¿La última oportunidad para los ODS?
El mundo está perdiendo una batalla ganable. El secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, advierte que los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030 (ODS) están al borde de convertirse en “el epitafio para un mundo que podría haber sido”. ¿Se puede resucitar al paciente?
Las decisiones que se tomen en los próximos días tendrán una incidencia significativa en la respuesta. El 7 de diciembre, los gobiernos anunciarán sus promesas de financiación para la Asociación Internacional de Fomento (AIF), la rama del Grupo del Banco Mundial que brinda financiación a los países más pobres del mundo (con ingresos anuales per cápita inferiores a 1.315 dólares). La reposición de fondos de la AIF se produce cada tres años, lo que significa que los compromisos asumidos hoy abarcan el período de inversión crítico para salvar los ODS. Por desgracia, las cosas no pintan bien, ya que varios donantes clave no están haciendo su parte.
En los 78 países cubiertos por la AIF es donde se ganará o perderá la batalla por los ODS. Hogar de 500 millones de personas que sobreviven con menos de 2,15 dólares por día, representan alrededor del 70% de la pobreza extrema y más del 90% del hambre mundial. Y lo que es peor, son los niños los que están en primera línea. En un informe reciente de la ODI, mis coautores y yo calculamos que unos 257 millones de niños de países elegibles para la AIF crecen con hambre, con consecuencias devastadoras para su salud y sus perspectivas educativas.
Los recientes reveses han agravado desafíos que ya de por sí eran graves, provocando importantes retrocesos. Tras resultar duramente afectados por la pandemia del COVID-19, los países de la AIF se han visto sacudidos por la desaceleración económica posterior a la pandemia, el alza de los precios de los alimentos y el aumento de la deuda pública.
Más de la mitad se están quedando rezagados con respecto a los países ricos, a medida que aumentan las desigualdades mundiales. La reducción de la pobreza se ha desacelerado a un ritmo ya insuficiente, y los avances en la lucha contra el hambre se han estancado. El servicio de la deuda está desplazando inversiones vitales, y los reembolsos ahora superan el gasto en salud y educación básica.
En este contexto sombrío, el acceso a una financiación del desarrollo asequible se ha ido achicando. Las transferencias financieras reales (ajustadas por inflación) de los donantes a África han disminuido, y el aumento de las tasas de interés reales ha expulsado a la mayoría de los países de la AIF de los mercados de bonos soberanos (o los ha sometido a costos de endeudamiento muy elevados).
La AIF es el arma financiera multilateral más poderosa del arsenal contra la pobreza. En el último año fiscal, proporcionó 31.000 millones de dólares en ayuda a los países miembro y fue, con creces, la mayor fuente de financiación del desarrollo para África, que se beneficia de subvenciones sin intereses, préstamos concesionales reembolsables en 30-40 años, o ambas cosas.
Esta financiación es un salvavidas para los ODS, ya que se destina mayoritariamente a áreas con beneficios demostrados para los pobres, como la protección social, las inversiones en salud infantil y materna y la educación. Con una reposición generosa, la AIF podría ayudar a sacar a millones de personas de la pobreza extrema, ampliar las oportunidades para mejorar la salud y el aprendizaje, y apoyar la adaptación al cambio climático.
Asimismo, para los donantes que buscan rentabilidad, la AIF tiene una ventaja única: por cada dólar recibido puede entregar 3,50 dólares. La AIF puede aprovechar la calificación crediticia AAA del Banco Mundial para obtener financiación a bajo interés emitiendo bonos y prestando los ingresos a los países en desarrollo. Cuando los donantes entregan fondos a través de programas bilaterales de ayuda o fondos mundiales de salud, el dinero que sale refleja el que entra. Pero la AIF ofrece una mayor rentabilidad.
La AIF también mitiga las prácticas perjudiciales de la ayuda internacional. En la actualidad, sólo alrededor del 8% de la ayuda al desarrollo relacionada con la pobreza se entrega a través de los presupuestos gubernamentales. El resto llega a través de fondos para proyectos controlados por los donantes, lo que provoca fragmentación, escasa coordinación y elevados costos transaccionales para los gobiernos. Así, Etiopía tuvo que gestionar 454 transacciones de ayuda solo para agricultura en 2021. En cambio, la AIF presta ayuda a través de presupuestos nacionales para programas de titularidad nacional, razón por la cual los gobiernos de toda África la apoyan firmemente.
El Banco Mundial ha abogado con razón por un aumento importante de la AIF. El año pasado, el presidente del banco, Ajay Banga, instó a los donantes a que aportaran más de 120.000 millones de dólares, lo que convertiría a esta reposición en “la mayor de todos los tiempos”. Lamentablemente, esa ambición se ha desvanecido, y las promesas actuales implican una reposición de menos de 105.000 millones de dólares -menor que la anterior, en términos reales.
Mientras que la administración del presidente estadounidense, Joe Biden, ha anunciado un mayor compromiso con la AIF, y varios países más pequeños y nuevos donantes también han dado un paso al frente, algunas de las principales economías del G7 han dado un paso atrás. El año pasado, el presidente francés, Emmanuel Macron, fue el anfitrión de una cumbre destinada a crear un nuevo pacto financiero mundial para hacer frente a la pobreza y a la crisis climática; pero, este año, se dispone a recortar el aporte de Francia a la AIF.
Igualmente decepcionante es el caso del Reino Unido, que fue uno de los mayores contribuyentes a la AIF en la década que finalizó en 2022 -un legado del liderazgo del ex primer ministro Gordon Brown-. El panorama cambió drásticamente en la última reposición de fondos de la AIF, cuando la contribución del Reino Unido se redujo a la mitad en tanto los gobiernos conservadores se ensañaban con el presupuesto de ayuda.
La reposición de fondos de este año le brinda al nuevo gobierno laborista la oportunidad de empezar a reconstruir la reputación de Gran Bretaña como “superpotencia del desarrollo”. El ministro de Asuntos Exteriores, David Lammy, ha prometido una nueva era en la que el Reino Unido “utilizará medios realistas para perseguir fines progresistas”. Revertir los recortes de los conservadores con un aumento del 54% en la contribución británica (que representa un compromiso de 2.200 millones de dólares) cumpliría, sin duda, esos criterios. Y, sin embargo, el Tesoro quiere limitar cualquier contribución adicional al 20-40%.
Eso sería una parodia. Aunque el Tesoro tiene razón al señalar que heredó de sus antecesores conservadores un cáliz envenenado de finanzas públicas insostenibles, se equivoca al sugerir que el Reino Unido no puede permitirse enviar una señal positiva en interés de la cooperación internacional y de su propio poder blando.
Para colmo de males, el gobierno, de hecho, ha cajoneado compromisos de ayuda adquiridos hace tiempo, manteniendo la política de gobiernos anteriores de someterlos a pruebas físicas poco prácticas e inverosímiles, una de las cuales es lograr un superávit presupuestario (algo que sólo ha ocurrido cuatro veces desde 1971). No hay nada realista o progresista en utilizar objetivos inverosímiles como pretexto para darles la espalda a los pobres del mundo. El Reino Unido debería restablecer totalmente los recortes de la AIF realizados por el gobierno conservador.
Puede que la AIF no sea perfecta, pero es la mejor herramienta que tenemos para restaurar la esperanza que alguna vez infundieron los ODS. Los gobiernos deberían utilizarla.