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REFLEXIÓN

Lugar para el Espíritu

Teresa Valenti Batlle M.C.J.Santo Domingo

Acogemos al donador de vida, al Espíritu. Él es el aliento de Dios y de Jesucristo resucitado. El montón de cualidades que tenemos o deseamos descubrir, son los dones que el Espíritu nos regala. Lo recibimos en el bautismo, nuestros padrinos se hicieron responsables de ayudarnos a crecer en la fe cristiana. Ahora con vigor nuevo y conciencia despierta, lo acogemos en este nuevo Pentecostés. El Espíritu Santo llenó a todos, dice la Palabra de Dios: “se llenaron todos de Espíritu Santo”. Son bienes para compartir; unos al servicio de los otros, al compartirlos los valoramos y nos enriquecemos mutuamente dando gratis lo que gratis hemos recibido. El profeta Ezequiel nos habla de “huesos secos” y pregunta: “Hijo de Adán ¿Podrán revivir estos huesos? El Señor Dios habla de traerles el Espíritu: “pondré tendones, haré crecer sobre vosotros carne, extenderé sobre vosotros piel, os infundiré espíritu y viviréis. Y sabrán que Yo soy el Señor”. Cuando la esperanza perece, los huesos se secan. Un toque del Espíritu basta para hacerlos revivir. El Señor nos hace salir de nuestros sepulcros y nos conduce a la tierra de Israel. Al percibirnos como Tierra de Israel, llena de abundancia y paz, nuestras vidas son transformadas por el Espíritu. El Evangelio de Jn 7,37-39 invita a los que tienen sed a beber y pone como premisa el creer. “De sus entrañas manarán ríos de agua viva…” Los que sienten sed y beben son inundados por el amor apasionado del Espíritu, operándose en sus corazones un nuevo Pentecostés. En el libro de los Hechos de los Apóstoles 2,1-11 se nos narra con detalle lo que ocurrió en aquel primer Pentecostés, somos herencia de aquellos dones que invadieron a todos los que estaban allí, razas y lenguas distintas entendieron el mensaje universal y de él todos hemos recibido. San Pablo nos dice que “todos estamos llamados a ser un mismo cuerpo con diversidad de funciones (1 Corintios 12,36…). El Espíritu se manifiesta en cada persona para el bien común. Cuanto más bebemos y compartimos, más sed tenemos. Si olvidamos que el Espíritu habita todo nuestro ser, nos sentimos vacíos: “Mira el vacío del hombre si Tú le faltas por dentro: se nos da en plenitud según la fe de sus siervos”. ¡Ven Espíritu Santo, llena nuestra alma de paz y alegría, de luz y fortaleza!

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