OTEANDO
La incomprendida existencia de Domingo Moisés
Domingo Moisés Rodríguez es alguien de aspecto eremítico, que va por los caminos como ausente de sí mismo, amado por muchos, rechazado por otros tantos. Lleva una vida social encogida. Apenas si participa en una peña a la que llegó algo así como por predestinación divina -el mismo Dios le libre de pensar en deidad alguna, es ateo-, ya que su figura y mirada ofrecieron, a unos contertulios habituales de una librería de la ciudad, la sospechosa imagen de alguien perteneciente a un organismo de inteligencia a quien le había sido encomendada la misión de espiarlos, atendiendo a lo cual tomaron la decisión de invitarlo a sentarse con ellos. Él tuvo la valentía de hacerlo limitándose a decirles que, si lo veían así, se debía a que esta vida a unos les sonríe, y a otros, les hace muecas, y que, como la vida es una tómbola, él simplemente había caído en el grupo de los últimos.
Domingo lee y escudriña incompletamente sobre toda suerte de temas, pero lee. Es un agradable “contertulio” mudo: me ha declarado que ha decidido ser mudo en más de una ocasión y en más de un idioma, solo para evitar resultarle imprudente a sus amigos. Y es que, por hablar, ha llegado a ganarse el calificativo de loco. Todo, por su inofensivo “oficio” de contradecir paradigmas y ver “el mundo el revés”. Es arquitecto, pero su pasión es la psicología y el psicoanálisis, si bien sospecho que se trata de psicología forense, pues tiene aptitudes especiales para toda suerte de detalles: se sabe las fechas de nacimiento y el signo zodiacal de todos a cuantos conoce y de todos aquellos sobre quienes se informa por los medios tradicionales.
Y como si todo lo anterior fuera poco, se sabe los números “premiados” de todas las loterías del país y de la caraquita. Conoce toda la sociedad de Santiago, sin importarle que nadie le conozca a él: sabe del proxeneta, del cornudo, de las comadres infieles y los compadres salteadores, pero no se lo cuenta a nadie, y si lo hace, se asegura de decirle a todo al que se lo cuenta que no puede decirlo a nadie, porque eso es un secreto. Domingo es un personaje al que amo fraternalmente, porque he logrado ponerme en su lugar, y porque de él se puede aprender más que en un monasterio. Él solo, constituye un universo de experiencias enriquecedoras, bastante para aprender a vivir esta vida y las por venir.