QUO VADIS
El traductor de japonés
Hace unas décadas, un secretario de Finanzas, hoy Hacienda, conformó una delegación para visitar Osaka, Japón, para conocer todos los detalles de una reunión internacional que se iba a celebrar en ese lugar, pero que al año siguiente República Dominicana sería la sede y quería tener los detalles logísticos para que la nuestra fuera bien organizada.
A ese viaje lo acompañamos un asesor que sería el encargado del evento y yo que sería el encargado de logística de la reunión.
La semana antes de partir al viaje el ministro nos comentó que había escuchado que un funcionario de la institución había estudiado en Japón y que hablaba japonés. El funcionario fue llamado a la presencia del ministro y este le cuestionó que si efectivamente él sabía hablar japonés y traducir, y el funcionario le comunicó que sí, ya que había estado seis meses en Japón y había aprendido el idioma. Yo no estaba de acuerdo con llevar un traductor porque asignaban uno en el país anfitrión.
Este funcionario fue incluido en la delegación para que nos tradujera en todas las reuniones.
La delegación llegó al aeropuerto de Haneda, Tokio y teníamos otro vuelo interno hacia Osaka. Todos estábamos a la expectativa de que el funcionario nos guiara, pero estaba confundido en el mismo aeropuerto, llevando el grupo a lugares diferentes a los que debíamos dirigirnos.
En Osaka fuimos recibidos por una amplia comitiva, incluyendo un traductor oriundo del lugar, al cual el ministro quería rechazar. Mi intervención fue para que dejaran al traductor japonés, con la justificación de que nos serviría, además, de guía en la ciudad. Logrado esto al otro día nos dispusimos a cumplir nuestra agenda.
La primera reunión fue con el director del evento y luego nos recibió el prefecto de la ciudad de Osaka en Kansai. Todo iba bien, porque teníamos el traductor de ellos.
Al segundo día nos recibió el jefe de comercio internacional de la región, pero al secretario se le había ocurrido pedirle al traductor japonés que nos fuera a cambiar dinero. Llegó la hora y tuvimos que partir a la reunión, pero el secretario estaba muy confiado pues teníamos nuestro traductor.
Al traductor lo sientan en una silla detrás de los dos dignatarios y empieza la conversación. El dominicano traduce: “que el director le da la bienvenida al ministro y que está muy alegre de que estuviera en Osaka”. Pero a la tercera traducción, el director se ve un poco molesto, cuando el dominicano dice: “que Osaka quería hacer negocios con República Dominicana”. El director se pone de pies y en un español perfecto le dice al secretario: “discúlpeme, pero este señor no sabe japonés, ni lo que está traduciendo, yo estudié en la Complutense de Madrid. El no entiende nada”.
La reunión acabó abruptamente, el secretario estaba muy avergonzado y dio instrucciones de que el famoso traductor retornará de inmediato a República Dominicana y fuera cancelado. Hoy es toda una personalidad.