PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA
Creo en Dios Padre todopoderoso
Al llamar a Dios “todopoderoso” las primeras comunidades querían comunicar por lo menos dos convicciones. Primera, en un mundo plagado de “dioses”, los cristianos estaban convencidos de que el Señor no tenía que derrotar a otras divinidades. Al igual que Israel, ellos sostenían que “los dioses de las otras naciones son nada” (Salmo 96, 5- 6). La segunda: que, el tamaño de esa fidelidad amorosa revelada en Cristo supera lo que podemos entender y desear (lea despacio Efesios 3, 14 – 21).
Nosotros tendemos a asociar a Dios con el poder. Ciertamente que, a cada paso, la Biblia narra las acciones poderosas del Señor a favor de su pueblo, pero la misma Biblia nos enseña que comprendemos más cabalmente al Señor cuando lo definimos como “el fiel”. El poder de Dios se revela en su fidelidad, porque las entrañas de Dios son de “ternura y compasión”. Lea el Salmo 145, 8 – 13.
Dice el Salmo 103: «Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles».
Confesando al Padre como todopoderoso, empezamos a conocernos como hijos (J.I. González Faus). La auténtica experiencia de Dios no se reduce a reconocernos como creaturas, seres que reciben su consistencia a partir del Señor. No solo lo reconocemos como creador, sino sobre todo como Padre. Ganamos en conocimiento de nosotros mismos cuando nos descubrimos hijas e hijos de Dios. Pablo llegará a expresarlo de esta manera en la carta a los Efesios 1, 3 - 5: “¡Bendito sea Dios Padre de Cristo Jesús nuestro Señor, que nos ha bendecido en el cielo, en Cristo, con toda clase de bendiciones espirituales! En Cristo Dios nos eligió antes de que creara el mundo, para estar en su presencia… En su amor nos destinó de antemano para ser hijos suyos en Jesucristo y por medio de él.” Somos su “viejo amor,” ni nos olvida, ni nos deja.
Entendemos mejor el “todopoderoso” del credo cuando nos convencemos de que nada nos puede separar del amor de Dios: “ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles ni las fuerzas del universo, ni el presente ni el futuro, ni las fuerzas espirituales, ya sean del cielo o de los abismos, ni ninguna otra criatura podrán apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Romanos 8, 38 – 39).