Atrévete a volver
Soy un mal lector de novelas realistas, de esas que suelen elogiarse diciendo que retratan fielmente tal forma de vida o tal lacra social. Ya tengo bastante con soportar la vida para encima aguantar que me la vuelvan a contar cuando trato de escapar de ella leyendo. Me atraen las ventanas que dan a lo que no conozco pero no las que me ofrecen una lona pintada con los mismos muebles que tengo en mi cuarto. Del género naturalista acepto a Baroja porque cuenta las cosas con un temblorcillo escéptico, como de hallazgo, que convierte la descripción de una mesa camilla en literatura fantástica. Y también a los grandes franceses del XIX, porque para mí leer en francés -en buen francés- da un toque exótico a lo más cotidiano.
En fin, este exordio que no tiene por qué interesarles, viene sencillamente a cuento de que todos los astros apuntaban en su conjunción a que no apreciara demasiado la novela Me piden que regrese (ed. Destino), que acaba de publicar Andrés Trapiello. Se presenta como un cuadro detallista del Madrid inmediatamente posterior a la guerra civil, cuando está a punto de terminar la gran contienda mundial, en el cual se desarrolla una intriga de espionaje más bien improbable y sobre todo una preciosa historia de amor, increíble como el amor mismo: Pío Baroja (y al fondo Charles Dickens) hubiera sido capaz de escribirlo tal cual menos este último enredo erótico, que todo lo justifica y desbarata.
Andrés Trapiello es lo más parecido al escritor total que hoy existe en España. Como diría un guitarrista de flamenco, toca todos los palos. Es un ensayista sobre asuntos literarios ameno y erudito, además de autor de uno de los ensayos más influyentes de nuestra era democrática, Las armas y las letras; también poeta hondo, veraz, nada críptico ni artificioso, a diferencia de tantos más celebrados; excelente articulista con una larga trayectoria en periódicos y revistas, donde hace gala de una envidiable libertad de espíritu (acaba de recibir el premio de periodismo que concede la fundación del Diario Madrid); ha escrito también novelas, no tan celebradas como otras obras suyas a pesar de mostrar la soltura y buena prosa marca de la casa; pero sobre todo ha inventado un género propio con su dizque novela Salón de los pasos perdidos, que no es un diario ni tampoco unas memorias, sino un relato al hilo de su vida lleno de agilidad, reflexión, ternura y un humor irresistible, uno de los libros -de la serie de libros, aún en marcha- más adictivos que pueden caer en las manos de un buen lector.
Recientemente apareció Fractal, sabrosa antología del SPP, y ahora aparece esta novela ya mencionada, Me piden que regrese, que me atrevo a considerar una obra maestra en el género más popular y por tanto maltratado de todos.
En sus lecciones sobre literaturas germánicas, Borges dice de Beowulf: «Es la historia de un hombre que se encuentra al fin con su destino y de una batalla que vuelve». Es curioso que esta descripción sucinta del poema sirva también en cierto modo para la novela de Trapiello. El relato transcurre en 1945. El protagonista vuelve a Madrid, su ciudad natal, después de una década en USA, a donde huyó a causa de su implicación en la guerra civil. Regresa convertido en un americano imposible pero más madrileño que nunca. Se ve envuelto en un enredo de semi-espionaje orquestado por la embajada yanki, despierta las sospechas de la policía franquista que le sigue los pasos dispuesta a convertirle nada menos que en cabeza de los maltrechos comunistas españoles y cae en amores con una dama de la alta sociedad, que le introducirá en el ambiente enrarecido de los triunfadores en la reciente contienda.
Por otro lado, su propio instinto y sus recuerdos del pasado le llevan a frecuentar el bando de los perdedores, entre los que destacan algunos personajes inolvidables, como Chito, un chavalillo con sentido de la honra que le da emotivas lecciones de lealtad. La galería de personajes, de lo más alto a lo más bajo, es magistral (¡incluye al propio Franco!) y dibuja junto a lugares y ocasiones el perfil del Madrid de aquella época, casi asesinado durante la guerra pero sin embargo prodigiosamente vivo, lleno de flagrantes injusticias y ansia de vivir, de policías chambones y de radicales de izquierda con poco verdadero sentido social y ninguno común.
La trama se llena de episodios propios de la novela negra, pero nunca cae en sectarismos maniqueos, sino que el autor siempre muestra una comprensión auténticamente humanista, compasiva y justa, que excluye los juicios sumarísimos aunque no las valoraciones que exige cada situación particular. Supongo que ante enfrentamientos como el que traspasa el relato, que tanto nos afectan, es imposible una posición plenamente desprejuiciada, pero la perspectiva del narrador aquí es lo más parecido a ese inalcanzable ideal. Y todo contado con una fluidez magistral, a la vez sabia e ingenua, y una naturalidad sin afectación casi milagrosa en el mejor castellano posible. Será sin duda éste el mejor libro del año. De muchos años.