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Cuidar cuidándose en Navidad

Cuidar es un rasgo innato humano, es el “modo humano de ser”, da fundamento a la existencia humana. Cuidar supone conocer y valorar lo que somos y tenemos, y entender que el torrente del bien no puede detenerse en nosotros. Cuidar es reconocer que la vida es precaria y que hay que obrar en consecuencia. Hay que cuidar el cuerpo y su salud; el alma y su virtud; la familia y su unidad; la sociedad y su justicia; la creación y su desarrollo.

En las Sagradas Escrituras, el cuidado es, en primer lugar, la solicitud que se pone en la ejecución de un trabajo o de una misión. Por ejemplo, en el Génesis: “…tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara”; en la Carta a los hebreos: “Obedezcan a sus líderes espirituales y hagan lo que ellos dicen. Su tarea es cuidar el alma de ustedes y tienen que rendir cuentas a Dios”.

Aprender a cuidar es, entonces, un acto de responsabilidad y de gratitud a Dios y a quienes nos hacen el bien; es una actitud de misericordia, de compasión y de amor. Y, de hecho, ¡cuánto amamos a quienes nos han cuidado! Sostenía el dramaturgo español Jacinto Benavente que “Al verdadero amor no se le conoce por lo que exige, sino por lo que ofrece”, es decir por, cuidado.

Cuidar es lograr que cada uno y cada cosa alcance su meta; que sea lo que puede y está llamado a ser. Es obstinarse en dar la oportunidad a quien la necesita y no la ha tenido. Expresaba el médico italiano, Augusto Murri, “Si pueden curar, curen; si no pueden curar, calmen; si no pueden calmar, consuelen”.

Cuantas veces decidimos cuidar a alguien, requerimos determinación y firmeza de carácter para sobrellevar las dificultades, porque cuidar enferma; sin embargo, se obtendrán otros beneficios: la satisfacción de hacer lo que se debe. Como dijo el filósofo y matemático francés René Descartes: “El bien que hemos hecho proporciona satisfacción, que es la más dulce de todas las pasiones”.

Hemos olvidado cuidar la vida interior, que es más importante que todo lo que nos viene del exterior. El vacío interior incrementa nuestra vulnerabilidad. Se diluye nuestra confianza en Dios, en nosotros mismos, en los demás y no sabemos cómo defendernos de las adversidades.

De hecho, para contribuir con Jesús en su proyecto del Reino de Dios y prolongar su misión, es prioritario cuidar el propio estilo de vida. De lo contrario, se forjarán numerosos logros, pero no introduciremos en el mundo: su espíritu, su paz y su amor.

Cuidemos las personas, las cosas y los tiempos litúrgicos. Por ejemplo, Adviento y Navidad, viviendo la fe, la esperanza y la caridad; evitando caer en el consumismo que compromete la salud física, emocional, mental y espiritual; asumiendo la Palabra de Dios como carta de ruta y la Eucaristía como alimento de vida; decorando con signos cristianos: la corona de Adviento y el Belén. 

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