósofo Sócrates dijo: “Conócete a ti mismo” y como corolario a esto: “Conocerás a Dios que mora en ti.
Y descubrirás que su misma Esencia te integra…”. Es esta una máxima de sabiduría. Cuando el hombre aprenda a conocerse dará crédito a su inmanente condición divina, apreciará en otros la hermandad que los une; y, por ende, despreciará los prejuicios de raza, credos o estatus social y económico. Sustentará sus principios con sólidos valores, y con ello evitará las deliberadas asociaciones con el egoísmo, concupiscencia y demás adjetivos que se interpretan como el mal. Podrá, además, separarse del morbo de juzgar las deficiencias anímicas en los otros; porque se proyectarán las evidentes patologías o complejos que él mismo padece de forma ordinaria.
Dicho de modo diferente, el hombre es muy ligero para el juzgamiento de los demás. Y para interpelar a la conciencia se creó un enunciado que dice: “No juzguéis… para que no seáis juzgados. Porque con la vara que midáis, se os medirá”.
Amén de esto se entiende, “Que el demonio de hoy -como aspecto de error- será el santo mañana, transformación realizada”. En todo esto participa una ley que se manifiesta en correspondencia con la acción, y con ello somos retribuidos con una reacción -como efecto- en la magnitud de la acción generada.
Por tanto, el conocimiento de uno mismo valida con tolerancia los disgustos aparentes que otros nos proporcionan por ignorancia. Y una conducta correcta da arraigo del conocimiento de Dios que predicamos.
Con ello se hace de una de las más elocuentes prédicas que, como consecuencia lógica, ayudan a la transformación del conjunto -entorno social y familiar- que se hacen nuestros más íntimos aliados en el sendero de nuestro desarrollo conductual humano y espiritual.
El hombre tiene que ser el aguerrido luchador para vencer sus ocultas e insanas patologías, que lo convierten por siempre en temeroso para auscultar su naturaleza y ser.
Cuando estas mismas patologías le proyectan en su psiquis, estampas equivocas de limitación, sufrimiento y dolor. Esto se evidencia cuando el hombre intenta reconciliarse con su verdadero ser. Imprimiéndole con eco lo dicho por Jesús: “El camino de la redención es estrecho y angosto, como también, lleno de abrojos…”. Entendiéndose con esto, que para obtener el hombre su realización en Dios, debe abdicar a las pasiones que se inscriben con pseudogozo en las apetencias terrenales.
Muchos tropiezos en el sendero iniciático. Pero donde hay que enfatizar es que la información de realidad que da la conciencia inferior al hombre es equivocada; porque el reino de Dios está dentro de nosotros.
Y para conquistarlo y realizarlo, debemos trascender toda una estructura anímica y humana con apegos y deseos, anulando en consecuencia, los efectos de un ego que se gratifica con los sentidos corporizados.
Luego de esto, se participa de la bienaventuranza que da realizar a Dios como única y Absoluta Verdad.