Despolitizar la verdad
Ayer escuchaba a un ser querido quejarse indicando, ah la ética. Como queriendo decir: ¿de qué ética me estás hablando? Y realmente el reto que todos tenemos de vivir una vida apegada a principios y valores es grande.
Hemos hecho de la conveniencia del momento el principal factor decisivo en nuestras vidas, y norma principal de nuestras conductas. Y ya se entiende de forma generalizada, que hacer lo contrario, nos hace parecer tontos ante los demás.

"Hemos hecho de la conveniencia del momento el principal factor decisivo en nuestras vidas".
Pero también venimos de un arsenal de políticas, sistemas, leyes y normas, que no se hicieron apegadas ni a la verdad, ni a lo correcto, ni a la ética, ni a la moral, ni a la justicia, sino también a las conveniencias de sus patrocinadores casi siempre representados por lobistas y mercaderes de lo legal.
La distancia que puede verse entre lo justo, lo verdadero y la aplicación de decisiones que en teoría hacen justicia, sigue siendo una brecha que cada día es mayor y que parece insalvable.
Querer luchar por la verdad y la justicia nos hace entonces ser acusados de: pontificar, pretender ser impolutos. Por eso, adecentar la política dominicana, parece contrastar contra la imagen que se proyectó de nuestro país recientemente en la península Ibérica, y que el presidente español trato de minimizar al disculparse con la nación dominicana.
Pero la verdad, es que la verdad la hemos politizado y con ello, colocado anteojeras que sencillamente te indican, eso es verdad, si y solo si, se cumple con este o aquel requerimiento.
A esa verdad que de apoyarse en principios sería inmutable, le hemos colocado una etiqueta y un precio, y nos encargamos de difundir cualquiera de sus distorsiones, y hasta entregarla en cualquier pedido comercial como una promoción del tipo, docenas de catorce.
La capacidad que podemos tener de cumplir lo que prometemos, es tal vez la mayor baratija que tenemos disponible en una cultura y convivencias degradadas. Es tan fácil decir si, y luego ni siquiera tener la delicadeza de adelantarnos para expresar que cometimos un error y que no podremos cumplir.
Y pretendemos fidelidad, y prometemos cualquier cosa, no se sabe si con buenas intenciones o sencillamente por costumbre de aparentar ser lo que no somos, o por una cultura de engañarnos mutuamente y seguir adelante.
Pero esta práctica peligrosa envuelve a toda la nación, siembra una alta dosis de desconfianza y de falta de credibilidad, debilita la autoridad que deberían ser ejercida con nobleza, por los que también deberían exhibir conductas nobles como servidores públicos, sin importar la naturaleza o la altura de su posición gubernamental.
El punto de quiebre con la verdad es tan diseminado, que las mismas informaciones que se suplen a una audiencia, tiene solo como un hecho, algo verdadero, que una persona declaró una información específica, aunque la misma pueda no corresponder a una verdad consumada.
Es decir, que la noticia no es que ha ocurrido un hecho que modifica la forma de vida, o que llevará progreso o que anuncia mejoras en una actividad, sino que la noticia es, que eso opinó tal o cual funcionario y que en muchas ocasiones son nuevas falsas promesas. Es que estamos tan acostumbrados a mentir, que ni siquiera los que intentan informar pueden asegurar que lo declarado por un funcionario se corresponde con la verdad. Pero si miramos desde ahí hacia abajo, a la sociedad misma en la que vivimos, y tal vez ahondamos un poco en los niveles de servicios que cotidianamente ofrecemos a los demás, nos sorprenderemos de la facilidad que tenemos por ejemplo, con hacer citas y no solamente no cumplirlas, sino que tampoco tenemos la delicadeza de confirmar o de excusarnos con tiempo, para considerar y respetar el tiempo de los demás.
O funcionarios que atento al poder que no les pertenece, pues le pertenece al pueblo, hacen esperar un ciudadano horas en una cita y luego informarle con su secretaria, que no podrá ser recibido.
Pero también usted puede verlo en la terminación de trabajos acordados. La gente necesita sobrevivir, y seguramente hace su mejor esfuerzo. Pero sin experiencia, y sin decir que no sabemos, aceptamos cualquier trabajo, para en el camino ir acotejando la carga como decimos en buen dominicano. Y luego la calidad no se nota y la terminación habla por sí sola.
Y se ve esto en todos los niveles, no solo en los chiriperos, sino también en algunos servicios profesionales, donde queda tan fácil tomar de tontos a los demás y al final, no ser solución a los problemas presentados y que dieron origen al la contratación del servicio.
Desde mecánicos, plomeros, electricistas, ebanistas, pintores, hasta los más encumbrados asesores en materia empresarial y funcionarios, no existe la conformidad por los servicios recibidos por mucha gente, y al final, como todos compartimos la misma cultura del aparentar y el proyectar lo que no somos y hacemos, no agregamos realmente valor, para un cambio cultural positivo que promueva la excelencia y respete la integridad.
La ética situacional como me recordaba en algunas discusiones un dilecto amigo, se ha adueñado del escenario relacional, y hemos dado multicolores a la verdad que siempre debe ser transparente, pues es y será inevitable que su fuerza se imponga y salga a flote.
Al politizar la verdad, la conveniencia a sustituido la integridad, y no hay forma de respetar acuerdos, a no ser que sea por escrito o el irrespeto pueda dañar severamente nuestra reputación o salud financiera, o que las penas del incumplimiento nos coloque en una situación peligrosa.
Por hacer política, disfrazamos la verdad de las cosas, hasta inventamos hechos que no pueden ser comprobables, hacemos opinión pública, y nos aseguramos de tener las mejores coberturas, en teoría para informar a la población. Luego nos quejamos de las fakes news o de las redes sociales, cuando estas se encargan de desmentir todos los despropósitos nuestros, que informamos sin considerar que le hacemos daño a los medios, a la misma opinión pública y a la nación.