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Integración Mescyt-Minerd: al presidente le sometieron un soberbio mamotreto

¿Qué mérito tiene usted, señor escribano, para titular así? Peor aún: para analizar la propuesta de proyecto de Ley de fusión Minerd-Mescyt que al presidente entregó la comisión designada para eso.

Quienes lean esto, derecho a preguntarlo tienen.

Y el escribano, a presentarse. Con 14 años, leyó las obras completas de Shakespeare; con veintidós a veintitrés, la “Fenomenología del Espíritu” de Hegel, el Capital de Carl Marx (los tres tomos), cuanto escribían García Márquez, Neruda, Borges (aunque nunca le gustó), Huidobro (ese sí le fascinaba), Bertold Brecht, mucho de Alejo Carpentier (¡Ah, “El arpa y las sombras”!), las Críticas de la razón (pura y práctica) de Inmanuel Kant; a Descartes, Diderot, Hobbes, Spinoza, Adan Smith, Piaget, Freinet y por ahí María continúa yendo, hasta informes y ensayos variopintos. Finalmente: docente desde los quince; catedrático (UASD) con apenas 27-28, docente al menos en cinco centros de educación superior nacionales…

El magisterio fue su primera profesión y vocación. Fundó el Teatro Experimental Popular (TEXPO) para educar en teatro a amigos de Villa Juana y a la gente sobre los abusos de la dura dictadura balaguerista que hoy algunos tildan de blanda cuando con menos de doce vio, frente al caserón donde vivía, cómo agentes de La Pangola asesinaban a sangre fría a un pobre hombre desarmado.

En sus vocaciones e intereses ha persistido: acucioso, ecléctico, holístico, humanista, creativo, entusiasta, solidario.

Sorprende que un objetivo tan serio como el propuesto por el Presidente —integrar los ministerios de educación preuniversitaria y el de la educación superior, ciencia, tecnología e innovación— resulte tan samurrado.

¡Leer el texto propuesto es peor que suplicio! No merece otro calificativo, dicho con toda propiedad, que fárrago. Porque sus autores quisieron, primero, parecer más doctos de lo que son; más sapientes que eficientes y eficaces; más teóricos que racionales. Olvidaron lo imprescindible para estructurar discursos —escritos o verbales—: su lenguaje, disciplinar, específico. Optaron por hincharlo como butifarra, resalta de sopetón: lo saturan sandeces ideológicas y pretendida metodología educativa naturalmente discutibles; obviaron el rigor, solemnidad y precisión de los textos normativos. Características derivadas de la moderación y exactitud del campo semántico. Es tan desbordado que su “Artículo 3. Valores y principios” es un insufrible azote verborréico, tipo al acuñado por aquel amigo querido interesado en parecer más erudito que todos, ante cuya sarta de inexactitudes y neologismos sólo tontos e ignaros exclaman, ¡Waoo, qué docto!

Es el aspecto indicativo de una de las causales de los deplorables resultados educativos nacionales: profesorado y gestores ingresando al campo y aulas para ¡demostrar que saben más que la sociedad y los educandos!

Poder ratificar esa costumbre en ese texto se agradece, pues permite exponerla como exabrupto.

Agregamos: siendo las aulas y la educación espacio y actividad para transferir conocimientos y preceptos orientados al acopio progresivo de saberes, desarrollo de habilidades y a la construcción de ciudadanía (eficiencia, civilidad y eticidad) en los educandos, el término, referido a este tipo de transmisiones y construcciones, ¡aparece sólo nueve veces en el texto: tres relacionado a la educación superior y seis a lo financiero! ¿Explica el estado actual de la educación preuniversitaria?

Continuaremos en la próxima entrega.

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