sin paños tibios
Ese lento envejecer
Frente a la Esfinge, Edipo contestó correctamente. El acertijo no era tan difícil –seguro pensó–, sólo bastaba con observar. Envejecer ha sido el sino de los hombres desde la noche de los tiempos, y más de un poderoso perdió la vida buscando vida eterna.
Los mitos a veces son otra forma de contar la realidad, y tanto Gilgamesh, Prometeo, Orfeo, Al–Khidr, como personajes históricos como Alejandro, Qin Shi Huang, Ponce de León, Newton, de alguna manera representan el universal anhelo de trascender los límites del tiempo; sea a través de fuentes, conjuros, alquimia, o cualquier sortilegio que, en palabras de Vaticano II, pudiera sublevar contra la muerte la semilla de eternidad que todos llevamos dentro.
El ser humano moderno no escapa a esa frustración y anhelo. La vida corre cada vez más de prisa e inexorablemente se acelera a medida que los años se van descontando. Justo cuando menos quedan, menos rinden. Es irónico que mientras más experiencias y conocimientos tenemos, menos nos sobra el tiempo. Quizás ahí residía la clave de todo, en entender que cada tramo del camino era tan sólo una parte del camino, y que sólo al final se mostrará completo. Al final, cuando se acaba la función es que llegamos a saber cómo se llama la obra.
La mayoría de estudios recientes indican que el envejecimiento como tal comienza a los 34-35 años, y que así como antes de esa edad uno se cree capaz de derrotar al mundo, después de los 40-45 ya el cuerpo comienza a mostrar signos evidentes de adaptación a la realidad decreciente que día a día experimenta.
Insomnio, retención de líquidos, descompensación de la vejiga urinaria, etc., convierten el plácido sueño en una secuencia de segmentos intermitentes. Las manifestaciones exteriores dependerán de la calidad de vida, descanso, alimentación y estrés oxidativo; a nivel interno, los desequilibrios hormonales tendrán consecuencias insospechadas dependiendo el ticket de lotería que le toque a cada quien, pero en sentido general, todo será un cuesta abajo.
Así que en este tramo del camino toca reducir velocidad y aumentar la precisión de las pisadas… o quizás apreciar que recorrer despacio el camino brinda más oportunidades de disfrutarlo. Las noches en vela serán un fastidio o una oportunidad, dependiendo el uso o el abuso, y el tiempo de recuperación de una salida de copas será de días, así que toca pensar en qué gastar esas balas de oro y con quién … sobre todo con quién, porque eso dirá si la oportunidad merece la pena.
Es hermoso cambiar, Heráclito tenía razón y Parménides seguro que era aguilucho… El río fluye y la corriente se desplaza, Compadre Mon ya no está sobre el puente ni ella en mi cama. Son las 4:15 a.m. y la vejiga me hizo levantarme [otra vez] 45 minutos antes. Un nuevo día comienza… otro día menos.