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Solidaridad miles de años después de la Natividad

Jesús nació refugiado, porque su familia debió emigrar de Israel hacia Egipto sin ninguna certeza acerca del futuro pero convencida de que la incertidumbre valía más la pena que exponerse a la violenta persecución ordenada por Herodes.

Los fieles visitan la Iglesia de la Natividad

Los fieles visitan la Iglesia de la Natividad, donde los cristianos creen que nació Jesucristo, antes de Navidad en la ciudad cisjordana de Belén, martes 17 de diciembre de 2024. (AP foto/Mahmoud Illean)Mahmoud Illean

A lo largo de su vida pública, Jesús de Nazaret invitó a las personas a la solidaridad, a ponerse en el lugar del otro a partir de la identificación con su humanidad, es decir, con su capacidad para el bien a pesar de su vulnerabilidad. Fue su historia la de una persona perseguida por los poderes de su tiempo y que sin embargo inspiró donde y cada vez que pudo a perdonar, a empatizar y a amar al prójimo como a uno mismo.

Jesús nació refugiado, porque su familia debió emigrar de Israel hacia Egipto sin ninguna certeza acerca del futuro pero convencida de que la incertidumbre valía más la pena que exponerse a la violenta persecución ordenada por Herodes. Desde ese momento y hasta el final de sus días en este mundo, el nazareno soportó en carne propia lo que el poder le hace a la gente: excluido, incomprendido, despojado de sus derechos, enjuiciado sumariamente y ejecutado. Su triunfo fue que en ese duro tránsito desde su nacimiento en un humilde pesebre hasta su asesinato en la cruz no se traicionó una sola vez y fue congruente con su prédica de solidaridad, perdón y amor hasta las últimas consecuencias.

Un día como hoy en el que millones de familias alrededor del orbe conmemoran su nacimiento, ¿qué nos diría Jesús? Lo mismo que dijo de pie sobre una barca, o en el centro de una sinagoga o en despoblado, rodeado por las víctimas del mundo: que todas las personas formamos una misma familia, que somos los custodios de nuestros hermanos y hermanas dondequiera que se encuentren, en especial de los más desvalidos, y que uno de los caminos infalibles para preservar la paz entre todas y todos es no cesar en la búsqueda de la justicia y la verdad.

Las palabras de Jesús son controversiales miles de años después porque pocas cosas cambiaron desde entonces en el corazón de la gente, porque los defectos de la vida en sociedad continúan, azuzados por antivalores cada vez más enraizados como los de la acumulación de riqueza, el desprecio por los deberes éticos, la indiferencia ante el dolor de los marginados, la criminalización de la pobreza y, en resumen, un profundo déficit de solidaridad.

En un mundo repleto de exhibicionismo, despilfarro, ligereza y superficialidad, con nuevas generaciones dominadas por el hedonismo y con nuevos círculos de influencia aprovechando el desconcierto de las personas para reclamar más y más poder, hablar de solidaridad suena ridículo, anacrónico, casi inapropiado. En algunos temas, naciones y momentos, defender a los desvalidos es también objeto de recelo porque quienes lo hacen se oponen a la corriente de individualismo y al culto a la fuerza en boga. También lo era entonces, en los días en que José y María huyeron de la violencia de su país por amor al niño que estaba por nacer, y también lo fue décadas después, cuando aquel niño convertido en un hombre inolvidable le recomendó a la humanidad "amar al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo".