En la Art Miami Context, 2024: la obra de la dominicana Luz Severino
El lenguaje de la dominación machista queda inscrito como arrugas y envejecimientos prematuros en las pieles de los dominados. En las almas, como sempiterna tristeza y ostensibles impotencias. El dominador, generalmente amparado en relaciones de poder heredadas del colonialismo o cualquier acceso al cachibachismo, no renuncia a su pretensión de superioridad eurocentrista; mira con soslayo todo el otro orbe, todas las otras personas, cifrando un sentimiento de superioridad auto construida. Desde tal auto percepción —muchas veces no verificables en sus realidades vitales o en los recursos a su disposición— pretende imponer sus determinaciones sobre las pieles de los otros. Cuando lo logra, desde la epidermis transporta y graba su dominio cual laceraciones ocultas. Finalmente, en honor a su continua práctica, queda grabado en sojuzgamientos, risas robadas, alegrías perdidas y una mirada que da cuenta de angustias persistentes y de tristeza infinitas.
La obra de la artista de origen dominicano Luz Severino —radicada en Martinica y, por ello, nacionalizada francesa— es la de una artista hacendosa, que gusta de hacer, que su arte resulte del ejercicio laborioso: sea grabando, simulando grabaduras, pintando o, como ahora, cosiendo, tejiendo. Tuvimos la oportunidad de apreciar algo de su producción reciente en la concluida edición de la Feria Art Miami Context, en Estados Unidos, entre el 06 y el 07 de diciembre. Notamos como su discurso supera y metaforiza las realidades vivenciales de mujeres que, aunque dominadas y abusadas, a contrapelo se refugian en su riqueza interior para sobrevivir a lo que el dominador quiere: sojuzgarlas.
Cuasi esclavas, regresan, ahora desde el arte, a ese oficio socialmente entendido denigrante de tejer, del bordar y del coser que tanto resta a las capacidades femeninas, que las ata al concepto de mujeres seculares de los siglos previos a la liberación femenina. Y que, sin embargo, ahora sirve para denunciar, embelleciendo.
A tales afanes, los avezados abusadores condenaron y aún pretenden condenar a las mujeres. Ante tal pretensión, ellas, con inteligencia sin igual y paciencia infinita, optan —como escoge Luz Severino— por plasmar su circunstancia en un lenguaje figurado, donde puntadas y puntadas se suceden para formar unos enraizamientos que, a la vez, también son siluetas de árboles, formando bosques y frondas, similares a las vegetaciones imperantes en las islas antillanas. Y texturas.
Es, por tanto, poesía y oficio. Hacer e imaginar. Pensar y hacer. Resistencia y abandono. Ansia libertaria.
Se trata de un entorno trans: socio ecológico estético; uno que versa sobre el rigor de la devastación desmedido que sufrieron y sufren entornos e identidades, la extirpación de culturas, derechos y oportunidades, a causa de la invasión imperial, de los colonizadores, como esos franceses que condenaron a Haití a pagar una libertad a un precio tal que les condenó para siempre a la peor y mayor de las pobrezas. ¡Vaya civilización! ¡Vaya civilizador!
Por Joseph Goebbels el mundo sabe del cinismo del dominador y de su pretensión culturizante, “ilustradora”. El colonialismo es una cultura y ruptura. Abandono del sentido de humanidad. Carencia absoluta de solidaridades y de tolerancia.
Es extraño que la mayoría de las personas oriundas de los territorios desde donde la libertad de muchos pueblos y personas fueron robados, renuncien a esa pretensión. Quizás psicológicamente los haga sentirse superiores. Creerse superiores por haber nacido en una nación colonialista, actual o pasada. Sin embargo, la condición colonialista es vergüenza. Similar a la de esos alemanes que compartieron o comparten un trozo de historia o ideologías con los Adolph Hittler.
La obra de Luz Severino cae con el decir elegante de las delicadezas en ese abismo de cruentas realidades. Y lo hace casi en silencio. Mostrándonos el código de mujeres sufrientes, que de la ampulosa sonrisa que las caracteriza han venido a ser otras: artistas que desde el reconocimiento de su circunstancia parecen haber optado por la denuncia, sutil naturalmente, desde la interioridad de un arte que coquetea con las artes menores para desde su aparente indiferencia e insignificancia proferir este grito de protesta.
Es bella y delicada la obra de Luz Severino. Consiste en unas ramificaciones que, cuasi zigzagueando, emergen de abajo hacia arriba en sus lienzos. Metáforas arbóreas de colores limpios, luminosos y vibrantes, como esos que la luz revela cuando el sol toca las pieles vegetales en Las Antillas. Un sentido de libertad sobre los caminos a recorrer parece discretamente pronunciarse allí. Un deseo de ascensión; un sentimiento emergente.
La artista no se conforma con pintar, aunque pinta. Además de pigmentos, agrega laboriosidad y maternal dedicación a cada lienzo; como si con ello continuara supliendo vestimentas y protección a esos seres queridos que habitan su memoria cual irrealidades tangibles; como haría cualquier abuela o madre, al remendar las ropas raídas de las descendencias. Como quizás para ella hicieron sus progenitores. Quizás por eso asumo estas obras como memorias y ofrendas.
Es que después de pintar Luz Severino borda sus lienzos. Agrega hilo al hilo y al color y al trazo. ¿Para revelar su condición prisionera? Filamentos cromados y paralelos, que ayudan a reforzar y a disminuir el peso de la pintura, que le refuerzan los límites, ¿para contenerles el camino? Hace del arte, además de lo que tradicionalmente se entiende como pintura, un resultado del esfuerzo, una cuasi artesanía, una con la cual esta mujer fuerte y siempre sonriente y feliz que recuerdo honra a los millones de mujeres del mundo que bordaron y cosieron para suplir a los suyos y mantener útiles las vestimentas de sus familias: hijos y esposos. Los hilos, sin embargo, también atan las imágenes, no les permiten escapar ni expandirse; las “aseguran”. Pregunto, nuevamente: ¿o que las aprisionan?
Además de un homenaje a esa humildad y función social basal de las mujeres que el poder, el colonialismo, el colonialista y el machista invisibilizan, la obra de Luz Severino se nos antoja una protesta, una revelación del estado de situación de muchas mujeres alrededor del mundo. Una que apunta directamente a su condición dominada; que da cuenta de su decisión común: ¿asumir el rol de ser el factor adherente de familias y sociedades? Desde sus polisemias, esta obra de Luz Severino metaforiza ámbitos diversos, postulados diferentes, imbricando en imagen única, pintura y bordado, labor y sentimiento cifrados en puntadas y color.
Presiento, también, un decir sobre la espera. Una Ariadna avituallada de paciencia y de determinación.
Frente a las obras que en la Art Miami Context presentó Luz Severino es imposible no imaginar a la artista junto a aquella campesina sentada en su silla de guano que en su falda y delantal acoge los surcos del campo nacional, como lo expresó aquella obra premio de dibujo de la Bienal Nacional de Arte dominicana el artista Dionisio Blanco.
Sentir licuado sobre la tierra y la naturaleza que borra las huellas de las figuraciones para que emane el sentimiento puro es la obra actual de Luz Severino. En este oficio suyo, ella recurre a lo simple para alzarse sobre los referentes y acoger significados múltiples y discretos.
Como si la obra proclamara “¡Soy mi propio refugio! Estoy aquí, entre lo orgánico, lo figurativo y abstracto; resistiendo desde los oficios las devastaciones contra la naturaleza y las personas. Uniendo realidades diversas, siendo vínculo”.
Esta obra nueva de Luz Severino expresa, desde el intimismo y la discreción, una protesta discreta aunque interiorizada frente al colonialismo, al machismo y al colonialista. La condición esclava, reprimida, aprisionada de las mujeres. Su rol social cohesionador. Y lo hace activando la metáfora de una pintura, un color y unas formas atrapadas en las continuas y totales rejillas de los hilos. Es pintura y costura.