¿Se aprovechará el inicio del 2025 para cambiar?
Si alguien decide iniciar el 2025 comprometiéndose con ser mejor, con continuar avanzando hacia un estadio humano superior, cincelado desde la consciencia, en el cual los instintos se envían a los sepulcros para contribuir a que emerja ese hálito esperanzado en un futuro mejor: salud mejor, mejor decir, actuar con prudencia, amor y estima hacia los familiares y seres queridos, respeto a las leyes y a todos, tolerancia, productividad…, podría, quizás, sentarse este fin de semana frente al mar y, observando distancias y magnitudes, mirando al firmamento, contemplando la ciudad, la gente, concluir que por más autocompasivos que se haya sido, o importante que alguien se haya creído, ¿supera la extensión atómica, en relación con la inmensidad planetaria y cósmica que nos circunda?
Comprobándolo, cualquiera se sentiría feliz: ¡Waoo, tener la oportunidad de estar sentado donde elija! Respirar, poseer un techo, donde dormir y algo o todo de lo necesario para vivir.
Sabiéndolo, ¡podría optar por existir! Esto es: salir del anonimato y la inexistencia. Diferenciarse de ese arquetipo contorsionado sobre sí y sus exclusivos espacios, visiones, convicciones e intereses, de ese enajenado egoísta que magistralmente legó Francis Bacon (Irlanda, 1909-1992). Verlo, ajota a diferenciarse: a ingresar en lo que realmente confirma la existencia: la relación con la familia, el tiempo, el espacio, la sociedad, los demás y uno mismo.
¿Cómo se desea que la imagen propia quede burilada cuando el cuerpo sufra el deceso inexorable que padecerá: la parálisis, la inoperatividad, la disfuncionalidad fisiológica total y perpetua?
¿Qué se hizo que permita garantizar que algo quedará; que serán superados los efectos abrasivos de materia y memoria que consigo trae, en su filo, ese ineludible azar?
Es la razón y momento para pensar y, desde el pensamiento, actuar. “¡Pienso, luego existo!”, confirmación de la existencia desde el acto racional que vincula, unísono, sinérgico, experiencia y conceptos; que precede, pese a cualquier arrogancia “materialista”, las conductas y acciones, modelando hasta el razonamiento.
Quererse mejores, proyectarse seres íntegros, identifica con el fin asumido como razón de ser de las existencias; permite avanzar en el proceso sempiterno de la perfectividad.
Sólo los muertos se detienen. ¡La muerte es no pensar! “Vivir” sin propósito para los demás. Es otro óbito: interior y absoluto. Se transporta, orondo, en el carruaje de las insignificancias. Alcanza las vidas, las coloniza antes de que colasen los cuerpos, las biológicas funciones.
Aunque se ignora, están muertos quienes “viven” para posesiones y satisfacciones hedónicas, egoístas. De ellos queda nada en las memorias de hasta sus cercanos y queridos. Morir es la desmemoria. El vacío que ocupa su lugar; la inexistencia en los tiempos y espacios; la pronta vacuidad en las mentes de todos y las descendencias.
Desde cualquier banco de El Malecón, el balcón, patio, jardín o lugar escogido para dialogar con el mundo y consigo, se podría analizar, recordar, evaluar vidas y actitudes, cuestionando: ¿El rencor, el egoísmo, la avaricia, la envidia, la lascivia, la egolatría las determinaron, las caracterizaron hasta hacerlas antros de atrocidades, intolerancias y violencia?
Lugar y tiempo oportunos para responder, aprovechando este inicio de año para, si procede, cambiar.