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Reminiscencias

Recordando el ayer por tragedias del presente

Hoy evoco a todos mis maestros, especialmente a tres de ellos que cita mi memoria para referir una cuestión que compartiera con ellos.

Había ocurrido unos meses antes de ingresar a la universidad, en el cual pereciera un joven aviador de mi pueblo en entrenamiento; su avión cayó en las inmediaciones del tanque del acueducto del año 1928, que aún se conserva; cerca de la iglesia de Don Bosco de hoy; la Base Aérea estaba entre las calles San Martín y Leopoldo Navarro.

Aeropuerto General Andrews

Aeropuerto General Andrews

Pertenecía a una familia admirable, cuya residencia quedaba frente a la de mis padres donde nací. Su abuela, amiga de mi madre, ayudó en mi alumbramiento; podrán imaginarse cuánto sufrí la perdida de mi inolvidable José, compañero de infancia.

Al entrar al segundo curso encontré al profesor Damián Báez, que enseñaba Derecho Penal Especial. Su cátedra era apasionante y me atreví a escribir un trabajo de composición y mostrárselo. Trataba el accidente de aviación mencionado bajo el título “Una Eutanasia atípica y un pésimo tratamiento”.

Sucedió que un sargento de la Base se encontraba en los lugares y acudió a socorrer al desesperado piloto que se quemaba; lo hizo con el coraje de quemarse las manos y cuando vio que era inútil el auxilio, sacó su pistola y terminó el sufrimiento de aquella antorcha humana.

Trascendió, en la limitada forma de hacerlo en tiempo tan peligroso, que hubo Consejo de Guerra, pero no se supo si condena o desaparición del heroico reo.

Mi trabajo se lo mostré al maestro, me felicitó emocionado y me dijo: “No lo des a conocer a nadie, tiene reproches muy fuertes y eso es sumamente arriesgado. Te felicito de todos modos, ten mucho cuidado”.

Tres años después al llegar al tiempo de tesis me llamó a su casa de la calle Lovatón otro maestro formidable, Manuel M. Guerrero, y me dijo: “Quiero proponerte un tema comercial para tu tesis relativo a la cuestión de saber si en las compañías por acciones, cuando éstas son dadas en prenda debería votar en sus asambleas el acreedor prendario, en lugar del accionista. ¿Quién puede tener más interés en la suerte de la empresa?”

Me sorprendí, pues llevaba mi viejo trabajo penal mejorado, porque trataba el Estado de Necesidad del Código todavía vigente en su Artículo 327 bajo la mención de Fuerza Irresistible y quería avanzar para el reconocimiento de ésta como Fuerza Mayor como norma metajurídica. Me recordó que tanto él como su amigo Hipólito creyeron haberme convencido de que no me acercara a la cuestión penal porque la tribuna de ésta me arrastraría a la perniciosa tribuna política, que así lo exigiría.

Lo complací, pero me arrastró el error por la vocación innata de la tribuna penal, pese a mis altas notas en materia civil.

En gran modo se cumplió la admonición presentida por mis maestros. Terminé enredado en la tribuna de la política más turbulenta. Sólo los años me aleccionaron y traído a esta atalaya de la ancianidad, después de haber renunciado mucho tiempo a mi condición de abogado de los tribunales de la República, para sentirme más bien un modesto pero leal Defensor de la República y sus más desesperadas causas.

Lo Penal me dio un éxito prematuro que me perturbó en mis primeros tiempos. La desgracia de la política me llevó a fases traumáticas. Primero, el ´61, bregando con rencores insondables; después el ´63, que me llevara a la “conspiración y la clandestinidad” contra un facto que sirviera de umbral a la guerra civil y la ocupación militar extranjera. De ahí al ´72 y la aplicación de Leyes Social Agrarias y luego luchas tremendas contra la corrupción público privada y la maldición de la Droga devoradora de juventudes.

Y heme aquí rumiando ésto que lo he recordado más bien por penosos suceso recientes. Me refiero a las muertes de pequeños niños en incendios, sin la presencia de sus mayores. Al enterarme de rescates desesperados intentados sin éxito por bomberos, policías o vecinos, me conmuevo, pero al saber de madres solteras que han tenido que dejar solos a sus niños que terminan incinerados, necesariamente me preocupa la cuestión del tratamiento a que esa madre podría ser arrojada para lapidaciones inverosímiles.

No se producen ciertamente acciones como aquella del accidente de aviación, seguido de homicidio piadoso; de consiguiente, no es alegable el Estado de Necesidad o Fuerza Mayor, pero sí hubo ausencia imprudente de la madre, que es lo que puede mover la injusticia.

Ella, de seguro, carente del más mínimo recurso para el alimento de sus niños, salió a la calle “a buscársela” a cualquier precio, incluso la venta de su cuerpo. ¿Habrá un Estado de Necesidad mayor que ese? La realidad es que no hay crimen ni delito.

Ella salió en busca de la conservación de sus hijos, aunque incurriera en grave imprudencia de exponerlos a riesgos letales. Sin embargo, no es condenable por ello. Esa tragedia nos debe llevar a lamentar la falta de políticas públicas protectivas de esa víctima del medio social y la insomne pobreza. Algo que he demandado muchas veces, no para premiar a la madre soltera como tal, sino a los niños en abandono posible ante peligros peores que el incendio.

Todas esas inquietudes me atormentan, todavía, al bajar al otro lado de la colina de la vida y doy gracias a Dios de que así sea.

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