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DOS MINUTOS

Solo escuchar es acoger

Empresas prósperas y familias felices se caracterizan porque en ellas hay personas que hacen posible una comunicación auténtica. Pasa lo mismo con el creyente: para tener una relación con Dios hay que estar atentos a su voz.

Luis García DubusSanto Domingo

“¿Cuál es para usted la principal cualidad que debe tener el gerente de una empresa?” Hacía tiempo que estaba por hacerle esta pregunta a L.T. Él es uno de los gerentes más sobresalientes que he conocido en el campo empresarial. Sus condiciones de líder son verdaderamente excepcionales y, como persona, merece toda mi admiración y aprecio.

Me gustó que su contestación no viniera de inmediato. Solo después de pensar unos minutos, dijo: “Que sepa escuchar”.

Me sorprendió esta respuesta. Francamente, viniendo de un alto ejecutivo de renombrado éxito, tanto nacional como internacional, estaba esperando un concepto más ortodoxo, o quizás más sofisticado.

Su explicación, sin embargo, me satisfizo plenamente, y salí de allí absolutamente convencido de que él estaba en lo cierto.

Me acordé de otro triunfador excepcional que conocí. Este otro se destacó principalmente en el campo familiar y social. Poco después de que celebrara sus bodas de oro en medio del afecto de su familia y amigos, le hice una pregunta parecida: “¿Cuál cree usted que sea la clave de un matrimonio y de una familia feliz?”

“La clave es comunicación”, me contestó. Y añadió: “Y para que haya comunicación, lo esencial es aprender a escuchar”.

Extrañamente, dos destacados triunfadores, uno en el campo empresarial, y otro en el familiar y social, señalan la misma razón como condición especial del éxito: saber escuchar.

Pero hay más. El archifamoso y sabio Rey Salomón, cuando Dios le dijo: “Pídeme lo que quieras”, respondió: “Dame un corazón que escuche” (1 Reyes 3,9).

En el evangelio de este domingo aparece algo inusual. Fue la ocasión en que una mujer llamada Marta le llamó la atención a Dios.

Ella estaba muy atareada haciendo todo lo necesario para dar una buena acogida al Señor, quien había ido a visitarla a su casa.

Y mientras se afanaba preparando la comida, la habitación y todo lo demás, su hermana María estaba sentada escuchando al Señor.

Marta le llamó la atención: “Señor, ¿no te importa que María me deje trabajar sola? ¡Dile que me ayude!”

Pero el Señor le dijo a Marta que María estaba haciendo una cosa más importante que ella: estaba escuchándolo a él.

Sí, solo escuchar es acoger; solo escuchar es siempre amar.

Empresas prósperas y familias felices se caracterizan porque allí hay personas que hacen posible una comunicación auténtica porque escuchan.

Puedo oír claramente a cientos de empleados, esposos, esposas, hijos y padres que conozco diciéndoles a sus jefes, esposas, esposos, padres e hijos: “Todas las demás cosas son importantes, pero esta es la única necesaria”. ¡Escúchame! (Lucas 10, 42).

La pregunta de hoy ¿Puedo escuchar a Dios?

¡Claro que sí! Para eso hay que aprender a tener todos los días durante un rato, a veces corto, a veces largo, la mente tranquila y callada, y el corazón abierto y atento.

Teresita de Lisieux aseguró: “Tú te has dignado a bajarte hasta mí e instruirme suavemente en los secretos de tu amor”.

Solo hay que aprender a callarse y disponerse a escuchar. Poco a poco, día por día, aprenderá a escuchar esa voz suave, sabia y amiga que lo conducirá “hacia fuentes tranquilas”.

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