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Las penitencias de Dante

La Cuaresma, en la Iglesia Católica, es uno de los tiempos litúrgicos que mayor interés suscita entre los fieles. El rito del Miércoles de Ceniza emociona profundamente, marcando el inicio de un período de penitencia y gracia, orientado a fomentar la fe, el arrepentimiento, la purificación, las buenas acciones, la reconciliación con Dios y los demás. Estos períodos también existen en las Iglesias Ortodoxas, a la cual llaman la Gran Cuaresma; entre los anglicanos y luteranos con prácticas ascéticas y meditaciones; en las Iglesias Protestantes Reformadas, con tiempos de introspección y sacrificios; en el islam con el mes de Ramadán; en el judaísmo con el Yom Kipur; en el hinduismo, con el Navratri y en el budismo con el Vassa.

En este sentido, los temas religiosos han cautivado siempre a grandes literatos, incluidos genios como Dante Alighieri. Sus reflexiones sobre las penitencias trascienden la literatura bíblica y la fe, despertando interés incluso en quienes abordan su obra desde una perspectiva poética, satírica, alegórica o analítica. En efecto, su contribución, en La Divina Comedia, ha modificado la interpretación popular del Cielo y de algunos temas bíblicos, desde el Medioevo hasta nuestros días, no como un análisis exegético, doctrinal ni teológico, sino desde una visión filosófica, moral y artística.

En su monumental obra, Dante describe el más allá, a través de un recorrido espiritual, dividiendo el estado de las almas en tres reinos: el Infierno, donde junto a Virgilio desciende por nueve círculos, cada uno destinado a un pecado específico; el Purgatorio, compuesto de siete terrazas, donde las almas expían los pecados capitales en su ascenso hacia la purificación; y el Paraíso, al que accede acompañado de Beatriz, culminando en la visión del Empíreo o la contemplación de Dios, tal cual es.

Detengámonos en el segundo estado, el Purgatorio, donde Dante asigna penitencias a personajes históricos, conforme a los Pecados Capitales que, según el “poeta de la lengua italiana”, los marcaron en vida:

La soberbia: Los orgullosos, caracterizados por un amor propio excesivo que los aleja de Dios, son obligados, en la Divina Comedia, a cargar pesadas piedras sobre sus espaldas, simbolizando la carga de la arrogancia e inclinándolos en señal de humildad. Dante los ubica en la terraza más baja y allí encontramos al noble italiano Omberto Aldobrandeschi y al famoso miniaturista Oderisi da Gubbio.

La envidia: Los envidiosos, quienes codiciaron los bienes de los demás, son vestidos de harapos y tienen los ojos cosidos con alambre, simbolizando su ceguera espiritual y una visión distorsionada de la realidad. Residen en la segunda terraza, donde se encuentra Sapia Salvani, una noble de Siena.

La ira: A quienes la ira cegó y condujo al odio, a la venganza y al desprecio de los demás, dañando las relaciones interpersonales, se les purifica en una densa nube de humo que simboliza su falta de visión moral en vida. Los iracundos habitan en la tercera terraza, destacándose, entre ellos, Marco Lombardo, un noble.

La pereza: Los perezosos, marcados por su apatía, negligencia espiritual y la inactividad física, deben correr sin descanso, aprendiendo el valor del compromiso y la dedicación a las cosas divinas. Ocupan la cuarta terraza, representados por Belacqua, poeta y músico.

La avaricia: Quienes en vida amaron desordenadamente los bienes materiales y descuidaron lo espiritual, yacen postrados boca abajo sobre la tierra, símbolo de su necesidad de humillación y desapego, procurando dar prioridad a las cosas humanas y enfocándose en lo espiritual. Dante los sitúa en la quinta terraza, donde aparece el Papa Adriano V.

La gula: Los golosos, esclavos de un deseo desmedido por la comida y la bebida, a las cuales Dante relaciona con los placeres del cuerpo, padecen hambre y sed mientras caminan bajo árboles cargados de frutos inalcanzables. Este castigo fomenta la virtud de la templanza. Dante los coloca en la sexta terraza; allí encontramos a Forese Donati.

La lujuria: Los lujuriosos, quienes priorizaron los placeres carnales sobre lo divino, son purificados caminando entre llamas, las cuales transforman su amor en algo puro y orientado hacia Dios. Se les encuentra en la séptima terraza, representados por personajes anónimos.

Cada penitencia, en su cumplimiento, purifica el alma y la acerca a la gloria del Paraíso, algo que refleja en su obra Dante Alighieri. Definitivamente que la epopeya descrita por Dante, aproximadamente en el 1307, no es más que una imagen plástica de lo que vivimos la peregrinación física y espiritual durante nuestra estadía en el mundo y, cada acción realizada, son lecciones valiosas aprendidas, que, dependiendo la atención que le brindemos, no solo nos pueden ayudar en la vida humana, sino también en nuestra búsqueda de Dios.

El Purgatorio dantesco, es un espejo poético de las luchas humanas y las aspiraciones de nuestra alma, recordándonos que no importan los pecados, las caídas y la necesidad de oración en el camino, lo fundamental es aprovechar los medios divinos, la iluminación del corazón y el crecimiento espiritual, para pedir al Señor la transformación que nos permite alcanzar el “cara a cara a Dios” (1 Cor 13,12; Ap 22,4).

La Iglesia, al declarar santa a una persona, está afirmando que está en el Paraíso, sin embargo, nunca ha osado en afirmar que alguien haya ido jamás al Infierno ni al Purgatorio, provocación que sí incluyó Dante en su obra, al colocar, como vimos antes, personas históricas, en los tres estados, “al di là”, es decir, del más allá.

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