El dedo en el gatillo
José María Cabral, un cineasta que se las trae
Años atrás, entrevisté a Rienzi Pared Pérez. El resultado de esa conversación lo incluí en mi libro “La pantalla al revés”. En esa ocasión, me pareció de suma curiosidad la manera ambivalente de enfrentar, con sentido crítico, el séptimo arte de hoy: “Al cine dominicano la falta mucho y no le sobra nada”. No sé qué pensará ahora sobre el tema, pero imagino que su mirada continúa en el trasfondo, como vorágine del tiempo. Rienzi escribe en el Listín Diario sobre los clásicos del cine.
Si menciono el titular de aquella entrevista no responde a sumar un ego que no tengo. Ni tampoco por traer a este presente la impronta de su pensamiento. Recordé una recientemente entrevista con Antonio Saura, un productor español, agente de ventas y vicepresidente de la Academia de Cine Europeo, que asombró a mi colega Jessica Arnó, al lamentar la ausencia de otros géneros que completen el abanico de nuestra cinematografía, tales como el musical, las aventuras, la ciencia ficción, la fantasía y el thriller. Incluso, cito: “Ahora bien, si me preguntas qué imagen queréis de la República Dominicana fuera, no es la comedia, son películas más serias”.
Uno de los pocos cineastas criollos que respeto, tanto por su obra creada, como por la diversidad de géneros que aborda en ella es José María Cabral.
Aunque prefiere el cine social, como director ha dirigido comedias y dramas de Ciencia Ficción, de humor negro, documentales y una serie de proyectos que cuando salgan a flote, se tendrán su merecido espacio en sitiales universales nunca antes soñados.
Hotel Coppelia
Un guion intenso y una cinematografía creativa, son algunas de sus aportaciones históricas. Complementan el cuadro un esmerado casting y una banda sonora sobresaliente, salpicada con sonidos ambientales y canciones de época. Su reparto es diverso, y bien dirigido, sobresale. Cabral les ha enseñado a los actores la importancia de no buscar cámara por buscar. La suya es quien busca: elige.
La impronta de Cabral frente a sus actores se hereda de un cine no acostumbrado a repetir protagonistas ni a contar el número de extras. Ya lo demostró en “Jaque Mate” o en “Carpinteros”, donde las tragedias provienen de incontuctas sociales.
Un burdel dominicano y sus traumas mayores y menores se retrata en tres tiempos: Durante su cotidianidad y en plena ocupación, primero por las tropas constitucionalistas y luego por las hordas invasoras.
Su mirada rastreó, y gracias a ello, logró la reconstrucción epocal. La justa elección de un escenario cerrado (y sus alrededores externos) fueron suficientes para enfrentar al espectador con un episodio nacional que en unos años será centenario. La trama en vilo se teje con destreza. Sabe sacar partido al climax de suspense, al juego de espejos y al debate interior de los protagonistas dentro de fotogramas intensos. Y hablando de colores, los actores aceptaron el reto de un director que sabe transformar en un tiempo de guerra. Un esmerado ensamblaje final permite honrar el talento en el cuarto de edición.
Tumba y quema
Obnubila. Aquí, Cabral es creativo, ingenioso. Le sobra talento. No teme decir las cosas por su nombre. El cineasta reluce en su faceta de periodista de investigación para desentrañar una madeja de irresponsabilidades, desafueros, tigueraje, oportunismo y politiquería alrededor de la deforestación y la contaminación del suelo y del aire.
Es un cine crítico. Va a incomodar ciertos oídos que usan la destrucción para producir comida barata. Hay que verlo. Olerlo, disfrutar su intensa fotografía, seguir de cerca un guion bien pensado y escrito con coraje. Escuchar verdades que duelen. Comprobar que el director no se deja manipular porque sabe poner cada cosa en su sitio. La dimensión de su fotografía ha sido vista pocas veces antes. en el cine dominicano Los testimonios suceden sin darle espacio a la especulación. Quienes los ofrecen no son actores, sino especialistas, gentes que viven, sufren y saben lo que dicen.
Perejil
Es una joya que podrá no gustar, pero usa la ficción para sacar una historia real, vívida e inolvidable. La reconstrucción epocal no admite segundas lecturas. Este es un filme que va directo a la diana de algunos “patriotas” que nos quedan. Se inserta con una fotografía que busca comunicarse con el espectador, en una escenografía casi perfecta, en un maquillaje no abusivo, y en un reparto de figuras, muchas de ellas poco conocidas, que saben encarnar sus personajes.
Tiguere
Sobresalta. Me gusta esta película que huele a creativida por los cuatro contados. No es perfecta, pero se las trae. El joven actor cubano Carlos Fernández se lleva las palmas sin hacerle mucho caso a su evidente acento extranjero. Manny Pérez nos regala una de sus más convincentes actuaciones. El director ha logrado no solo rescatar un episodio oculto de nuestra historia, sino un filme que nos mantiene aferrados a la butaca. La fotografía es un arma que el director usa con precisión, al igual que el guion que transpira engranaje. Pero hay algo más en esta cinta que conmociona: es el diálogo entre el director y su público. José María Cabral desea que el tema de su obra sea motivo de debate permanente. Nadie quedará indiferente ante este nuevo producto nacido de su talento.