SIN PAÑOS TIBIOS
De flanqueadores y otros demonios
La lucha entre los opuestos es una manifestación de la dialéctica. Antes era el Yin y el Yang, hasta que Leibniz formuló el sistema binario, piedra angular de la informática tradicional. En lo que la realidad cuántica termina de poner patas arriba el orden ordinario, quedémonos con las alegorías contrapuestas de valores que se excluyen y se complementan. Porque frío es opuesto a caliente, duro a blando, dulce a salado… porque la realidad, bajo variables normales, opera así.
De ahí que en República Dominicana se supone que sólo existen dos tipos de personas: los que tienen flanqueadores y los que no. Los primeros están definidos en los decretos 3-22 y 71-24 y los segundos somos todos los demás… menos un tercer grupo, porque en este país –frente al cual Macondo es una chambra– desafiamos la realidad binaria que define el orden de las cosas, y nos inventamos terceras vías capaces de explicar la realidad de manera alterna.
En efecto, el artículo 7 –en ambos decretos– establece taxativa y limitadamente cuáles funcionarios del gobierno central podrán disfrutar del privilegio de tener un flanqueador motorizado que, cual heraldo medieval le adelante en sus desplazamientos, interrumpa el caótico desorden natural del tráfico de nuestras calles, y le facilite trasladarse –raudo y veloz- hacia su destino.
Al margen de la incomodidad, frustración, rabia e impotencia que en medio del caos vehicular –producido por la deficiente gestión de las autoridades competentes– genera el hecho de uno tener que detenerse en un punto muerto, a la espera que pase un funcionario; es de justicia reconocer que los enumerados en esos decretos, aquí y en cualquier parte del mundo, por la naturaleza de sus funciones, niveles de exposición a riesgo, protocolos de seguridad y rango constitucional, requieren, demandan y necesitan ejercer esa prerrogativa, que bien pudiera parecer irritante, pero que es necesaria y de rigor.
El problema, sin embargo, está en el tercer grupo de ciudadanos que no son los señalados en el artículo de referencia; esto es, algunos funcionarios que en la práctica violentan los decretos e incumplen órdenes directas del presidente (dos veces expresadas por escrito), y andan en la calle con flanqueadores de contrabando vestidos de civil que les anteceden en sus desplazamientos, bloquean intersecciones y facilitan sus traslados; cuando no es que desde algún punto X se dan órdenes a los agentes de la DIGESETT apostados en semáforos que, misteriosamente dan paso ininterrumpido a determinado carril hasta que pasa el vehículo X… que por cierto, casi siempre es una jeepeta de color negro.
El presidente debe llamar la atención a todos esos funcionarios que incumplen un decreto suyo, y prohibir (so pena) esa irritante práctica que genera animadversión y rabia en una ciudadanía que siente (y observa) que las leyes son sólo para algunos, y no para todo el mundo.