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Opinión

La mutación del caos

Semidesértico y superpoblado, Haití es un reto para cualquier ejército tanto como lo es para cada una de las pandillas y/o todas juntas que hubieran decidido pelear con razón o sin ella. En este escenario los observadores, diplomáticos y autoridades han subestimado considerar qué sucedería si todos o una parte de los jefes de pandilla haitianos decidiera politizarse.

Mientras sean identificados como pandilleros, serán enfrentados y combatidos como tales y, sin importar los favores, servicios y concesiones que hagan a la población civil, siempre serán tratados, por esa misma población, como pandilleros y, por tanto, gente ajena al desempeño y al destino político. Actores autoexcluidos del proceso a pesar de que, todo el mundo sabe que son, en primer lugar, la causa de todo y que a nadie se le ocurre pensar en solución alguna que no los tome en cuenta. Pero ese tomar en cuenta tiene más que ver con exterminio que con convivencia. No se trata solamente de cuotas de poder cedidas o extraídas sino de beneficios y usufructo de rentas que siempre estuvieron en las manos de elites tradicionales pero que ahora han alcanzado a las pandillas.

Si ya las pandillas en lugar de obedecer, desarmarse y someterse decidieron enfrentar al gobierno provisional y las tropas extranjeras están obligadas a dar otros pasos y asumir las consecuencias.

El primer asunto que las pandillas tendrán que decidir, y parece que ya empezaron a hacerlo, es el de intentar convertirse en actores políticos como forma de validar alguna representatividad. Eso es lo que a principios de diciembre 2024 hizo Jimmy Cherizier el mas notorio de estos jefes de pandilla conocido como Barbecue.

El enfrentamiento que hoy tiene lugar en Haití es producto de la mediación/intervención extranjera desde la muerte de Duvalier en abril de 1971 y especialmente desde la llegada al poder de Jean Bertrand Aristide en 1991. Descendiendo gradualmente a los infiernos de la anarquía y el caos, entre golpes de estado, maniobras intervencionistas, empobrecimiento generalizado sin desmedro del apetito por mejores condiciones de vida. Toda noción o expectativa de civilización, modernidad y orden público en Haití, finalmente sucumbió a partir de julio del 2021 tras el asesinato del presidente Jovenel Moise

Por eso Cherizier acusó y culpó abiertamente a Francia, Canadá y Estados Unidos. Pero de nuevo, esta acusación y su significado requiere una visión más amplia. Esos tres países han sido parte de las políticas y medidas que, en primer lugar, desestabilizaron a Haití desde la primera victoria electoral de Jean Bertrand Aristide en febrero de 1991, su posterior derrocamiento siete meses después y su reposición en 1994 por parte de las mismas fuerzas que alentaron y desataron su derrocamiento.

Aristide, tras haberse desplazado a la izquierda, de nuevo ganó la presidencia en las elecciones del año 2000. Enfrentó hostilidad abierta, conjuras y complicidades de la elite haitiana con los americanos y las autoridades dominicanas del entonces presidente Hipólito Mejía todo lo cual terminó forzando su salida del poder en febrero de 2004. En medio de las turbulencias que caracterizaron ese período surgieron bandas armadas que, más adelante, ostentarían cierta representatividad política para luego descender, como todo el país, al mundo de las pandillas tal y como este ha evolucionado en los últimos 20 años.

Al abordar la discusión sobre la situación haitiana hoy día los actores internacionales prefieren ignorar la importancia que tuvo en todo este proceso la elección doble y destitución igualmente doble de Aristide y de hecho, no es posible entender el contexto actual sin explicar las consecuencias de estas decisiones.

Cuando Cherizier acusa a Canadá, Francia y Estados Unidos de ser culpables del caos haitiano no está mintiendo, pero lo más importante es estar seguros de que, al culpar a esos países, Cherizier formula algún reclamo, acaso pretende ser el continuador del legado y entiende, si ese fuera el caso, que capitalizar en el legado de Aristide es una apuesta políticamente inteligente si tomamos en cuenta que fue electo dos veces a la presidencia, derrocado otras tantas y que, sus victorias electorales fueron sólidas y decisivas.

Cabe preguntarse si en las circunstancias actuales, las pandillas pueden ser derrotadas y sometidas. Técnicamente hablando eso es posible, pero requeriría un nivel de inversión y un compromiso mayor por parte de estos tres países. Es claro y evidente que Canadá, Francia y Estados Unidos han estado renuentes a asumir semejante carga persuadidos de que Haití ha sido un mal negocio, una especie de barril sin fondo como Afganistán; una tierra de gente tan pobre, sin oro, petróleo ni ninguna de esas riquezas que lo hagan atractivo. Esos países, renuentes a una mayor inversión en Haití, sin interés en recibir millones de inmigrantes y refugiados, preocupados por las consecuencias domesticas de su intervención en Haití encontraron “una solución dominicana” para el problema haitiano: forzar a las Republica Dominicana a aceptar la inmigración masiva y descontrolada de haitianos que solamente tienen que cruzar caminando la frontera, como ya veían haciendo desde años atrás aunque a otra escala, atemorizados y sujetos a deportación. Ahora, además de masiva y descontrolada esa avalancha de naturales haitianos tiene cobertura y legitimidad otorgados por la ONU mientras impone a las autoridades dominicanas controles y limitaciones rigurosas que aseguren el establecimiento, con todas sus consecuencias, de millones de haitianos en territorio dominicano ahora además envalentonados por esa protección y conocedores de las ataduras colocadas sobre las autoridades militares y policiales dominicanas por la ONU, el lobby haitiano y los medios de comunicación en general.

A pesar de su impopularidad y el rechazo masivo de los dominicanos semejante solución se impuso por la combinación desafortunada del interés de estos tres países, su papel preponderante en las Naciones Unidas y la debilidad manifiesta del gobierno dominicano. Acusado de vínculos con el narco y de haber comprado las elecciones, el mandatario dominicano prefirió cooperar con el esquema de aquellos a cambio de tolerancia e indulgencia. De este modo, el conflicto que en principio amenazaba esos tres países quedó confinado a la misma isla, un solo territorio y doliente que son los dominicanos.

Pero tampoco este es el final de la historia ni mucho menos y lo más importante reside de nuevo en el tema de si las pandillas serán derrotadas, exterminadas o tendrán éxito en sobrevivir tras haberse embarcado en un curso de enfrentamientos armados.

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