SIN PAÑOS TIBIOS
Liliputenses con dismorfia
De entrada, no digo “enanos” por corrección política, o lo que es lo mismo, autocensura. En tiempos donde la palabra es un arma, las dichas quedan sembradas como minas antipersonales, listas para explotar tras una breve búsqueda en Internet.
Los Estados europeos ni siquiera son conscientes de lo que se les viene encima. Han estado tan ensimismados mirándose el ombligo, que se despreocuparon por las demás partes del cuerpo. Europa es un enano hidrocefálico de cráneo grande –abultado con sus ínfulas imperiales trasnochadas– que no acaba de aquilatar el tamaño de su anatomía, ni aceptar que sus débiles extremidades no pueden soportar las aspiraciones que lleva en su cabeza.
La historia no sólo es cíclica, también suele ser irónica y aquello de que el karma es instantáneo –trivial y acomodaticia expresión occidental que sólo evidencia desconocimiento en torno a un aspecto fundamental de la cosmogonía hindú y budista–, se hace presente en este tiempo en que, ni Alemania, Francia e Inglaterra parecen darse cuenta –no digamos aceptar– que el tiempo de Europa pasó en 1945, y que, desde entonces, toda su importancia ha sido en función de su naturaleza accesoria y secundaria a la política imperial norteamericana.
El sueño de que una ficción política llamada Europa sería un eje alterno a Washington, Moscú o Beijing parece llegar a su fin. En una cita apócrifa, el camarada Lenin decía que “las crisis se resuelven agudizándolas”; y, si “la violencia es la partera de la historia”, toca reconocer que el mundo se desliza por una pendiente donde el sectarismo, el extremismo, la intolerancia y la unilateralidad serán la norma.
Como en los estertores del III Reich, las discusiones en Bruselas (y Paris ayer) se asemejan a las del Führerbunker en los días finales; que mientras los rusos estaban a 200 metros de la Cancillería, los jerarcas nazis se peleaban por las migajas de un liderazgo fracasado y derrotado.
Guardando distancias –para evitar urticarias–, mientras Trump negocia directamente con Putin, Europa juega a ser Gulliver; y, mientras quien ha mantenido económicamente a la OTAN desde su fundación –brindando soporte militar de avanzada, inteligencia y tecnología experimental de punta– se repliega, los liliputenses hablan de un futuro que no es posible construir ni mantener con los recursos del presente.
El liderazgo europeo actual –¡valga la contradicción semántica!– no está a la altura de los desafíos que, como países individuales y federación, deberán enfrentar. No es sólo que tendrán a una Rusia de frente, sino que tendrán a unos Estados Unidos de espaldas, mirando hacia el Pacífico. Lejos de entender y aceptar la realidad, la niegan y se radicalizan. Hablar de entrar a Ucrania en la OTAN no es sólo desconocer la génesis del conflicto, sino negar que ha terminado.
Tiempos aciagos son estos, donde parece que todo lo ganado desde 1945 a la fecha se está perdiendo. A nosotros sólo nos queda observar en silencio.