REFLEXIÓN
Sí al compartir, no al consumo
SANTO DOMINGO.- Cuaresma. Cuarenta días que nos preparan al gran acontecimiento de la Pascua. Tiempo para la reflexión; distinguir lo fundamental de lo accesorio. En este primer Domingo de Cuaresma, la liturgia nos invita a contemplar la estancia de Jesús en el desierto, como preparación a su vida pública, proclamación de la “Buena Noticia” de la llegada del Reino de Dios donde cada mujer y cada hombre son invitados a ver en el otro a la hermana(o). Oración y soledad pues la “buena noticia” no se improvisa. Este es un tiempo en el que podemos descubrir la incoherencia, el desajuste de nuestras vidas y, también, los sueños, proyectos y utopías que queremos realizar. A través del silencio brotará la solidaridad, nos adentraremos en el “desierto” de nuestras vidas, donde ¡tantas cosas nos sobran! Al desprendernos, incluso de lo necesario, brotarán frutos de amor. La aceptación del mensaje de Jesús conlleva una fuerza transformadora: modifica nuestros esquemas, nos despierta a los valores del Reino. Con Jesús subiremos a Jerusalén y bajaremos de la cruz a los que, entre todos, hemos crucificado. Las sendas que el Señor nos muestra son de misericordia y fidelidad. “Hace caminar a los humildes con rectitud”(Ps 24). El humilde no desea poseer, acumular y enriquecerse. La opulencia no es su aliada: “Convertíos y creed en el evangelio” (Mc 1...). Se cumplió el plazo, somos invitados a la audacia, al riesgo. Son audaces las personas que abren caminos y no se acomodan en situaciones establecidas. Son audaces las(o) que hacen propuestas exigentes y generosas, haciendo que lo imposible se vuelva posible. Estas personas tienen firmeza interior para afrontar situaciones difíciles. La audacia es un “sancocho”, mezcla de atrevimiento, tenacidad, capacidad y fe en Dios para soportar un esfuerzo continuo con paciencia y osadía. Vivir desde la confianza en Dios es una característica de los audaces. Vivimos un tiempo privilegiado para subir con audacia, caminando con Jesús hacia Jerusalén. Subimos con ÉL para bajar hacia el mundo del dolor humano. Sin temor ni cobardía. El miedo hace retroceder, disminuye y reduce la vida. La fe en Dios dinamiza, multiplica la energía, hace crecer en el bien a la humanidad. Hace soñar y actuar.