Reminiscencias

Visita de Balaguer a mi pueblo en 1961

Aquel día en que fuera el presidente Balaguer a mi pueblo en el tiempo tremendo del año 1961, muerto Trujillo, llevaba como propósito anunciarle a los cacaotaleros que había decretado la derogación del impuesto que se le fijara a la exportación de cacao, de un ciento por ciento del precio internacional.

Fácil es imaginar el ambiente que lo recibiría, pues los productores que asistirían al acto, a celebrarse en los salones del espléndido Palacio Municipal, iban después de haber padecido esa carga fiscal abusiva.

Todos irían con una actitud de reproche, a pesar de la buena noticia de que se levantaba el ruinoso impuesto; la mayoría eran miembros de la Unión Cívica, que era entonces un movimiento patriótico dominante de la opinión y preferencia de vastísimos sectores de la población.

Así las cosas, fuimos los amigos del taciturno presidente a acompañarle a esa enigmática reunión en la cual podía resultar ofendido.

Nos reunimos en la casa de don Alejandro Chabebe, al lado del Ayuntamiento, a esperar la llegada del presidente, que era su amigo.

Después del refrigerio, en medio de las expectativas de que el acto programado podría ser hostil, subimos al salón con un público especial, por imprevisible y un silencio frío nos acogió.

Joaquín Balaguer comenzó a hablar y pronunció el discurso más bello que yo pude oírle en todos los otros escenarios. Produjeron sus palabras un efecto mágico y se fue transformando el humor del público especial hasta el embeleso. ¡Qué poder el de la oratoria de aquel hombre tan enigmático y sereno!; se vino abajo en aplausos el público y todos quedamos sorprendidos, porque no sólo hubo rumores presagiosos de violencias verbales, sino que la cadena de radio del Movimiento Cívico, agitaba de mañanita censurando el impuesto al cacao para instigar la inconformidad, porque ese era “un muñequito de papel” cómplice de la dictadura.

Se trataba de un público de gente de trabajo y de gran decoro que podría estallar. Nos aliviamos al ver el efecto tremendo de las palabras del orador.

Ocurrió algo singular cuando el Senador Canaán, que era su amigo de juventud, se emocionó tanto que terminado el acto se asomó al balcón del Palacete y vio una multitud apreciable de gente de los barrios y campos cercanos que vitoreaba al presidente.

Quiso el Senador que su amigo Joaquín se asomara y dijera algunas palabras, pero se rehusó el presidente diciéndole: “Fortunato, mejor vamos a inaugurar el nuevo edificio del Banco de Reservas.” Un edificio precioso, con mármoles conservados hasta hoy, y allí nos dijo: “Vamos al Hospital San Vicente, que debo de ver algunas cosas”.

Fuimos, ya lo he contado, y después de recorrer cocina, pabellones y quirófanos, al salir le entregó al Gobernador un cheque para la construcción de aceras y contenes de las inmediaciones diciéndole: “Brea, trate de que los constructores sean de aquí.” Todos estábamos fascinados con aquel hombre tan taciturno y modesto. Pues bien, fui a verle dos días después y comentarle lo maravilloso del discurso a los cacaotaleros y me dio la mala noticia de que “no se pudo grabar porque la cinta se había dañado.”

En esa entrevista le pregunté porqué no había querido hablar al público del parque y me respondió: “Era prudente, había dos expresiones valiosas del pueblo, pero para los del parque no le llevaba nada, como querría hacerlo algún día; en cambio, a los hacendados, mal que bien, le quitaba ese dogal tan injusto.”

Pensé: Este hombre, tan satanizado, merece atención y algún día se verá lo importante que ha sido para enfrentar este torbellino de pasiones y desencuentros. Al salir del hospital un colega comentó: “Ese hombre está loco, ocupándose de calzadas y contenes; está triturado y es mala palabra para la gente”.

Pasó el tiempo, se inauguraba la Presa de Tavera y a ese mismo colega le dije: ”Ese que habla es el mismo que usted creyó loco por dejar recursos para cunetas y calzadas del hospital”.

El colega murió siendo un balaguerista convencido, y me dijo: “Nadie en el mundo tiene la piel tan dura para aguantar los ataques e insultos que le hicieron a ese hombre. Lo molieron a palos de vejaciones jamás oidas; lo satanizaron y ¡vea cómo va, inaugurando represas! Hay que estar casi predestinado para lograr eso.”

Salió en el ´78 y se le creyó enterrado para siempre, en medio de la guerra fría implacable; volvió en el ´86, implosionada Unión Soviética, ciego y anciano, y gobernó 10 años; lo declararon “Uno de los padres de la Democracia dominicana.”, los mismos que llegaron a creerle sepultado. Muere cerca del siglo y sirvió para organizar un frente para contener al poder extranjero, junto a otro coloso de la lucha política nuestra, Juan Bosch; ambos creyeron asegurar el futuro de nuestra precaria existencia como Estado Nación.

Murieron sin saber de todo el desastre que sobrevendría después; pero ya se oyen voces pidiendo aquí que, al menos uno, sea llevado al Panteón Nacional donde descansan nuestros héroes y mártires gloriosos. Un comienzo del reconocimiento mayor que no tardará en extenderse al otro satanizado, acogido por el amor de su pueblo que no cesa de recordarlo.

La satanización de Trump en Norteamérica fue barrida por el pueblo y ese hombre tan especial habrá de encabezar un movimiento de regeneración de esa sociedad, que ha sido sometida a pruebas de decadencia inaudita.

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