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 SIN PAÑOS TIBIOS

La ley del mar

Ulises siempre lo supo, el mar era la pregunta y también la respuesta. Frente a él nadie puede ser indiferente, y así como cuando se mira al cielo estrellado se tiene un estremecimiento, así también el mar nos recuerda nuestra pequeñez. La ley del mar es un conjunto de prácticas y tradiciones comunes a todas las culturas marineras, pues quienes se atienen a navegarlo saben que, llegado el momento, en caso de quedar a la deriva y se agoten los recursos, nadie mirará con malos ojos que los sobrevivientes canibalicen a los muertos o se eche a suertes quién deberá morir para alimentar al resto.

Historias hay muchas, y así como en tiempos históricos “La Meduse” fue inmortalizada en el lienzo de Géricault, así también la historia de dos pueblos hermanos abandonados a su suerte en el mar Caribe define el presente. Sólo que, a diferencia de ser producto de un azar que actúa con mano indiferente, la realidad que viven República Dominicana y Haití en la misma isla de Santo Domingo, recrea la vieja tragedia que sobrevuela en todo naufragio.

Abandonados por la comunidad internacional en el medio del Caribe, República Dominicana intenta sobrevivir la muerte del Estado haitiano, y, lejos de mirar hacia el horizonte en busca de una ayuda o socorro, deberíamos aceptar la realidad de que estamos atados a un cadáver y que, si no actuamos a tiempo, inevitablemente su podredumbre institucional, económica, política, social y ecológica nos contagiará.

No roguemos ni esperemos más ayuda, nadie vendrá a rescatarnos. El presidente puede ir a la ONU, exigir con firmeza que la comunidad internacional asuma su rol y que Estados Unidos y Francia –responsables históricos– se hagan responsables; o pedir todas las resoluciones que quiera en el seno de la Asamblea General, e igual no pasará nada. Estamos solos.

Trump lo ha dejado sobradamente claro: le importa en lo absoluto Haití y no está dispuesto a pagar la cuenta. Ni solo ni acompañado. Con Europa a la defensiva, América Latina mirando los rayos que incendian el cielo del Estado de derecho, el debido proceso y los acuerdos internacionales; y China gustosa de dejar que el patio de su adversario coja fuego –y más si de paso arde un país que reconoce a su provincia rebelde como Estado–, los escenarios son catastróficos y predecibles.

En el mejor de los casos Rubio dejará caer migajas, y será mucho de su parte en el contexto trumpeano. No nos hagamos ilusiones, las cosas están muy mal… y se pondrán peor.

Debe el gobierno usar todo su poder congresual para reforzar el marco sancionador migratorio; aumentar penas contra traficantes de personas, incrementar el monto de sanciones, reforzar el aparato persecutor y sancionador desde la lógica de la sostenibilidad y la rápida ejecución.

Abandonados a nuestra suerte, o nos ponemos [muy] duros y echamos el cadáver al mar, o la muerte tomará toda la nave… sólo es cuestión de tiempo.