Tribuna del Atlántico
Virales, hasta la muerte
En nuestra adolescencia, uno de los acontecimientos más relevantes, para quienes teníamos afición por la literatura, fue la entrega del premio Nobel a Gabriel García Márquez, seguimos con interés las crónicas periodísticas, no había internet para entonces.
Su presencia en la academia vestido con un liqui liqui, un traje blanco en lino o algodón, con cuello redondo, en lugar del frac o smoking, tradicional de esa ceremonia, su discurso un viaje extenso por los orígenes de su vocación literaria.
De entonces aquí, cuatro décadas después, el mundo es otro, hemos visto cómo surgía la fiebre del béisbol en los jóvenes con talento deportivo, hoy coronada, en el mejor sentido, por el extraordinario contrato de Juan Soto, testimonio de su talento y de cómo los dominicanos somos capaces de alcanzar la cima en cualquier actividad.
En el mundo del espectáculo tenemos una cantera de talentos que han paseado su arte por el mundo, Rafael Solano, Johny Ventura, Wilfrido Vargas, Milly Quezada, Fernando Villalona, Antony Santos, Fefita La Grande y Juan Luis Guerra, son sólo una muestra de nuestra capacidad para llegar a los más altos niveles de la música y el canto.
Pero este mundo acelerado con la aparición de las redes sociales nos propone ahora otra forma de fama, dinero o ascenso social, ahora cualquiera, con algún talento en lo que sea, desde el arte en su más pura expresión, el simple gusto por la comida, por los vinos o por viajar, por los chistes, el yoga o la vulgaridad, tiene una oportunidad para hacerle famoso, como creador de contenido, influencers que hacen virales sus publicaciones.
Ahí tienes figuras deportivas y del espectáculo con millones de seguidores en Instagram, Facebook, Tim Tok y otras, lo mismo ocurre con cualquier hijo o hija de vecino, que conecta con su estilo de vestir, con sus historias personales, gustos y preferencias o al exhibirse en poca ropa.
No es extraño ver entonces jóvenes que aún no llegan a la mayoría de edad, convertidos en estrellas, seguidos por miles y miles de personas, por su contenido basado en juegos electrónicos, por su estilo de vida o por proponer recetas de cocina.
En ese ecosistema digital, comienza sin embargo a surgir una importante preocupación, la de jóvenes influencers que pierden la vida llevando a los extremos su afán por la creación de contenidos virales, que se arriesgan en el borde de un edificio, de acantilado hasta perder la vida, dispuestos a ser, virales, hasta la muerte.
Uno de los casos más impactantes de los últimos días, es el de la actriz e influencer rusa, Kamilla Belyaskaya, de 24 años, arrastrada por una ola, mientras practicaba yoga en, Ko Samui, Tailandia.
Impacta sobre todo porque no fue que ella se colocó en un lugar de extremo riesgo y se cayó, como otros, hacia una pacífica sesión de yoga en una roca al borde de una zona costera, una violenta ola la arrastró.
Estos hechos, nos ponen de frente ante el desafío de siempre de la juventud, época en la que, “desde que el mundo es mundo”, se asumen los mayores riesgos, empujados por el ímpetu y la falta de experiencia.
Ahora, los padres tenemos un nuevo reto ante los hijos que quieren ser influencers, convencerlos de que el afán de ser virales, la lucha incesante por los “likes”, no los lleve a la muerte.