PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

El amor echa afuera el temor

¿Se sentiría cómodo Jesús si nos oyera resumir todo lo relacionado con la religión con la expresión: “teme a Dios”?

Recordemos la parábola de los talentos en Mateo 25, 14 – 30. Un patrón, a punto de partir a lejanas tierras, reparte talentos, monedas valiosas, entre sus empleados, a uno cinco, otro, dos y finalmente, uno a uno. El de cinco, ganó cinco; el de dos, dos y “Por último vino el que había recibido un solo talento y dijo: «Señor, yo sabía que eres un hombre exigente, que cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has invertido. Por eso yo tuve miedo y escondí en la tierra tu dinero. Aquí tienes lo que es tuyo.» Pero su patrón le contestó: «¡Servidor malo y perezoso! Si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he invertido, debías haber colocado mi dinero en el banco. A mi regreso yo lo habría recuperado con los intereses. Quítenle, pues, el talento y entréguenselo al que tiene diez. Porque al que produce se le dará y tendrá en abundancia, pero al que no produce se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese servidor inútil, échenlo a la oscuridad de afuera: allí será el llorar y el rechinar de dientes.»

Jesús nos alecciona: teman al miedo que paraliza y sirve de excusa para no hacer nada, como pasa en algunas ínsulas, donde el miedo al costo político o señalarse denunciando, contempla resignado a los motores en las aceras y los vehículos lentos alegremente en el carril izquierdo de las carreteras.

En la 1ª Carta de Juan 4, 18 – 19: “En el amor no hay temor. El amor perfecto echa fuera el temor, pues hay temor donde hay castigo. Quien teme, no conoce el amor perfecto. Amemos, pues, ya que él nos amó primero.” El amor maduro de los cristianos se fundamenta en la iniciativa amorosa del Señor hacia nosotros. Nuestra paz descansa en su fidelidad.

En el Sinaí, Moisés estaba lleno de temor (Hebreos 12, 21), a nosotros Pablo nos instruye: “… no vuelvan al temor; ustedes no recibieron un espíritu de esclavos, sino el espíritu propio de los hijos, que nos permite gritar: ¡Abba!, o sea: ¡Papá! El Espíritu asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios” (Romanos 8, 15 – 16).

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