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Venezuela: El peligro del poder en manos del miedo

En la Venezuela de hoy, penosamente, el miedo gobierna desde Miraflores, no es el miedo de los ciudadanos lo que define la dinámica política, sino el miedo de quienes detentan el poder. Es un miedo profundo, casi visceral, a perder el control, a ceder poder, a toda fuerza capaz de desafiar su hegemonía. Ese miedo, que habita en los más altos niveles del gobierno, es el verdadero motor que impulsa decisiones y acciones, y constituye un grave peligro para la nación suramericana.

Cuando el poder está motivado por el miedo a su propia pérdida, el gobierno se convierte en una máquina obsesionada con el control. Todo debe estar bajo su dominio: las instituciones, los procesos electorales, las voces y opiniones, incluso las expectativas de la ciudadanía. Este tipo de miedo no construye; inmoviliza a la sociedad, sofoca la iniciativa y utiliza la fuerza como principal herramienta para garantizar la estabilidad de quienes gobiernan.

La obsesión por mantener el poder lleva al gobierno a ejercer un control desproporcionado en todos los ámbitos. El ejecutivo centraliza decisiones, mientras que el legislativo y el sistema judicial se convierten en extensiones que legitiman este dominio. El poder electoral, en lugar de ser un árbitro imparcial, opera como un mecanismo para prolongar el régimen. Las fuerzas armadas, por su parte, se emplean no como garantes de la seguridad nacional, sino como herramientas para proteger al gobierno de cualquier amenaza interna. Esta dinámica crea un círculo vicioso: el miedo al cambio alimenta la represión, la represión alimenta la protesta opositora, la disidencia, y esa disidencia tiende a perpetuar el miedo.

El peligro de este modelo radica en su tendencia a paralizar el desarrollo social y económico del país. En lugar de fomentar la participación, el gobierno opta por inmovilizar a la sociedad. La represión no solo silencia las voces críticas, sino que también genera desconfianza, fragmenta a la población y destruye el tejido social.

Venezuela, una nación rica en recursos y con un pueblo resiliente, refugio tolerante y empático por décadas de miles de dominicanos, aliada solidaria en momentos cruciales de la lucha de República Dominicana por construir su democracia, se encuentra atrapada en un estado de estancamiento político que impide cualquier avance hacia un futuro más inclusivo y democrático. El imperio del miedo ahuyenta la racionalidad política y obstruye el camino del diálogo civilizado y la tolerancia mínima para cohabitar.

Sin embargo, es posible revertir este panorama. La clave está en desmontar el miedo que gobierna y reemplazarlo con los valores de la democracia, la tolerancia y el respeto a la voluntad popular. Esto implica garantizar instituciones verdaderamente autónomas, fomentar el diálogo y restablecer la confianza en los procesos políticos. El tiempo por venir debe ser un tiempo de libertad, paz, bienestar, tolerancia y progreso para todos los venezolanos.

El miedo no puede seguir siendo el motor de las decisiones políticas. Venezuela merece un liderazgo que se base en la esperanza y no en el temor; en la construcción, no en la represión. Que los votos se eleven, no las armas. Que la sangre no sea derramada y que la nación encuentre, en la democracia y el respeto mutuo, las bases para un futuro más justo y humano.

La República Bolivariana de Venezuela requiere y merece la mirada, el latido y la mano solidaria de la comunidad internacional, de los demócratas de todo el mundo; no para decidir desde fuera su destino, sino para ayudar a que los venezolanos puedan construirlo. Este es el reto que enfrenta Venezuela: superar el peligro del poder en manos del miedo y abrir el camino hacia una nación reconciliada, libre, democrática, próspera y feliz.

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