Ser extraordinarios en tiempos ordinarios
“La tiranía de la opinión es la peor de todas las tiranías”.
—Simone Weil—
Una de las contribuciones más notables del filósofo español Ortega y Gasset a la comprensión de la sociedad moderna, es su definición del “Hombre masa”, en su libro: La rebelión de las masas (1930).
Lo describe como alguien que no aspira a superarse, sino que se contenta con ser uno más del montón, es conformista y, en lugar de imitar a líderes eruditos, se erige como parte de una nueva fuerza social que pretende imponer su mediocridad.
Rechaza cualquier esfuerzo por destacarse o mejorar y vive atrapado en una vida cómoda, evitando responsabilidades y desafíos. La trivialidad se convierte en su norma y, al estar rodeado de una multitud similar, se siente legitimado en su postura pasiva.
La masa deja de ser un conjunto de personas para convertirse en una fuerza que rechaza todo lo que le incomode. La rebelión de las masas aparece cuando el hombre masa quiere que los demás imiten su mediocridad.
Consecuencias en la política y la cultura
En lo político, la vulgaridad y la falta de profundidad intelectual se convierten en normas. El peligro radica en su capacidad de arrastrar a la sociedad hacia la uniformidad banal y la aversión de la excelencia.
El predominio del hombre masa conduce a la erosión de la autoridad y la calidad del liderazgo. Los gobernantes dejan de ser figuras preparadas y comprometidas, convirtiéndose en representantes de la masa, moldeados por la opinión popular.
En lo cultural, produce la caída del nivel artístico e intelectual, con el arte profundo y desafiante reemplazado por el entretenimiento superficial. El hombre masa piensa que privilegiar el placer y huir de la responsabilidad está bien.
Una de las características esenciales del hombre masa es la falta de autocrítica. Este individuo vive sin cuestionarse a sí mismo y sin mejorar sus habilidades para crecer.
Al no aspirar a superarse, el hombre masa se niega a reconocer la excelencia en los demás, lo cual limita el progreso colectivo. Este fenómeno se vuelve especialmente peligroso cuando la masa comienza a detestar y a atacar todo aquello que la supera.
El hombre masa —que no implica pobreza material— no es el problema en sí mismo; el desafío es contrarrestar la cualquierización que se inserta en los cuadros políticos y sociales. Se los debería reemplazar por aquellos preparados y decentes para guiar a la sociedad hacia metas más elevadas.
La sociedad necesita individuos que aspiren a lo mejor de sí mismos y que, con su ejemplo, ya sea en el ámbito estatal o privado, arrastren a los demás hacia el progreso. Sin esta minoría consciente, la masa tiende a retroceder a un estado de estancamiento y conformismo que frena el desarrollo humano.
La presión de las masas puede sofocar el pensamiento crítico y la excelencia. Se requiere el compromiso de aportar para que se fortalezcan la cultura y la política en contra de la corriente de la simplicidad.
La nobleza no radica en la herencia, sino en el acto. La misma ha sido tradicionalmente asociada con linaje, privilegios heredados y títulos. Ortega cuestiona esa visión estática del individuo y propugna que el verdadero valor humano reside en sus acciones y en su capacidad para enfrentarse a las circunstancias.
Para este notable filósofo, lo que define a un individuo es su capacidad de actuar conscientemente y transformar su realidad. Desde esta perspectiva, la nobleza es un compromiso ético con la excelencia personal y el bien colectivo.
En resumen, el hombre masa es la figura central en el análisis de Ortega sobre la decadencia cultural y política de la sociedad moderna. Su descripción del mismo sigue siendo relevante en un mundo donde las voces más fuertes no siempre son las más sabias. De ahí el reto de ser extraordinario en tiempos extraordinarios. Donde hay ruido, no hay sabiduría”.