La verdad es que, “aunque a muchos mal les cuadre”, el tema de la inmigración haitiana y su impacto en el desempeño de nuestra economía, nuestra identidad, nuestra seguridad y, sobre todo, en nuestro presupuesto nacional, ha sufrido un descenso en la calidad de su gestión particularmente sensible a partir del último gobierno de Joaquín Balaguer. Esto, claro, visto desde la perspectiva de nuestro particular interés como país y sin que ello implique que entonces no hubo desaciertos. Los hubo, y muchos. Pero lo que no se puede negar es que la necesidad de mano de obra haitiana, predominantemente para labores agrícolas, no interfirió con la perspectiva de soberanía que tuvo Balaguer para manejar el tema. Balaguer fue manifiestamente más asertivo frente a las sugerencias -ya expresas, ya subliminales- foráneas de “dejar hacer”. Como buen torero político, capeo tales pretensiones sin importarle los desdoblamientos que, incluso, pudieron poner en entredicho su sinceridad y buenas intenciones ante la comunidad internacional y ante el propio Haití. Es triste tener que admitir que no todos los hombres políticamente exitosos lo han sido aferrados a una perspectiva moral decididamente Kantiana. El componente de teatralidad -quizás sería mejor decir de representación o de actuación- que reclama el ejercicio del poder no es distinto que el que reclama el ejercicio de la profesión de abogado, de médico u otra que a usted se le ocurra considerar. ¿Quiere decir lo anterior que no tengo apego a ningún sistema de valores relacionados entre sí? En modo alguno. Los contextos son los factores más eficaces no para interpretar, sino para comprender las conductas de los hombres públicos. Tal comprensión, reclama que los fenómenos sean analizados en los niveles formal, semántico y sociocultural. El juicio histórico implica entonces el apego a las perspectivas históricas de los procesos y de las mentalidades, porque los hechos y sus protagonistas son un producto de aquellas. Por eso no siento que comprometo mi visión moral ni su género cuando afirmo que Balaguer manejó con más acierto el tema: solo estoy evaluando resultados, no los métodos para conseguirlos. Todos los gobiernos posteriores a Balaguer han observado más blandura a la hora de manejar, frente a las grandes potencias, la pretensión de éstas de falsificar nuestra soberanía. Y quienes nos han gobernado desde entonces saben, en su fuero interno, que no miento. Señor presidente, sé que ha hecho mucho, pero hace falta más. Debe redireccionar su estrategia. A sabiendas de que, de no hacerlo, corre el riesgo de ser recordado como un cómplice más de dicha falsificación. Y no lo merece.