Umbral
Trump vs Davos: ideología y pragmatismo
El nuevo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, se instaló en la Casa Blanca y sin pérdida de tiempo acometió acciones contra la agenda “woke” (una confusa corriente de pensamiento que se autodefine como progresista o de izquierda, pero que no tiene ninguna relación con los postulados de la izquierda clásica o marxista) que promueve núcleos familiares atípicos, indefinición de sexos: neutralidad, multiplicación infinita de éstos a voluntad de los individuos de acuerdo a la autopercepción. La configuración de este complejo constructo social derivada de justos reclamos contra la discriminación racial, étnica, religiosa, social y de preferencias sexuales, a los que combate el conservadurismo que representa el reinstalado mandatario, amparado, por lo general, en consignas religiosas que buscan justificar los privilegios de las antiguas élites.
El aplastante triunfo del magnate parece haber sido una patente de corso para frenar en seco, sin dar muchas vueltas, a una agenda atribuida al globalismo gestado en Davos, que se instalaba, no sólo en la sociedad estadounidense, sino que comenzaba a permear las raíces de los valores tradicionales de todo Occidente, con la ayuda de los medios de comunicación tradicionales y las redes sociales, a fuerza de la misma censura que denunciaban, de la invasión a la intimidad de los ciudadanos para recopilar sus datos, con la finalidad de diseñar estrategias de manipulación, con el objetivo de inducir el consumo, manipular procesos electorales, justificar golpes de Estado, y toda suerte de acciones que contribuyeran con moldear al mundo a imagen de los intereses de grandes corporaciones que, al final, tendrían el control de los Estados, los mercados y los ciudadanos.
Pero las acciones del nuevo ocupante del Despacho Oval no sólo se centraron en la cuestión ideológica. Sus órdenes ejecutivas y declaraciones pragmáticas (ya oficiales) también se dirigieron a enfrentar la realidad de los Estados Unidos, marcada por retos económicos preocupantes, como su inmensa deuda, que ya alcanza el 122% del PIB, y la desindustrialización que comenzó a incubarse a partir de las políticas neoliberales impulsadas por Ronald Reagan, que incluyeron en el paquete, la disección de su aparato industrial que comenzó a dispersarse por varios países en vías de desarrollo, como China, que supo aprovechar aquel error estratégico para afianzar su proyecto de Reforma y Apertura que le ha colocado como un competidor que inquieta al mandatario estadounidense, al punto que, con altos aranceles, le quiere cerrar el mercado de los Estados Unidos.
Lo grave es que no sólo procura cerrar el mercado estadounidense a los chinos, sino que el muro arancelario será levantado contra sus principales socios comerciales, como Canadá y México; además de contra sus aliados de la Alianza Atlántica, que ya comienzan a manifestar preocupación por estas posibles medidas, y molestia por el manifestado deseo de apropiarse de Groenlandia, un territorio de Dinamarca que, de acuerdo con líderes europeos, defenderán. En esos términos se expresó el canciller alemán Olaf Scholz al manifestar que “la inviolabilidad de la frontera es un principio del derecho internacional”.
Por su lado, el ministro de asuntos exteriores de Francia Jean-Noel-Barrot, dijo que “no había posibilidad de que la UE permitiera que otras naciones del mundo, sean las que sean, ataquen sus fronteras soberanas”.
En medio de este tira y afloja que parece dividir el mundo entre “wokistas” o globalistas y conservadores a la vieja usanza, existen alternativas, como la economía social de mercado (armonización entre el trabajo y el capital), más arraigadas a los prístinos anhelos populares, no contaminados por un globalismo denominado de izquierda que en realidad no representa los valores ni principios de la izquierda tradicional que debe ajustarse, por inercia dialéctica, a los cambios que se producen en la sociedad global.