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Fraternidad, individualismo y libertad

El día de ayer, 4 de febrero, se celebró el “Día Internacional de la Fraternidad Humana”, una fecha proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en diciembre de 2020, donde se firmó el "Documento sobre la fraternidad humana para la paz mundial y la convivencia común" la cual hemos de valorizar, para combatir todo lo que comprometa su crecimiento.

Definitivamente, hoy más que nunca hemos de promover la fraternidad y la amistad social para construir un mundo más justo, pacífico y mejor. En tal sentido, el Papa Francisco afirma, en la Carta Encíclica Fratelli Tutti, que “La vida subsiste donde hay vínculo, comunión y fraternidad para crear relaciones verdaderas y lazos de fidelidad”. Pero hay que reconocer que “Un camino de fraternidad, local y universal, sólo puede ser recorrido por espíritus libres y dispuestos a encuentros reales”. Por ello, continúa afirmando el Papa, “Es necesario fomentar no únicamente una mística de la fraternidad, sino, al mismo tiempo, una organización mundial más eficiente que enfrente los problemas acuciantes de los abandonados que sufren y mueren en los países pobres”. Igualmente, la filósofa francesa, Simone Weil, “la fraternidad era una lógica sacramental que implicaba el sacrificio personal por el otro”.

Efectivamente, fraternidad quiere decir mano tendida, quiere decir respeto, requiere escuchar con el corazón abierto, expresar con firmeza las propias convicciones; no existe verdadera fraternidad si se negocian las propias convicciones. Conviene defender la fraternidad de los virus que la amenazan; uno de los más devoradores lo constituye “el individualismo radical y difícil de vencer, el cual da rienda suelta a las propias ambiciones, como si acumulando intereses y seguridades individuales pudiéramos construir el bien común”.

Para el Papa “hoy no hay tiempo para la indiferencia”, “no nos podemos lavar las manos con la distancia, con la prescindencia y con el menosprecio”. “O somos hermanos o se viene todo abajo. Y es que la fraternidad es “la frontera” sobre la cual “tenemos que construir” el desafío de “nuestro siglo”; de “nuestros tiempos”. Esto es así porque “somos hermanos, nacidos de un mismo Padre”, con culturas y tradiciones diversas, pero todos hermanos. Y respetando nuestras culturas y tradiciones diferentes, nuestras ciudadanías diferentes, hay que construir esta fraternidad.

El reto consiste en continuar construyendo la fraternidad, cuyo fundamento está en el mandamiento del amor de Jesús: “Como yo los he amado, ámense unos a otros”. Algunas estrategias ayudan a incrementar el “sacramento de la fraternidad”, por ejemplo: gestos concretos que aseguren una alianza espiritual y social, poniendo en el centro las relaciones, la sacralidad y la inviolabilidad de la dignidad humana”; percibirse juntos para aplicar “el bálsamo de la ternura dentro de las relaciones que se han desgastado, tanto entre las personas como entre los pueblos”. Respetar las diferencias, “ir más allá de los vínculos sanguíneos o étnicos, que reconocen sólo lo semejante, pero rechazan lo diverso”; abrazar la esperanza para crear “una gramática de la fraternidad” y que esta “sea una guía eficaz para vivirla y testimoniarla cada día en modo concreto”.