SIN PAÑOS TIBIOS
El problema de las bocinas
El problema de los adjetivos es que, si bien desde el punto de vista gramatical “califica o determina al sustantivo”, desde una perspectiva ontológica lo define a partir de un sesgo. Con ellos delimitamos el mundo, de ahí que su uso sea tan generalizado, sobre todo cuando la simpleza y la acriticidad determinan la lógica del debate.
Los adjetivos moldean y jerarquizan el mundo, por eso reinan en la política, que es un reflejo del mundo. Las dictaduras –de izquierda o derecha– se deleitan en su uso, porque todo el proceso de deshumanización del enemigo –requisito indispensable para su aniquilación–, implica el despliegue de cuantos adjetivos sean posibles para encasillarlo, aislarlo, marcarlo, y luego… lo que proceda.
“Enemigo del pueblo”, “fascista”, “sedicioso”, “disociador”, “progre”, “conspirador”, “agitador”, “acaparador” “especulador”, y un largo etcétera; pero, en democracia toca refinar el armamento lingüístico, y, en el patio, pocos tienen tanto potencial como el de “bocina”.
En esta era de realidades líquidas; medios de comunicación de masas democratizados y descentralizados; certezas ideológicas agotadas; patrones consumistas dominantes; y agotadas la lucha de clases a partir de la sumisión de todas ellas a la búsqueda de la gratificación instantánea y el hedonismo más insípido; la única realidad es –en sentido general– la percepción de que si la nave amenaza con hundirse, toca luchar por un camarote en primera… aunque el barco se llame Titanic.
Descalificar siempre requiere menos esfuerzo que razonar o investigar. Por ejemplo, decirle “bocina” al comunicador que habla sobre el trabajo de un funcionario, será descalificación en la medida que comunique la realidad con criterio objetivo, se dedique a la alabanza o disguste a los contrarios. Porque tan cierto como que en los últimos años ese adjetivo ha sido utilizado indiscriminadamente para destruir trayectorias de décadas de trabajo de comunicadores y medios, y que bajo el calor de su invectiva han ardido honras y nombres; asimismo han sido muchos los que gustosamente desean asumir tal condición en búsqueda de contraprestaciones, prebendas o nombradías.
¿Quién es bocina y quién no? ¿Qué convierte a alguien en bocina? ¿Lo es acaso quien desde la oposición alaba las condiciones de su líder o quien desde el poder celebra las del suyo? ¿Cómo medimos la solvencia moral de cada quien? ¿Qué instrumento usamos? ¿Lo venden en Amazon? ¿Quién tira la primera piedra? Si no criticas y te callas, te pagan. Si criticas y hablas, te mandan. En la hoguera de las verdades no hay lugar para nada que no sea el reduccionismo; ambos extremos detestan el centro, y ambos juzgan desde su condición. Ahora que la rueda cambió toca recordar que un día cambiará de nuevo y que las “bocinas” de hoy dejarán de sonar mañana… y viceversa.
Mientras, en el carro, Rolando Laserie canta “Las Cuarenta” en la única bocina que debería sonar: “Cada carta tiene contra y cada contra se da”. Siempre es así.