MIRANDO POR EL RETROVISOR
Los hilitos del poder
Gobernantes dominicanos han quedado marcados a lo largo de la historia por una mala decisión o el manejo inadecuado de una crisis política, social o económica, incluso desde la colonización de la isla.
Uno de los caciques más recordados de todos los que encontraron los españoles a su llegada a la isla Hispaniola, sobresalió por su entreguismo y servilismo, dando origen al llamado “complejo de Guacanagarix”, en alusión a la preferencia de lo extranjero sobre lo nacional. El genuflexo jefe del cacicazgo Marién, se le menciona por esa expresión más que a Caonabo, Enriquillo y cualquier otro cacique.
Con respecto a los gobernadores enviados por España a “su colonia”, a Carlos Urrutia se le pegó el mote de “Carlos conuco” porque desde su llegada como gobernador en 1813 intentó infructuosamente insuflar el amor por la agricultura a los habitantes de Santo Domingo. Y Antonio Osorio siempre será recordado por aquellas devastaciones entre 1605 y 1606 que terminaron partiendo la isla en dos mitades tan disimiles e irreconciliables.
Aunque España le concedió al final de su carrera política y militar el título de “Marqués de las Carreras”, el general Pedro Santana quedó signado por la saña con que persiguió a sus contrarios y por su desacertada Anexión “a la madre patria” de la naciente República Dominicana.
Buenaventura Báez marcó en 1869 el inicio del endeudamiento externo con el “Empréstito Hartmont”, primer préstamo tomado a capitales internacionales por el Estado dominicano. Ulises Heureaux quedó sellado por las “Papeletas de Lilís”, debido al manejo torpe de las finanzas con la emisión desenfrenada de dinero inorgánico.
Ramón Cáceres (apodado Mon), un gobernante que ejecutó importantes obras públicas durante su mandato (1908-1911) con el apoyo de Estados Unidos, se le recuerda más por aquella guardia republicana que creó para perseguir, reprimir y encarcelar a sus contrarios, y que dio origen a la icónica frase “Preso por la guardia de Mon”.
Rafael Leónidas Trujillo está en la lista de los peores dictadores de Latinoamérica y Joaquín Balaguer nunca pudo zafarse del sambenito de “Los doce años”, pese a los cambios en sus administraciones posteriores.
Con gobernantes más recientes, Antonio Guzmán ha pasado a la historia como el único jefe de Estado que se suicidó en pleno ejercicio; Salvador Jorge Blanco por el acuerdo Stan-by con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que provocó la “Poblada de Abril” de 1984 e Hipólito Mejía por el manejo de las quiebras bancarias que causaron una de las peores crisis económicas en la historia del país, muy parecida a aquella etapa de la “España boba”.
Leonel Fernández y Danilo Medina se afanan por revertir el estigma de la corrupción que prevaleció durante sus mandatos.
Claro, también hemos tenido presidentes preocupados por dejar un recuerdo positivo de su ejercicio. Dos casos emblemáticos fueron gobiernos efímeros. Ulises Francisco Espaillat, a quien el educador Eugenio María de Hostos calificó como el político más digno que ha ejercido la presidencia de la República, apenas duró cinco meses y cinco días en el poder, en 1876. Pagó el precio de resistir el clientelismo y la corrupción tan necesarios para conservar el cargo.
Y el profesor Juan Bosch, derrocado siete meses después de su triunfo electoral en 1962 por un golpe militar que contó con el apoyo de empresarios, la Iglesia Católica y el gobierno de Estados Unidos, vio frustrado su sueño de completar un gobierno liberal y a favor de sectores excluidos de la sociedad.
Esos ejemplos citados anteriormente –excluyendo a Espaillat y Bosch- muestran que una gestión de gobierno puede experimentar un giro brusco hacia el descrédito, porque los presidentes suelen moverse como malabaristas y con cargas muy pesadas, sobre un hilito más fino que el del bachatero Romeo Santos.
En el ámbito internacional, Richard Nixon tuvo su hilito que se quebró con el “Escándalo Watergate”, que lo llevó a renunciar a la presidencia de Estados Unidos, en agosto de 1974.
Vemos también ejemplos de presidentes actuales que hacen malabares para mantener el equilibro sobre finos hilos. Emmanuel Macron, en Francia, enfrenta su peor crisis, tras legisladores de la oposición aprobar una moción de censura que motivó la dimisión del primer ministro Michel Barnier. Eso ha bajado estrepitosamente la popularidad del mandatario francés.
Todo comenzó por la decisión de Barnier de recurrir al artículo 49.3 de la Constitución, conocido como la “opción nuclear”, para aprobar el presupuesto sin someterlo a votación.
Otro ejemplo internacional lo vemos en el presidente de Corea del Sur, Yoon Suk Yeol, quien se aferra desesperadamente al cargo tras el fracaso de la ley marcial que intentó aplicar en su país. El mandatario surcoreano provocó una tormenta política, al no medir las consecuencias de su decisión.
Los gobernantes suelen minimizar las secuelas de sus actos y decisiones hasta que les llegan crisis cuyos resultados pueden ser irreversibles.
En el plano local, el presidente Luis Abinader, especialmente en su segundo mandato, que ya parece añejo por los cuestionamientos en su contra debido a yerros y malas decisiones, se mueve sobre finos hilos que si se quiebran podrían marcar para siempre su Presidencia.
Con los cuestionamientos a la reforma fiscal que sometió al Congreso y el posterior retiro del proyecto, quizás le hicieron un favor al gobernante perremeísta. La reacción de una población que vislumbra amenazada su supervivencia suele ser impredecible. Jorge Blanco lo vivió y pagó las consecuencias de ver su carrera política desmoronarse.
Otro hilito muy fino en que se balancea Abinader es el descontrolado endeudamiento que comenzó en su primer período y continúa galopante en el presente cuatrienio, sin el contrapeso del Congreso que actúa como sello gomígrafo. Los gobernantes de turno, mientras están en el poder, creen firmemente que la capacidad de endeudamiento del país es inagotable.
Su otro hilo frágil es el nivel de corrupción del régimen perremeísta, del que solo conoceremos la magnitud cuando sea desalojado del poder. Hasta ahora solo hemos visto pinceladas, catalogadas de simples irregularidades. Si la actual gestión termina superando con creces lo que tanto censuró a las anteriores, terminará echando por el suelo lo que vendió como su principal legado político, apoyado en su “ministerio público independiente”.
Otro hilito en que se mueve Abinader es la reforma laboral que procura impulsar, en medio de los intereses de una clase empresarial que apoyó su reelección, y ahora ve la oportunidad de cobrar el favor con la eliminación de esa piedra que tanto molesta en el zapato: La cesantía.
Pese a las debilidades que podría tener el Código de Trabajo vigente, sin dudas ha sido históricamente la norma que mayores garantías ha brindado a los ciudadanos que viven de un salario. Esa reforma jamás debería ser para vulnerar derechos a los trabajadores.
Y como colofón está la actual crisis migratoria que en cualquier momento puede sepultar el sueño duartiano de tener una patria libre, independiente y soberana.
Abinader tiene la oportunidad aún de ser recordado como el presidente que impulsó los cambios estructurales que requiere República Dominicana para convertirse en la nación próspera y desarrollada que soñaron nuestros padres fundadores.
Se ha planteado incluso la imperiosa necesidad de refundar la República Dominicana.
¿Cómo será recordado Abinader cuando termine sus dos mandatos? Un presidente inolvidable por la huella positiva que marque el rumbo a sus sucesores.
O por el contrario ¿Cuál será el hilito que podría romperse en cualquier momento y marcar para siempre la Presidencia de Luis Abinader?